Las palabras importan. Nadie pone eso en tela de juicio. Y qué voz más autorizada para avalar esto, el valor de las palabras, que la de uno de los escritores más indiscutidos de habla hispana. Miguel de Cervantes decía: “Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo”.
Ningún político que se precie de tal debería perder esto de vista, sobre todo en tiempos en que estamos todos prendidos de las múltiples pantallas esperando escuchar lo que nuestros líderes tienen para decirnos. Porque en una crisis, y sobre todo en una sin precedentes como la que estamos viviendo producto de la pandemia generada por el COVID-19, lo que los líderes hagan –y digan– para contener a la población y guiarla en la dirección correcta resulta clave.
No basta con aplicar medidas como la cuarentena y el distanciamiento social obligatorio confiando en que se cumplirán por miedo a la sanción, multa o castigo. Hace falta que la sociedad toda acompañe estas decisiones difíciles, que afectan su vida cotidiana. Y para lograrlo es fundamental no perder de vista el poder que tienen las palabras para persuadir y convencer a los ciudadanos.
Hace poco, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, se negó a llamar “refugio en el lugar” a la orden de quedarse en sus casas, ya que esa frase está asociada a la expresión que se usa cuando hay un tirador libre activo y, por lo tanto, infundiría miedo en la sociedad. En la misma línea, Jacinda Ardern, la primer ministro de Nueva Zelanda y una de las líderes mundiales más reconocidas por su actuación frente a la pandemia, utiliza frases recurrentes como “equipo de 5 millones” para referirse a la totalidad de la población de su país y cierra sus discursos con el ya clásico “sean amables” para promover la colaboración entre ciudadanos. Pero no se tratan de casualidades. En tiempos de crisis los líderes testean las palabras que usan en grupos focales para asegurarse de que sus mensajes sean decodificados correctamente por los ciudadanos.
Veamos, entonces, qué pasa en nuestro país. A esta altura resulta innegable que el presidente Alberto Fernández actuó rápido y con determinación. Pero, ¿qué nos dicen sus palabras? Un análisis de todos los discursos, conferencias de prensa y entrevistas publicadas por el sitio oficial de Casa Rosada –desde el 15 de marzo, día en que se suspendieron las clases a raíz del coronavirus, hasta hoy– muestran a un Presidente enfocado en sus prioridades que logra generar empatía con los ciudadanos. No en vano, y como producto de esto, la confianza en su gobierno (medida a través del Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Di Tella) alcanzó el segundo nivel más alto de los últimos 19 años.
El Presidente fue claro desde el principio: dijo que si el dilema era entre la vida –o la salud– y la economía, él elegía la salud y la vida. Y esa definición es evidente en sus intervenciones. Utilizando un algoritmo de Procesamiento Inteligente de Lenguaje Natural, se identificaron tres clusters o grupos temáticos claramente diferenciados en las intervenciones del Presidente durante los últimos dos meses. Casi un tercio de sus palabras (el 34 por ciento) estuvo asociado a la priorización de la salud pública, haciendo énfasis en los riesgos del virus y el contagio, el estado del sistema de salud y la importancia de preservar la vida. En contraposición, la economía está última en un ranking de las veinte palabras más utilizadas por Fernández durante el mismo período.
En segundo lugar, el 30 por ciento de sus intervenciones estuvo destinado a conectar empáticamente con el desafío que las medidas implicaban para los argentinos. Así, por ejemplo, se destacan las referencias al “enorme esfuerzo” de las personas para acompañar las medidas y decisiones del gobierno.
Sin embargo, no todo es color de rosas en el discurso de Alberto Fernández. El aspecto más débil es la dificultad para establecer pautas claras cuando las medidas se complejizan más allá de una cuarentena homogénea para todo el país. En las últimas semanas, en vez de seguir afinando y clarificando sus recomendaciones, la narrativa del Presidente migró hacia un discurso más confrontativo que incluyó un contraste directo con líderes opositores, empresarios y lobistas.
En este sentido, un artículo recientemente publicado por Carmine Gallo en Harvard Business Review recomienda usar la “regla de tres”. A saber: la información debería darse a los ciudadanos en grupos de tres elementos –y no más– , ya que éste es el “número mágico” que simplifica que se incorpore y recuerde lo dicho. Esto reviste una importancia fundamental en un momento como el actual, en que los estudios de opinión empiezan a mostrar una leve merma en la atención y preocupación de los votantes sobre el coronavirus.
Habiendo sentado sus prioridades con claridad, el Presidente podría utilizar sus apariciones en las próximas semanas para enfocarse en tres aspectos. En primer lugar, el estado de la situación local. En su última conferencia Alberto Fernández introdujo las cuatro fases de la cuarentena. Ese sistema debería permanecer central al discurso oficial para que los argentinos se familiaricen con él, tal como lo hicieron en Nueva Zelanda con el sistema de alerta de cuatro niveles que se introdujo desde el inicio de la crisis. Luego, es importante definir los cambios en las regulaciones que se introducen en cada nuevo anuncio. Y, por último, derivar las decisiones e información de regulaciones locales a las autoridades pertinentes que pueden desglosarlas más adelante y por separado para referirse a cuestiones regionales específicas, sin confundir al resto del país.
Voltaire decía que el secreto para ser aburrido es hablar de todo. Ahora, más que nunca, nuestro Presidente no puede darse el lujo de ser aburrido y debe ser consciente del poder de sus palabras.
La autora es politóloga y directora de Dynamis Consulting