Tarde para más ortodoxia, muy temprano para solo heterodoxia: ¿cómo sigue el plan?

Una parte de la coalición oficialista considera que la tasa de inflación se baja a “garrotazos” contra los formadores de precios, mientras otra opina que se requiere un programa que reproduzca las condiciones “exitosas” del primer kirchnerismo

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Autoridades del Ministerio de Economía
Autoridades del Ministerio de Economía

Se ha terminado el plan septiembre, diseñado para reencauzar el acuerdo con el FMI y recomponer algo de las escasas reservas netas del Banco Central.

Aún teniendo en cuenta que la mejora en las reservas es sólo un “adelantamiento” de ventas de los próximos meses, que se siguen limitando pagos de importaciones, y que el acuerdo con el FMI es un trimestre a trimestre, considerando el panorama de barco a la deriva que presentaba la economía argentina hacia finales de julio, se puede calificar al plan de exitoso.

Sin embargo, queda claro que una brecha cambiaria en torno al 100% impide mejorar, sin nuevos “premios” la liquidación de exportaciones e incentiva la demanda por dólares oficiales en cualquier forma.

Que lo anterior sumado a la acumulación de atraso cambiario, mantiene intactas las expectativas de un salto devaluatorio en algún momento del futuro cercano.

Y que con un continuo deterioro de la demanda de pesos, aumentos tarifarios, paritarias desbordadas, etc, las expectativas de mayor inflación se siguen alimentando.

Todo lo anterior obliga , sin dudas, a empalmar el plan septiembre con un nuevo conjunto de medidas, “para seguir tirando”.

Medidas que se desarrollarán en un contexto en dónde la principal preocupación de gran parte de la sociedad argentina y de la política oficial es una tasa de inflación que apunta a cerrar el año en torno al 100%.

Pero el problema, como le vengo contando desde esta columna hace rato, es que diseñar un plan de antiinflacionario exitoso, que vaya más allá de lograr una baja de la variación de precios al rango del 5-6% mensual, suena, en las condiciones actuales, una tarea muy difícil, por no decir imposible.

Como quedó expuesto en los tuits de esta semana, una parte de la coalición oficialista considera que la tasa de inflación de la Argentina se baja a “garrotazos” contra los formadores de precios, mientras que el Ministerio de Economía opina que se requiere un programa de fondo que reproduzca las condiciones “exitosas” del primer kirchnerismo, con superávit fiscal y reservas suficientes en el Banco Central y que, dado que dicho superávit no será posible para el próximo año, la tarea del gobierno es tratar de recomponer reservas de alguna manera, operar sobre la brecha cambiaria, y alejar las expectativas de salto cambiario.

Si logra alejar esas expectativas de mayor devaluación y ratificar con el Presupuesto enviado al Congreso el déficit fiscal acordado con el Fondo para 2023, el Ministerio de Economía espera (quizás, esto lo agrego yo, con la ayuda de un freno en la actividad económica), converger a esa tasa del 5% mensual hacia principios del próximo año.

El viceministro de Economía Gabriel Rubinstein  (Martín Rosenzveig)
El viceministro de Economía Gabriel Rubinstein (Martín Rosenzveig)

Y aquí estamos.

Permítanme, entonces, antes de avanzar, un pequeño interludio conceptual.

Un programa de estabilización exitoso requiere, por lo general, de un alineamiento previo de los precios relativos, incluyendo, en el caso argentino, un valor del tipo de cambio “creíble y defendible”. Y un ajuste fiscal y monetario potente. Digamos que esta es la porción ortodoxa del plan.

Pero como un plan de estabilización llega después de un período de alta inflación que significa, desde el punto de vista político, la pérdida de confianza en el gobierno y, desde el punto de vista económico, un alto componente de expectativas de alta inflación ya incorporadas en precios y salarios, (la llamada inercia inflacionaria), muchas veces resulta necesario agregar un componente heterodoxo dentro del programa, que “compre” credibilidad con un acuerdo político, junto a cierto esquema de congelamiento, desagio, de precios y salarios, mientras surte efecto el ajuste, de manera de hacerlo menos costoso en materia de nivel de actividad y lograr más rápidamente la reducción de la tasa de inflación.

Permítanme ejemplificar con una analogía.

Un país viajando en alta inflación, es como un tren que transita a toda velocidad con un conductor que no tiene el mando y con los pasajeros corriendo descontrolados por los vagones.

Lo primero que hace falta es ordenar a los pasajeros y lograr que cada uno se siente en su lugar. (Cambio en los precios relativos).

Después, es necesario verificar que el sistema de frenos esté funcionando adecuadamente. (El ajuste fiscal y monetario).

Simultáneamente, se requiere acordar cuándo y de qué manera se va a frenar el tren, y darle el mando al conductor. (Acuerdo político).

Finalmente, hay que conseguir que todos los pasajeros se coloquen el cinturón de seguridad, de manera que al frenar, nadie salga lastimado, por la inercia. (Algún arreglo temporal de precios y salarios, desagio de contratos para quitar el componente inercial de las expectativas de inflación, basadas en el pasado, mientras la inflación frena).

En otras palabras, un plan de estabilización exige un realineamiento de los precios relativos, con especial atención al precio del dólar. Un cambio de régimen consistente en la política fiscal y monetaria, respaldado por algún tipo de acuerdo político y, eventualmente, alguna medida heterodoxa para lograr que la “frenada” sea rápida y efectiva.

Como puede apreciarse, la clave es el cambio de régimen, el acuerdo político es para respaldarlo y darle durabilidad. Mientras que la heterodoxia, si se utiliza, es sólo un complemento para reducir costos durante la transición.

Fin del interludio.

Creo que ahora puedo explicarme mejor respecto de la “polémica” en torno a la manera de reducir la inflación, entre el Insituo Patria, y el Ministerio de Economía.

Para el ofícialismo ultra K, la inflación se arregla usando el poder del Estado, para combatir a los grupos económicos concentrados que maximizan su rentabilidad, a costa del pueblo. En el extremo, congelando los precios. Todo es un tema de decisión política.

Para el Ministerio de Economía, en cambio, la tasa de inflación es la consecuencia del desorden macroeconómico “heredado” y la falta de reservas. De manera que la baja de la tasa de inflación se irá logrando recomponiendo reservas, para liberar el pago de importaciones y alejar expectativas de devaluación, y con una convergencia fiscal cuya velocidad la determina el Congreso.

Son visiones sustitutas, no complementarias.

Con este panorama, un congelamiento de precios (¿y salarios?) sin reservas y sin mayor ajuste fiscal, duraría muy poco -si pudiera hacerse- y explotaría mucho antes de las elecciones del 2023, afectando todavía más las chances electorales del oficialismo. De hecho, por usar sólo heterodoxia, llegamos a la situación actual.

Mientras que un cambio de régimen monetario y fiscal, requeriría de instrumentos que, según el propio Ministerio de Economía, no están en condiciones de ser apoyadas por la coalición gobernante.

Por lo tanto, por ahora, se seguirán aplicando medidas para defender las reservas, ¿dólar turista? Se recibirán préstamos de los organismos multilaterales. Se ratificará un ajuste fiscal, altamente dependiente de la licuación inflacionaria, se patearán vencimientos de deuda interna para el próximo año, acumulando presión pre electoral y se verá si con eso alcanza.

En síntesis, para un verdadero cambio de régimen ya no hay condiciones políticas y técnicas, es demasiado tarde.

Y un congelamiento de precios puede “durar” un par de meses, y, por lo tanto, sin descartarlo, luce muy prematuro.

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