YPF: cómo la “anteojera emocional” argentina atentó contra la petrolera de bandera

El autor comenta el libro “YPF El default emocional argentino” de José Benegas, que relata como la creencia en una gesta nacional terminó por dilapidar a la política energética

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La sede corporativa de YPF en Buenos Aires. REUTERS/Matias Baglietto
La sede corporativa de YPF en Buenos Aires. REUTERS/Matias Baglietto

¿Por qué hubo una reacción tan clara, contundente y eficaz contra la pretendida confiscación de Vicentin SA el año pasado y, en cambio, la expropiación y confiscación de YPF de 2012 concitó apoyos en todo el arco político y comunicacional argentino y la oposición que hubo fue por las malas razones?

José Benegas lo explica en YPF El default emocional argentino.

En base a una lógica implacable y un férreo apego a los hechos su libro desmenuza lo ocurrido. No solo los hechos, sino lo que éstos movilizaron.

En mi opinión logra demostrar que la anteojera ideológica y pasional que afecta en primera instancia al kirchnerismo también nubla a quienes se muestran como su alternativa, siendo esa la causa principal de la decadencia que afecta al país.

¿Por qué hubo una reacción tan clara, contundente y eficaz contra la pretendida confiscación de Vicentin SA el año pasado y, en cambio, la expropiación y confiscación de YPF de 2012 concitó apoyos?

La historia es conocida en sus grandes trazos. La mayoría del capital de YPF fue privatizada en 1993 durante el proceso de reformas que llevó adelante el gobierno de Carlos Menem. La venta de acciones se hizo en forma atomizada de modo que ningún accionista pudiera controlar más del 15% del capital sin verse obligado a comprar las acciones de todos los demás accionistas privados mediante un mecanismo que aseguraba un precio mínimo de salida ampliamente satisfactorio. El Estado Nacional, las provincias productoras de petróleo y los trabajadores reunidos en un programa de propiedad participada tenían parte del capital con acciones de distintas clases, aunque la conducción de los negocios sociales se había confiado a la clase de acciones del sector privado que, en conjunto, controlaba YPF, aunque ningún grupo de accionistas en particular pudiera hacerlo.

Mediante ese esquema la privatización fue muy exitosa. Las acciones se vendieron a USD 19 y desde que comenzó a cotizar, fueron subiendo de precio.

La Convertibilidad ya había terminado con la hiperinflación y un robusto proceso de inversión se expandía en toda la economía. La desregulación, privatización y modernización hacían al país muy atractivo y todo indicaba que ello continuaría después del gobierno de Menem.

En 1999 la empresa española de petróleo, Repsol, resolvió invertir en YPF. Le compró al Estado el 14,99% de YPF (del 20% que tenía) e hizo una oferta por el total del capital en manos privadas por el que pagó USD 49 por acción, tomando su control.

 Las plataformas petrolíferas se ven en la perforación de petróleo y gas de esquisto de Vaca Muerta, en la provincia patagónica de Neuquén, Argentina. Jan 21, 2019. REUTERS/Agustin Marcarian
Las plataformas petrolíferas se ven en la perforación de petróleo y gas de esquisto de Vaca Muerta, en la provincia patagónica de Neuquén, Argentina. Jan 21, 2019. REUTERS/Agustin Marcarian

El país estaba en el zenit e YPF tomaba proyección internacional a cambio de resignar la atomización de su capital. Ahora un accionista la controlaba.

Benegas explica que Néstor Kirchner conocía muy bien la situación del sector energético y cita un informe de Daniel Cameron (ex Secretario de Energía) que así lo demuestra. En el período 1990-2000, se habían invertido USD 50.000 millones en la industria petrolera, USD 2.000 millones en petroquímica y USD 78.000 millones en gas y electricidad. Sin embargo, afirma que “al desastre que causó la pesificación le siguió el de esta decisión que extendió los efectos en el tiempo”, que “estas dos malas políticas son tapadas por un relato de chivos expiatorios en el sector privado”, y que “el informe refuerza la idea de que la privatización de YPF y la desregulación del mercado energético durante la década del noventa, contrariamente a lo que dice la indubitada historia emocional argentina, fue uno de los mayores aciertos en la política de privatizaciones”.

El cambio de la política económica, en general, y de la política energética en particular, hizo variar la estrategia de Repsol, que entonces quiso desinvertir. Para ello vendió el 14,99% de YPF al grupo Petersen en 2007 y otro 5% en 2011. La compra se hizo a crédito, otorgado por Repsol y un grupo de bancos que cobrarían su crédito con los dividendos que pagaran las acciones, que quedaron en garantía.

Benegas dice que según la “historia emocional”, “en la década de los noventa el ‘patrimonio nacional’ fue ‘entregado’ y por tanto el honor del país mancillado por el ingreso de la impureza privada, del afán de lucro, encima extranjero”

Con ironía Benegas dice que según la “historia emocional”, “en la década de los noventa el ‘patrimonio nacional’ fue ‘entregado’ y por tanto el honor del país mancillado por el ingreso de la impureza privada, del afán de lucro, encima extranjero”, y explica que según ésta óptica “Repsol, la compañía española que finalmente se quedó con el control, desembolsó un día USD 15 mil millones para adquirir el paquete accionario y después descubrió el verdadero negocio, que consistía en ir sacándolos de a poco”. Rematando en que “eso sólo puede imaginarse como producto de una anteojera emocional que lo haga realidad”.

A pesar de Vaca Muerta -que de paso recuerda que fue descubierta durante la gestión del grupo Petersen y anunciada en la Bolsa de Comercio el 7 de noviembre de 2011-, la política energética nacional era un completo fracaso. El autoabastecimiento había trocado en una masiva importación de gas por la que se pagaba entre USD 10 y 16 por millón de BTU, mientras a los productores locales se les pagaba entre USD 3,33 y 10 por igual unidad de medida.

Además, había sido el kirchnerismo quien alentara la argentinización de YPF mediante la compra del grupo Petersen a Repsol que se veía obligado a mantener e incrementar el pago de dividendos para pagar las acciones compradas a crédito.

Frente a ello, nada más apropiado que envolverse en la bandera emocional de la Nación y expropiar YPF. Estatizarla. Pero no todo su capital, sino solo el 51%, y exclusivamente si estaba en manos de Repsol, dejando fuera de la expropiación al grupo Petersen, antes aliado suyo, y a los demás accionistas minoritarios.

El entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, durante la firma del acuerdo con Repsol
El entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, durante la firma del acuerdo con Repsol

Al hacerlo así, incumplió las condiciones estatutarias y dañó a los accionistas minoritarios que tenían derecho a que se les compraran sus acciones si cualquiera, incluso el Estado, adquiría más del 15% del capital (en rigor, explica que en el caso del Estado la exigencia era mayor según el estatuto), además de establecer las bases para fijar el precio al que debía hacerse la compra.

Pero Benegas nos recuerda que Kicillof, entonces Viceministro de Economía, dijo en 2012: “No les vamos a pagar lo que ellos dicen, sino el costo real de la empresa. Dicen que son 10.000 millones de dólares. ¿Y eso dónde está? Los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según el estatuto de YPF.”

Al no poder pagar los préstamos que habían tomado para comprar las acciones de YPF, las compañías constituidas por el grupo Petersen a ese fin se presentaron en concurso de acreedores, explica Benegas, y Burford Capital, “una firma global dedicada a comprar derechos litigiosos” compró “los derechos que como accionistas minoritarios tenían las concursadas de reclamar que se les ofreciera la compra de sus tenencias en las mismas condiciones en que el Estado se quedó con la mayoría de YPF”.

Mostrando su objetividad Benegas también critica la posición de Carrió y dice que influyó negativamente en Macri, “que se había opuesto a la estatización” inicialmente, pero que cuando llegó al gobierno “repetía argumentos de Kicillof para supuestamente defender a la Argentina”, señalando a su entender que “en realidad, para evitar un pago por algo con lo que el Estado se quedó y sumarse a la destrucción institucional, que es el peor problema que el país tiene.”

El observador externo podría entender, examinando lo ocurrido, cómo es que ese país, que es el mío, se condena permanentemente a la posición de paria del mundo

Esta novela no ha terminado. Burford Capítal y otro accionista minoritario, Eton Park, llevan adelante un juicio en Nueva York en el Juzgado de la Dra. Loretta Preska, que reemplazó a Thomas Griesa. Para Benegas, “lo peor que se podía hacer era ratificar la conducta anterior y hacerlo con argumentos que estaban destinados al fracaso en New York. En los tribunales argentinos todo se puede decir. El Estado argentino no tiene razón”, concluye.

El método emocional “destruye la posibilidad de tener un estado de derecho”, dice Benegas.

“El observador externo podría entender, examinando lo ocurrido, cómo es que ese país, que es el mío, se condena permanentemente a la posición de paria del mundo mientras añora épocas de gloria del pasado”.

La paradoja es que tales glorias se consiguieron respetando los principios que la zaga de YPF desconoce.

Si queremos ser optimistas, la reacción visceral de la sociedad en el caso Vicentin SA demuestra que tales principios siguen vivos en el alma del pueblo y solamente ocultos por las anteojeras ideológicas que denuncia Benegas, quien nos anima a sacárnoslas para ver la realidad claramente y explica lo ocurrido con YPF en otro intento para lograrlo.

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