Por qué el Papa le leyó la oración del buen humor al Presidente

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El Papa Francisco lee una oración para el presidente de Argentina, Alberto Fernández, y su pareja, Fabiola Yáñez, en El Vaticano. 31 enero 2020. REUTERS/Remo Casilli
El Papa Francisco lee una oración para el presidente de Argentina, Alberto Fernández, y su pareja, Fabiola Yáñez, en El Vaticano. 31 enero 2020. REUTERS/Remo Casilli

Seguramente a más de un simple observador se le haya dibujado este interrogante dejándolo un tanto intrigado, pero también es posible que más de un intrigante de los que hoy abundan sobre todo en esta materia se haya hecho esta misma pregunta, buscando alguna razón enrevesada u oculta detrás de los espesos muros vaticanos.

Las opiniones son libres. Sin embargo, lo más probable es que, simplemente, el Papa haya querido tener un gesto amable con el ilustre visitante y recordarle a Alberto Fernández una idea muy sencilla, pero a la que él le atribuye mucha importancia, al punto de que la considera un componente esencial del espíritu cristiano.

La revelación de una buena noticia

Si examinamos con algún detenimiento los rasgos más salientes del pontificado de Francisco, enseguida nos saldrá al cruce como uno de los principales de ellos el de la alegría. Se ha comentado que el provincial de los jesuitas irlandeses le observó alguna vez al Papa cómo él estaba haciendo alegre la fe. Con ese talante chestertoniano que gusta de las réplicas filosas, y que lo suele caracterizar, el pontífice le retrucó que eso era algo admisible con tal de no hacer un circo.

En efecto, la mayoría de sus grandes documentos, comenzando por Evangelii Gaudium, “El Evangelio de la alegría”, una verdadera guía para entender los nuevos rumbos en la Iglesia en nuestros días, exhiben títulos en los que expresamente se menciona esta actitud existencial humana y cristiana, la cual es un corolario de una de las principales virtudes evangélicas, que tiene el rango de teologal: la de la esperanza.

En Gaudete et Exultate (“Alegraos y regocijaos”, que son palabras personales del propio Jesús), y que es otro texto suyo aplicado a describir cómo es la santidad tal cual Francisco la entiende, dedica siete puntos de la exhortación exclusivamente al tema de la alegría. En ellos muestra cómo ésta es una consecuencia natural de la buena noticia del Evangelio (eso quiere decir la palabra Evangelio) que es, nada menos, la redención o liberación del género humano.

La alegría de la santidad

Cierta iconografía cristiana ha pintado las imágenes de los santos con caras largas y sufrientes. Pero no es ciertamente ése el sentido prístino del mensaje evangélico. Un santo triste es un triste santo, sentencia una frase que se ha atribuido a varios autores espirituales (sobre todo a Santa Teresa) y que recuerda una vez mas Francisco, ante la mirada desconfiada de los espíritus mas conservadores. Ellos temen, con una perspectiva que ha tenido influencia siglos atrás en ambientes protestantes, que con tanta alegría se pierda el sentido cristiano del sufrimiento simbolizado por la cruz.

Vivimos en un mundo que ha abandonado esa sensibilidad que admitía el dolor como un componente natural de la vida, y que durante siglos ha formado parte de nuestra cultura, sumergiéndose en un chato hedonismo que deja sin embargo sin satisfacer las más hondas exigencias de la condición humana. En realidad, la alegría no es algo completamente separado de la cruz, es la sorprendente paradoja que recuerda Francisco con la mejor tradición de la Iglesia.

En su exhortación sobre la santidad, el Papa recomienda rezar la oración que durante la visita leyó al Presidente argentino, atribuida a Tomás Moro, el mártir inglés de la objeción de conciencia, que en el momento de ser decapitado recomendó a su verdugo que hiciera un buen trabajo. Pasar por la vida sobria y templadamente es un consejo de muchos autores espirituales, sin tomarse las cosas de la humana existencia demasiado en serio. Aprender a reírse de uno mismo es una muestra de discreta humildad y de verdadera sabiduría.

Cultivar el buen humor alarga la vida, asevera el saber popular. Ahora que predominan los consejos para vivir mejor en los libros de autoayuda, este es infaltable en cualquier manual del rubro. Se trata de una sabiduría muy antigua. “La risa, remedio infalible” rezaba el pórtico de una sección de chistes de las clásicas Selecciones del Reader’s Digest, un tradicional magazine, que predica las excelencias del american way of life. La dimensión religiosa ha sobrenaturalizado una verdad natural, otorgándole un significado quizás más rico y completo.

De entrada Francisco dijo que no le gustaban las caras largas que evidencian un pesimismo estéril, porque eso no es evangélico. Con un cierto desparpajo ya adelantó en su primera exhortación que no quería ver cristianos que fueran pesimistas quejosos y con “cara de vinagre”. El anuncio cristiano es siempre motivo de una infinita alegría.

El Jubileo de los Políticos

El Papa predica con el ejemplo, no solamente mediante un semblante alegre, pues diariamente y después de las laudes matutinas, reza la oración del santo, pidiendo un talante bienhumorado. “Concédeme Señor una buena digestión, y también algo que digerir” es uno de los petitorios que muestran el “humour” del santo inglés, cuyo hermosa figura fue retratada al óleo por Hans Holbein el Joven, en un soberbio cuadro que se exhibe en la Fricks Collection, de New York, muy cerca del Metropolitan Museum, en Central Park.

Pero puede haber un segundo sentido en esta lectura pontificia. Tal vez no sea tan casual la elección de la cita de Moro, y que ella tenga algo que ver con la condición del interlocutor del Papa. Hay que recordar que Juan Pablo II declaró a su autor, patrono de los políticos y gobernantes, con ocasión del jubileo convocado para celebrar los dos milenios de cristianismo, en el que un gran número de ellos viajó en peregrinación a Roma.

La delegación argentina, la más numerosa (casi 500 personas) contó entre sus miembros al entonces secretario de Culto Norberto Padilla y a Antonio Cafiero, un patriarca del justicialismo, padre de otros dos políticos, uno de los cuales fue embajador ante la Santa Sede. Tres de sus nietos integran el actual gobierno kirchnerista.

Los Cafiero han sido una familia formada en los principios cristianos. “Mi madre, que era profundamente creyente, me educó en los principios de la religión católica”, estampó Cafiero en sus memorias. Antonio fue dirigente de la Acción Católica en su periodo de oro de los años cuarenta, y sufrió un conflicto de conciencia cuando sobrevino el borrascoso distracto con la Iglesia, porque entraron en contradicción su lealtad política y sus convicciones religiosas. Sin embargo, su voto fue favorable a la sanción cuando se discutió el divorcio durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Cuando murió, el Papa expreso su cercanía con la familia.

El ejemplo de Tomás Moro

Al presentar a Moro como una fuente inspiradora para los políticos, Juan Pablo II fundamentó su decisión en la conveniencia de volver a mirar la conducta de un hombre ejemplar que en situaciones de extrema dificultad donde se jugaban valores importantes, se distinguió por su fidelidad a las autoridades y a las instituciones, pero al mismo tiempo fue fiel a sus más profundas e íntimas ideas y creencias. Su voluntad, dijo el Papa, fue servir no al poder, sino al supremo ideal de la justicia.

Unos de los vicios más frecuentes de la política contemporánea es el abandono del concepto del bien común y su sustitución por un puro subjetivismo que busca imponer un dominio muchas veces despótico y arbitrario en procura del propio interés. Esta evidencia es rechazada por los ciudadanos, pero los políticos parecen hacer oídos sordos a un clamor cada vez más estridente.

El pontífice polaco subrayó hace 20 años que Moro puso en cambio su actividad pública al servicio de la persona, especialmente de los débiles o pobres, y gestionó las controversias sociales con exquisito sentido de equidad, algo que podría haber firmado también con gusto el papa Francisco. La Iglesia se ha proclamado la voz de los que no tienen voz, de los humildes y desposeídos. El pontífice ha sido ferozmente criticado incluso por católicos que mediante el uso de una hermenéutica ideológica ven en estas actitudes un vulgar populismo.

El martirio de la coherencia

¿Qué le habrá querido decir el Papa al Presidente? ¿Lo habrá notado necesitado de una lectura más positiva de la realidad, acaso un tanto avinagrado? No es algo que importe demasiado, pero teniendo en cuenta que el papa es una personalidad extremadamente sutil que no da puntada sin hilo, conviene mirar sus palabras sub specie aeternitatis, como es lo propio de la perspectiva de la Iglesia, que cultiva verdades eternas.

La agenda progresista que el presidente Fernández tiene en mente para desarrollar durante su mandato procura dar algunos pasos que van a representar un duro trago para los católicos, como la legalización del aborto. ¿Se trata de un verdadero progreso otorgar la impunidad de matar? No fue un tema que él deseaba tratar durante esta visita, pero que sin embargo no dejó de estar presente. Al mostrar la unidad de su vida entre su fe y sus actos, el martirio de Moro es también una presencia interpelante.

En general, entre los políticos no es entendida la actitud de la Iglesia respecto de la vida no nacida, considerándose que es un asunto institucional o religioso privativo de la fe. Hay que cuidar la naturaleza y la vida de los animales (y el Papa lo ha dicho muy claramente en una de sus encíclicas), aunque en primer lugar hay que preservar la vida humana, porque ambas son criaturas vivientes, pero la dignidad de esta es sin duda muy superior.

No es éste el único tema en el que están en juego cuestiones que se refieren a la dignidad de la persona, desde luego. Pero habrá que recurrir a reservas del mejor buen humor cuando estalle la tormenta.

Una película que constituyó un alegato a favor de la vida, porque muestra descarnadamente el horror del aborto, lleva por título El grito silencioso. Es la voz de los que no tienen voz. El derramamiento de la sangre de Moro transmite un reclamo igualmente silente, el de ser coherentes con las exigencias de la fe y de sus consecuencias éticas.

Se trata de un momento que puede ser heroico en la vida de los cristianos, la de cada uno. Un martirio que el mismo Juan Pablo II anunció como el propio del siglo XXI, en el que se ha opacado hasta lo más esencial de la existencia, el derecho a vivir. Es el martirio de la coherencia.

El autor es director académico del Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (Cudes).