La educación en CABA está en la mitad de su potencial

Juan María Segura

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Reflexionar sobre la situación del sistema educativo de CABA a principio de 2018 es, en algún punto, una invitación a repensarnos como colectivo social e indagar en nuestros problemas, deseos y valores, pero principalmente en nuestras imperfecciones como sociedad. Es despojar de sus cargos y sus montajes escénicos a todos los dirigentes de todas las condiciones y los signos políticos, sentándolos en una mesa redonda a hablar en off sobre nuestros granos, jorobas y arrugas, sin prejuicios, sin condicionamientos

¿Por qué no progresamos más? ¿En qué momento y con qué argumentos abrazamos la mediocridad en nuestro sistema educativo? ¿Por qué hemos abandonado valores y aspiraciones superiores que en algún momento nos unieron y nos impulsaron a ser mejores ciudadanos? ¿Hasta qué punto nos interesa que los niños aprendan siquiera algo relevante? ¿Acaso no llegamos a ver con claridad el camino que se va trazando desde las malas políticas educativas hacia malos aprendizajes, precarización del empleo, marginación y pobreza? ¿No nos suena ninguna campana? ¿Acaso nos volvimos insensibles a lo obvio?

El sistema de enseñanza pública de CABA es el que está mejor dotado de recursos de todo el país: posee los mejores edificios escolares, la mayor cantidad de recursos bibliográficos, el mayor apoyo de actividades extra escolares (arte, deporte, música, colonias de verano), el más diverso entorno cultural, el mayor nivel de tecnificación de sus aulas (junto con San Luis), y además es el que paga los mayores salarios docentes. Con este marco, debería tener una calidad de aprendizajes que no se verifica en las pruebas nacionales Aprender, ni en las pruebas regionales TERSE, ni en las pruebas internacionales PISA. Por lo tanto, aun cuando en la comparativa con las otras jurisdicciones el sistema de CABA mida relativamente bien, está a mitad de camino de su potencial. ¡A mitad de camino! Aun cuando esté revirtiendo la tendencia de pasaje de la escuela pública hacia la privada, su funcionamiento no logra destacar. ¡En este marco de dotación de recursos y entorno!

Aun cuando estén discutiendo una reforma de la escuela secundaria (que recién en 2023 graduará a alumnos de solo 19 escuelas), los aprendizajes todavía no son de calidad. Considerando que el sistema está gobernado por el mismo signo político desde hace más de 10 años, creo que es sintomático que semejante nivel de gasto público por alumno redunde en mejoras de aprendizaje tan tenues en una década. Algo no está bien, algo no estamos haciendo bien, ¡todos! y hay casi 400 mil alumnos que llevarán esos errores gravados en la piel durante toda su vida. Les estamos vaciando la mochila de libros y se las estamos llenando de piedras.

La propuesta de reforma de la escuela secundaria es una idea general en la dirección correcta, pero desarrollada sin mucha profundidad y con una base teórica pobre (parece nacida entre gallos y medianoche), con una intención de implementación torpe, que omite la concurrencia de actores relevantes. Por lo pronto, antes de impulsar una transformación de un sistema escolar, teniendo en cuenta la innumerable cantidad de actores involucrados, lo primero que se debió hacer fue crear una alianza amplia y generosa. Creo que en este aspecto el Gobierno siente que, si invita a otras voces a participar, pierde gobernabilidad y manejo o control del sistema. En la práctica, curiosamente, esto resultaría exactamente al revés. El papel del Gobierno se afirmaría como líder de esa nueva liga de actores educativos, si lo hiciese con carácter, honestidad y buen liderazgo.

Ese es justamente el papel de un gobierno en proyectos como una posible reforma educativa: generar y gestionar un espacio multisectorial y pluriideológico, alentar un diálogo de actores, saber impulsar la participación de todos para garantizar que cada matiz tenga su oportunidad, sintetizar ideas audaces de actores idóneos. Para que esta tarea sea efectiva, es necesario producir y comunicar documentos de avance durante un tiempo (mínimo durante 2 o 3 años), dar a la sociedad la oportunidad de comprender la dirección del cambio. Luego, todo es más sencillo y natural.

Pues bien, nada de esto ocurrió en el caso de CABA. Las tomas de las escuelas, el mamarracho de hijos y padres deambulando por los canales de televisión opinando de temas que desconocían fueron consecuencia de esa defectuosa gestión y coordinación de alianza de actores. Esta torpeza u omisión ensució el debate, y a partir de allí todos se posicionaron mal para debatir aquello de lo que no había casi nada escrito. Que los apasionados y opinólogos hayan copado la parada es, siguiendo este argumento, una consecuencia del error del Gobierno.

Con respecto a la extensión de la jornada, está claro que nuestro país posee un ciclo escolar breve en cantidad de horas. El problema, si se desea avanzar en una mayor escolarización, es que hacen falta más escuelas, pues hay muchos edificios escolares que alojan tres y hasta cuatro turnos de alumnos de jornada simple por día. Por lo tanto, cualquier respuesta a este plateo no puede obviar el tema edilicio. Además, siempre existe una tensión entre las intenciones de un gobierno nacional (que no gestiona escuelas) a través de su Ministerio de Educación, y las realidades políticas, sociales y económicas de las provincias (que sí tienen a su cargo la gestión escolar de sus jurisdicciones). Esta tensión se visualiza con claridad en el Consejo Federal de Educación, en donde se piensa y decide teniendo en cuenta la propia quinta, y no considerando las grandes transformaciones o las epopeyas nacionales. El Consejo Federal, espacio de gestión consorciada de la educación púbica, de naturaleza colegiada de toma de decisiones, es un órgano en donde, por definición, se obra en forma conservadora, y la guía de acción es más política que pedagógica. Siendo ese el foro en donde se discute la extensión de la jornada o la duración del ciclo escolar, es muy probable que desde allí no surjan ideas originales o audaces, o grandes disrupciones.

Los niños deben aprender mejor, y no necesariamente eso se logra con más horas y días de clase. Es un debate profundo y urgente, y no se repara con la política "más es mejor". En la práctica, llevamos 15 años dándole más recursos al sistema nacional de enseñanza escolar, y los resultados no mejoraron. Esto mismo sostiene la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) al verificar que el aumento del gasto en educación del 20% de sus países miembro no fue acompañado por una mejora equivalente en los aprendizajes.

La gran oportunidad que tenemos hoy, y eso sí es un mérito de este Gobierno, es que disponemos de datos para discutir. Con datos, podemos acercarnos con más confianza y precisión a los problemas, dejar de lado a los opinadores, que tanto nos confunden, que tan poco nos ayudan, que ¡tan mal nos hacen! Discutir los problemas de educación con datos es una novedad de estos años, y no tenemos mucha práctica en hacerlo bien. Pero debemos comenzar, tenemos la oportunidad. Los Operativos Aprender y Enseñar nos permiten, a toda la comunidad educativa, discutir mejor informados. Eso es lo que debemos hacer ahora.

Por lo tanto, reflexionar sobre la situación del sistema educativo de CABA a principio de 2018 es decirnos las cosas sin ofendernos. Y también es direccionar nuestras miradas, energía y acción colectiva hacia donde más rédito agregado puede aportarnos en términos de calidad de aprendizaje.

El autor es consultor, experto en Innovación Educativa. Autor del libro "Yo qué sé (#YQS), la educación argentina en la encrucijada".