El papa Francisco y sus detractores

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En general las imágenes tienen tanta fuerza como las palabras. Una foto muchas veces vale más que un discurso. Y esto puede aplicarse a la visita que Francisco realizó a Lituania el domingo 23 de septiembre. Su rostro y su gestualidad al recorrer el edificio que fue cede de la Gestapo, con la ocupación nazi y luego de la KGB al ser invadido por la Unión Soviética, denominado Museo de la Ocupación, dijeron mucho más que sus cortas pero contundentes palabras.

Lituania, como muchos otros países de Europa oriental, es el ejemplo más crudo del brutal siglo XX, quizás uno de los peores de la historia de la humanidad. La barbarie nazi y la barbarie comunista y su caída cierran el horroroso ciclo de la decadencia de Occidente. En la medida en que han sido dos cuerpos de doctrina gestados en Europa y obsequiados al mundo. Francisco fue claro, no hubo término medio, su rostro acongojado dejó en evidencia su postura frente a los totalitarismos. De uno y otro lado, a derecha e izquierda. Aspectos que debieran comprender los despistados de siempre. Esos que dicen: "Tenemos un Papa comunista o progresista" y los otros que afirman: "Tenemos un Papa nacionalista, cuasi fascista o populista"; esos opinólogos debieran leer con atención las palabras de Francisco al pueblo lituano. Allí, con su habitual sencillez, ponderó el espíritu generoso y amigable de los lituanos hacia otros pueblos "hasta que llegaron las ideologías totalitarias que quebraron la capacidad de albergar y armonizar las diferencias sembrando violencia y desconfianza".

Por las dudas, también condenó los cantos de sirena de los nuevos nacionalismos y populismos. En su enérgica y sentida exposición condenó "el afán prepotente de querer controlarlo todo", idea que va más allá de los totalitarismos criminales.

Reafirmando lo que viene diciendo siempre y que debiera llamar la atención de los intelectuales con veleidades de filósofos que abordan el pensamiento y la conducta del Papa y, sin embargo, no agarran la sintonía.

Si los progres de izquierda y populistas, tardíamente, se acercan a Francisco y los liberales iluministas se alejan de él es porque el Papa es un "misterio". Para los dogmáticos el Papa es inasible. Una especie de pescado aceitoso, que se escapa de las manos. Sin embargo, no es tan complejo entenderlo si seguimos una línea del pensamiento argentino que viene del siglo XIX.

A los jóvenes les dijo: "Sn el futuro siempre y cuando permanezcan unidos a las raíces del pueblo". Para el Papa los vínculos que establece la historia son las raíces que impiden caernos, como pueblo y como individuos en el marco de la familia y la comunidad. Y en estas ideas está la madre del borrego.

De un lado y del otro del arco ideológico se equivocan con Francisco. La neoizquierda, los populistas y los neoliberales no aciertan en ubicar el sitio desde el cual piensa Francisco. No hallan el púlpito desde el cual habla en el contexto de las ideas. Y no me refiero a los temas religiosos, que en su condición de jesuita dejo para otra nota, sino al núcleo de su pensamiento, si se quiere filosófico.

Para poner nombre y apellido de algunos de sus detractores, tanto Loris Zanatta como su amigo argentino, Jorge Fernández Díaz o Juan José Sebreli, el Papa es un dolor de cabeza. No son los únicos. Al otro extremo del arco ideológico, Horacio Verbitsky y Martín Caparrós lo ubican más en la Edad Media que en la actualidad y adiciono que para un sector de la intelligentzia vernácula es apenas un "peronacho".

Es imposible enumerar a sus detractores tanto como a sus defensores. De modo que voy derecho al asunto. El posicionamiento ideológico de Francisco, despojado de sus aspectos religiosos, es claro. Para él, nacionalismo, marxismo y liberalismo son cuerpos de doctrina negadores de la persona humana y del colectivo social al cual pertenecen. Bergoglio utiliza indistintamente "liberalismo" e "iluminismo" como sinónimos de una misma doctrina y es aquí, en el liberalismo, donde se genera cierta confusión. Pues no todo liberalismo es iluminista.

Ciertamente el iluminismo es una doctrina voluntarista que construye una idea, una propuesta, una forma de organización social armada en el intelecto, por medio de la razón y llevada a la realidad desde afuera de la historia. Sin considerar las costumbres, las tradiciones, la lengua, la religiosidad. Metida a presión. Desde arriba, por un gobierno omnímodo o desde abajo, por medio de una revolución. Lo que podríamos llamar la construcción de la utopía que se impone a golpes de fuerza desde afuera de la historia, con el afán de empezar de nuevo. La razón se impone a la historia. De modo que la niega haciendo de ella tábula rasa, destruyendo costumbres, tradiciones, estilos, vínculos, en fin, la identidad que da sentido de pertenencia.

En este punto Francisco es anti iluminista, insiste en apoyarse en las raíces. El iluminismo lucha por salir de ellas, procura higienizar la sociedad. Por otro lado, tanto el nacionalismo como el marxismo son cuerpos dogmáticos que deben su existencia al racionalismo y la ilustración, como afirma el filósofo francés Alain de Benoist (Comunismo y nazismo), al imponer tanto uno como otro la utopía de la sociedad sin clases o la utopía de la supremacía racial. Son tan totalitarios como el iluminismo. Imponen sus utopías a golpes de fuerza. ¿Alguien duda acaso que fue la razón la que impulsó el terrorismo de Estado de Maximilien Robespierre en Francia, de Lenin o Stalin en Rusia, del Che en Cuba o de Hitler en Alemania?

¿Entonces desde qué púlpito habla Francisco? Para no hacer más extenso este artículo citaré al escritor letonio Isaiah Berlin, que pone luz en el desarrollo del pensamiento occidental de los últimos doscientos años: "La importancia del romanticismo se debe a que constituye el mayor movimiento reciente destinado a transformar la vida y el pensamiento del mundo occidental. Lo considero el cambio puntual ocurrido en la conciencia de Occidente en el curso de los siglos XIX y XX de más envergadura y pienso que todos los otros que tuvieron lugar durante este período parecen en comparación menos importantes" (Las raíces del romanticismo).

En síntesis, a juicio del autor el romanticismo ha sido más decisivo en el pensamiento que los tres grandes dogmas de los últimos doscientos años: iluminismo, marxismo y nacionalismo. El romanticismo generó en el territorio de la filosofía de la historia lo que se conoce como historicismo. En nuestro país el mayor exponente de esta línea ha sido Juan Bautista Alberdi. No fue el único, Olegario V Andrade, Ernesto Quesada, Joaquín V. González, David Pena, entre otros. Creen en la evolución, no en la revolución, por lo tanto, se abocan a entender y seguir las tradiciones y las costumbres. Creen en el progreso, por eso son liberales, pero no iluministas. Pues el progreso no se impune a punta de pistola o espada bruñida, se halla ínsito en ella. Para decirlo con palabras de Alberdi: "Promover el progreso sin precipitarlo, evitar los saltos y las soluciones violentas en el camino gradual de los adelantamientos, sin descuidar las individualidades. Cambiar, mudar, corregir conservando".

Finalmente, observar como un gran disparate las opiniones de Zanatta, Sebreli y Fernández Díaz, que ubican el pensamiento de Francisco en el territorio del nacionalismo católico. ¿Acaso como continuidad de Julio Meinvielle o de Gustavo Franceschi? Bergoglio viene de la Iglesia que sufrió el trauma de la Revolución Libertadora, ese hecho desgraciado que la institución religiosa apoyó para luego entender el valor de la evolución y el disvalor de la revolución. Lucio Gera y el mismo Padre Mujica son un ejemplo del giro copernicano de la Iglesia.