
La política está hecha por y para los varones, por lo que para nosotras, las mujeres, meterse en este ámbito es muy difícil. Hay una descalificación casi natural a aquellas mujeres que le disputan poder a los hombres. Aquellas que aspiran al poder son calificadas de "ambiciosas", mientras que a los hombres que buscan el poder se los considera "líderes".
El poder es muy masculino y es un elemento de disputa. Las mujeres tienen tendencia a dejar los lugares de poder mucho más que los hombres. Hay una tendencia a "ceder" espacios en la disyuntiva de tener que elegir entre el poder en la política y los afectos o la familia. Esto sucede a la hora de los cargos, de las candidaturas, o incluso a la hora de definir quién habla en un acto o quién lo cierra.
Yo empecé de muy joven en la política como militante en el radicalismo. En la década del '80 tenía doble desventaja: era mujer y joven en un partido como la UCR, muy tradicional y donde casi no había mujeres. En el radicalismo había menos presencia femenina que en el PJ, que tenía la rama para las mujeres. Me resultó muy difícil, aun siendo abogada y una militante muy activa.
Por otro lado, había otra cuestión que hacía que para las mujeres fuera muy difícil participar en política: todas las reuniones se hacían de noche y hasta altas horas de la madrugada. Los encuentros eran convocados para las 9 de la noche, pero empezaban a las 12 y recién terminaban a las 4 de la mañana. Era un horario imposible para quien tenía una familia: tenía que elegir entre ir a la reunión y tener que dejar la casa a esa hora para luego levantarme temprano para despertar a los chicos, que iban a la escuela. Esos horarios nocturnos eran terribles para las mujeres, pero de los más normales para los hombres.

Hoy eso cambió. Sin embargo yo le pregunto a las mujeres que participan en alguna actividad política si, antes de irse a trabajar, alguna vez tuvieron que dejar la cena lista y la ropa de los chicos preparada para el otro día. Si les preguntás a los hombres, no tienen esas preocupaciones.
Por último, quisiera contar una anécdota personal: cuando se armó la lista de concejales del radicalismo en el municipio bonaerense de Morón en 1983, yo tenía una militancia muy activa, era abogada, y creía que podía aspirar a ser concejal. Sin embargo, en esos años, la cultura del puntero político (que eran todos hombres) estaba muy arraigada en el partido y tuve que ceder mi lugar a otros. Terminé número 17 en la lista y por supuesto no entré a formar parte del Concejo Deliberante.
Yo estaba capacitada y me había ganado poder estar en un lugar expectante, pero fui postergada por ser mujer.
Con la ley del cupo, eso también cambió. Sin embargo, muchas veces, las mujeres que aparecen en las listas de candidatos son las que los hombres que manejan los partidos quieren poner porque les son funcionales. Justamente por eso, les digo a las mujeres que se involucran en política que no solo hay que estar en las listas, sino además en la cocina del poder, cuando se definen quiénes las integran.
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