
Diciembre es un mes de temidos presagios en Argentina. Puebla el aire la percepción de signos anticipatorios. Todo puede pasar. Porque ya pasó todo aquel diciembre. Puede no pasar nada pero la duda sólo se despeja luego de llegar con la lengua afuera al 24 a la noche. No se sabe bien si son fantasmas de temores infundados o la enseñanza sabia de la experiencia. Los traumas tienen estas cosas. Prepararse para lo peor y con suerte esperar lo mejor. O ni eso.
Luego del diciembre de 2001 la sensación de fragilidad agobia como estigma en este mes. Vuelven a estar en tensión las fuerzas más refractarias del sistema traccionadas por una genuina necesidad que se sale de cauce de cara a las festividades que más desnudan las carencias.
Lo que no es una hipótesis ni un rumor esta vez, a diferencia de otros diciembres, es que de verdad se acaba la plata en las reservas. Populismo literalmente sin plata es populismo desesperado. Populismo capaz de todo. Quién no reacciona con el acto reflejo de tomarse los bolsillos por las dudas ante un gobierno que mientras te corta las cuotas para viajar en la tarjeta emitirá una bocha de 250 mil millones de pesos para cubrir su propio déficit. Sí, ellos nunca se ajustan. Te ajustan a vos con inflación o con cepos.
¿Dónde hay un dólar? Un gobierno incapaz de atraer inversiones se perfecciona por estas horas en confundir a cualquiera que analice poner un dólar en el país. Las decisiones que toman multiplican la desconfianza y hacen pensar en todas las posibilidades. Que hagan lo lógico o que hagan una locura. Porque ya hicieron locuras. El riesgo país vuela por el aire. Y lo peor es que no son cultivadores del misterio. Se pelean entre ellos y esparcen la fractura a una economía yerma. ¿Cómo puede saber el mundo hacia donde vamos si no lo sabemos nosotros? La regresión de estos reflujos de diciembre trae espectros de muertos que nadie quiere resucitar. Corralito, corralón, asedio a las cajas de seguridad: todo está en el panicoso imaginario popular. Incluso que un día aparezcan y te den vuelta el colchón. El miedo es zonzo y el miedo no es zonzo. Todo se desmiente y todo se teme. Cunde el pánico porque no cunde la certeza. Porque el Gobierno no sabe, porque el Gobierno no explica, o porque nadie le cree. Que hayamos llegado hasta aquí, asomándonos al abismo, que no lo hayan evitado, promoviendo irresponsablemente un festival de gasto, no los hace muy confiables. Con tal de no arreglar pagaron lo que no había. Dejaron la billetera temblando, y cuando ya rompieron hasta el chanchito, arruinan a los de siempre. En el chat del Gobierno, el kirchnerismo dejó la sala. No quiere hacerse cargo. Cristina le dice a Alberto que la lapicera es de él porque lo dice la Constitución. Ahora se acuerda. Ahora se acuerdan los dos. Ojalá, ojalá hagan el gol de último minuto. Ahora que viajan a Washington. No será la panacea. Pero será desconectar la bomba antes de que estalle en otro default.
Pandemia mediante, enormes padecimientos, con tanta irresponsabilidad por no decir ineptitud la sensación que prevalece es la de estafa. ¿Les importa algo más que rapiñarse el poder? También prevalece la sensación de maltrato porque se meten con lo que no les pertenece, se meten con lo que te pertenece a vos como si tuvieran derecho o como si vos no los tuvieras. Y por qué no decirlo: no te dejan en paz y por momentos parecen gobernar para hacerte la guerra. Hablando de guerra y paz.
Si Diciembre reaviva nuestros traumas, con un nudo en la garganta y hartos de estar hartos, enero se parece más que nunca a Jano, ese dios romano del que viene su nombre, el que preside sobre los comienzos, y los finales de los conflictos, es decir sobre la guerra y la paz. El dios que tiene dos caras y también simboliza la dualidad. No es que vayamos a rezarle pero cómo entendemos esa insoportable dualidad de vivir en Argentina. Quién no le pediría a Jano que estos muchachos nos dejen vivir un poco en paz. ¿O será pedirle demasiado?
* Editorial de Cristina Pérez en “Confesiones en la noche” (Radio Mitre)
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