¡Somos comunistas!

Compartir
Compartir articulo
FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el palacio presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el palacio presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

En las últimas décadas, Argentina ha experimentado un declive económico notorio. Cada nuevo gobierno surgido tras una crisis, le ha echado la culpa del fracaso anterior al neoliberalismo, el capitalismo, la voracidad empresarial, y ha invocado la ayuda a los desprotegidos y una más justa distribución de la riqueza como ejes de su nueva política.

Sin embargo, todos los gobiernos, a grandes rasgos, han hecho lo mismo y con los mismos resultados. Dicen aplicar políticas socialistas y luego culpan al capitalismo por sus propios fracasos. Las bases de ese socialismo, aunque les cueste aceptarlo, fueron sentadas en 1848 en el Manifiesto Comunista por Marx y Engels, quienes elaboraron un plan de diez puntos que debían aplicarse en el mundo (luego admitirían que en forma gradual), para lograr las transformaciones que consideraban adecuadas.

Pues bien, en el último siglo Argentina ha avanzado sostenidamente en la dirección de esas diez propuestas, y podríamos concluir que salvo una (la eliminación del derecho hereditario, que por ahora no ha podido materializarse), las otras nueve han estado presentes en todas las políticas de gobierno de los últimos tiempos. Veamos:

1. La expropiación de la propiedad territorial y la aplicación de la renta a los gastos del Estado.

Los autores del Manifiesto soñaban con un Estado único propietario y administrador de la tierra (la principal fuente de riqueza de la época). Más tarde los estudios de análisis económico del derecho mostraron que no hace falta confiscar la tierra, apoderarse de ella y eliminar los títulos privados de propiedad. El derecho de propiedad no es simplemente el título, es la capacidad para ejercer actos de administración y disposición. Entonces, en la medida en que el Estado pueda apropiarse en cualquier momento de la tierra o de sus frutos, o imponerles altos tributos para mantener sus gastos, resulta mucho más eficiente conservar la propiedad privada formal y establecer la propiedad estatal real. Eso ocurre en Argentina.

Un ejemplo claro de ello es lo que se intentó con la recordada resolución 125: establecer un impuesto de exportación de granos tan alto, que prácticamente convertía a los productores en empleados del Estado.

2. Impuestos progresivos

Ha sido una constante invocar que cuanto mayor capacidad contributiva, mayores deberán ser las alícuotas de los impuestos. La propagación de la noción de igualdad económica como un modo de eliminar la pobreza –que en realidad ha incrementado la pobreza-, ha hecho que se considere razonable someter a altas cargas tributarias a quienes más riqueza poseen, lo que ha llevado a que se retraigan las inversiones y se fuguen los capitales, con el consecuente empobrecimiento general.

Frente a una nueva crisis que se vive actualmente, una de las propuestas del nuevo gobierno es crear un nuevo impuesto a los grandes capitales.

3. Confiscación de las propiedades de emigrados y rebeldes.

Sería muy antipático que los gobiernos abiertamente persiguieran hoy a sus enemigos y les confiscaran sus bienes, como hicieron en Rusia quienes aplicaron estas ideas a rajatabla (además de violar la prohibición expresa del artículo 17 de la Constitución Nacional). Sin embargo, las oleadas de personas que han debido emigrar de Argentina en cada crisis económica, buscando mejores perspectivas de vida, debieron abandonar sus bienes, o pagar altos costos para poder sacar del país parte de su propiedad.

Una empresa que cierra, prácticamente es abandonada. El proceso de ocupación de empresas por los empleados, creciente en los últimos tiempos, es una demostración de que legalmente sería muy difícil para sus dueños poder recuperar para sí una porción de esa propiedad, y simplemente la abandonan.

4. Creación de un Banco Nacional que concentre el crédito y el capital.

En este punto, Marx y Engels tuvieron una ayuda de los conservadores y nacionalistas, que crearon el Banco Central (como entidad mixta y temporal), en 1936, y lo nacionalizaron en 1946. A partir de entonces, la moneda y el crédito son manejados por el Estado con exclusividad. Ni en sus sueños húmedos los creadores del Manifiesto hubiesen pensado en contar con un instrumento tan poderoso para propender al control estatal del país.

5. Centralización estatal de los medios de transporte.

En Argentina, los medios de transporte que no están directamente en manos del Estado, están sometidos a tales regulaciones que en los hechos son controlados por él. Tal vez la fascinación con Marx y Engels sea la explicación de por qué los gobiernos han tenido la obstinada tendencia a estatizar ferrocarriles, aerolíneas, empresas navieras, a pesar de las enormes pérdidas económicas que significaron para los contribuyentes; y de regular e uniformar todo el transporte terrestre.

6. Multiplicación de empresas nacionales

En la época del Manifiesto, las principales actividades industriales estaban directamente vinculadas a la producción de la tierra. Pero con el devenir de los tiempos, el principio de la nacionalización y control de empresas de todo tipo ha sido parte de la política económica de todos los gobiernos argentinos.

Desde regímenes de promoción industrial, a regulación de las actividades y lisa y llana nacionalización, la fascinación de los políticos por convertirse en industriales ha sido también irrefrenable. En su Sistema Económico y Rentístico, Juan Bautista Alberdi ya alertaba en la misma época de publicación del Manifiesto, sobre los peligros de esta propensión.

7. La organización del trabajo.

El control de la tierra y la producción llevó a los difusores del comunismo a entender que se debía también controlar al trabajo, hacerlo obligatorio, con la creación de ejércitos industriales.

En Argentina, la actividad laboral es una de las más reguladas, supuestamente para beneficiar a los trabajadores, aunque en realidad los ha perjudicado notablemente al desalentar la inversión y la contratación. Los sindicatos son una fuerza política esencial (que impide que nadie que no tenga su bendición pueda efectivamente gobernar). Y esta combinación de sindicatos politizados y gobiernos interesados en los trabajadores, ha convertido a las personas en miembros de un ejército al que no se incorporaron voluntariamente, y que utiliza su fuerza laboral para sus propios fines estatales, y no para los fines particulares de cada trabajador.

8. Hacer desaparecer la distinción entre la ciudad y el campo.

La historia socioeconómica argentina del último siglo ha sido la historia de legiones de pobres alentados por los gobierno a lanzarse a vivir de manera miserable en barriadas urbanas, y grupos de productores agropecuarios produciendo la riqueza que el Estado luego les quita para mantener a esos pobres.

El arquetipo del pobre que vive en las villas sin posibilidades, que necesita ser ayudado, y el rico productor agropecuario que tiene todo servido en bandeja, permitió mantener durante mucho tiempo ese esquema de productores expoliados y multitudes empobrecidas agradeciendo la ayuda del gobierno.

9. Educación pública gratuita.

La cooptación por parte del Estado de la educación es uno de los pilares de todas las políticas de gobierno. La intervención estatal en todos los niveles educativos, brindando educación directamente o controlando la forma en que la imparten los establecimientos privados, ha sido una constante de todos los gobierno en el último siglo.

Bien, Marx y Engels deberían estar orgullosos de que sus ideas fueron aplicadas en Argentina por todos los gobiernos desde hace un siglo. Es más, en el prólogo a la edición de 1872, los autores admiten que el desarrollo del mundo desde la publicación original hasta entonces (un período en el que el capitalismo verdaderamente mejoró las condiciones de vida de la gente y comenzó la transformación del mundo) hacían que algunos puntos del Manifiesto pudieran quedar desactualizados. En verdad, el peso que en la versión original se puso sobre la importancia de la tierra quedó opacado por el desarrollo industrial. Pero en Argentina eso se comprendió completamente, y por lo tanto, el estatismo no sólo avanzó sobre la propiedad de la tierra, sino también sobre todo tipo de producción.

Por eso, hay dos noticias que podríamos dar en estos tiempos para quienes han considerado valioso invocar políticas socialistas, una buena y una mala.

La buena es que, finalmente, ese comunismo que es pregonado en todos los discursos políticos populistas, se está aplicando en Argentina de la manera gradual que Marx y Engels propusieron. La mala, es que no funciona.

El gradualismo en política ha sido muchas veces la admisión de que una propuesta no podrá prosperar. Cuanto más radicalmente se ha intentado aplicar los principios del Manifiesto, mayor miseria se ha producido como resultado. En la llamada Unión Soviética se intentó una versión ortodoxa que llevó a campos de prisioneros, matanzas y hambruna, hasta que hubo que desmantelarlo. Fidel Castro en Cuba nacionalizó en 1961 la mayor parte de las empresas y tierras en la Isla. Casi de inmediato toda la fuerza productiva abandonó el país, que comenzó una etapa de empobrecimiento que ya lleva 60 años.

La aplicación explícita de las propuestas comunistas lleva a la miseria. Eso lo saben principalmente quienes las implementan. Marx y Engels eran dos típicos burgueses de vida acomodada, Marx mantenido por una esposa rica, Engels heredero de una próspera industria textil en Renania. Ninguno de los dos trabajó, produjo, invirtió en una empresa, ninguno de ellos cobró ni pagó un salario corriendo riesgos empresarios. Simplemente disfrutaron de la vida burguesa y escribieron, probablemente influidos por el romanticismo germano, sobre un mundo irreal.

Los herederos argentinos de Marx y Engels (aun aquellos que detestan el comunismo y no aceptarían nunca que se los considere marxistas) aspiran en definitiva a obtener la misma vida burguesa y acomodada, pero esta vez mantenidos por las personas que producen para un Estado que ellos sueñan con dirigir.

Argentina viene avanzando en una dirección monocorde de estatismo, regulaciones, poder autoritario del gobierno con gastos ilimitados, altos impuestos, moneda sin valor, endeudamiento. Ante cada fracaso y cada crisis, se le ha echado la culpa al capitalismo y al “neoliberalismo” (lo que sea que eso signifique). Aunque en realidad aplican comunismo innominado.

Tal vez sería un buen cambio admitir que la política económica argentina del último siglo viene aplicando las recetas propuestas por Marx y Engels, aggiornadas al país y los tiempos, y que quizá sería la hora de probar con el verdadero capitalismo, como hicieron aquellos países que finalmente lograron prosperar y mejorar las condiciones de vida de sus habitantes.