La economía argentina: la historia sin fin

Si queremos inversión, necesitamos un marco exportador adecuado, y eso incluye dos cosas: tipo de cambio real razonable, o consumo interno

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A esta altura hemos aprendido que el crecimiento económico produce beneficios para todos los miembros de la sociedad: aumenta el empleo, la gente mejora su estado de ánimo, hay más consumo, se eleva la recaudación fiscal consecuencia del crecimiento y no de mayor presión tributaria sobre los contribuyentes.

Estos factores se espiralizan y la gente y las empresas invierten sus ahorros o piden préstamos para nuevos desarrollos o crecimiento de los negocios existentes. Como si fuera poco, la mayor recaudación permite invertir en cloacas, salud, educación, vivienda, infraestructura, etcétera. Para cerrar esta oferta, las consecuencias directas que tiene sobre la caída del crimen y la salud de la población son enormes.

Entonces, las preguntas que formulo hoy son las siguientes: ¿Alguien puede oponerse al crecimiento económico? ¿El Estado tiene un papel en este modelo, o se limita a brindar servicios públicos básicos como seguridad, salud, educación? El alcance del Estado en las vidas de la población va desde la no intervención, liberando así cada aspecto que afecta nuestras vidas, hasta el extremo opuesto, que es el modelo soviético, es decir, control total.

Pero tratemos de verlo desde la perspectiva más simple de todas: ¿Quién toma una decisión de inversión? Cuando alguien invierte, ya sea dinero o trabajo, espera obtener un beneficio. Produce un bien o un servicio y puede venderlo en el mercado interno o en el exterior. Por ejemplo: las economías asiáticas han crecido sobre la base de exportaciones, pero a medida que se saturó el mercado internacional buscaron el desarrollo de sus propios mercados domésticos. Comprendieron que no hay crecimiento privado sin mercado. Es decir, para que haya inversión privada, lo primero que tiene que haber es un mercado interno o externo que se interese por los bienes o los servicios que se producen.

El tipo de cambio y la tasa de interés son dos elementos fundamentales en este modelo de variables controladas, y los dos están manejados en la Argentina desde una perspectiva monetaria.

El Presidente de Estados Unidos Donald Trump hizo veladas críticas a China y México por lo que él consideró competencia desleal. Al devaluar ficticiamente la moneda para exportar más (no hablo de productividad, sólo de tipo de cambio), estos países terminan perjudicando a Estados Unidos. No es coincidencia que los cinco principales socios comerciales de Estados Unidos (China, México, Canadá, Japón y Alemania) tengan un superávit; es decir, cada uno de ellos les vende más productos y servicios a Estados Unidos que lo que este país compra.

Adicionalmente, Trump habló de la gran burbuja que estaban generando las tasas de interés subsidiadas sobre la economía de ese país y se refirió a los impuestos, los que consideró que hay que bajar para permitir mayor crecimiento.

En Argentina tenemos el problema de estar en una espiral decreciente, en medio de un gasto público desmedido y con alta inflación y presión fiscal. Seguir financiando el gasto con emisiones de deuda es absolutamente insostenible en el tiempo. Luchar contra la inflación poniendo las tasas de interés por el cielo también es insostenible en el tiempo.

Si queremos inversión, necesitamos un marco exportador adecuado, y eso incluye dos cosas: tipo de cambio real razonable, o consumo interno, algo muy difícil de generar con altas tasas de interés domésticas y cuando un pantalón, una camisa o un par de zapatillas cuestan la mitad en Estados Unidos que en Argentina. Este fenómeno vuelca el consumo doméstico a viajes al exterior.

Por supuesto, es mucho más fácil decirlo que hacerlo y especialmente para los que no tenemos funciones ejecutivas. Por eso hay que entender desde dónde partimos, para comprender que no hay solución fácil.

Tocar el tipo de cambio nominal (devaluar) en Argentina se ha volcado siempre a precios (inflación) y lo mismo pasa con la tasa de interés baja, que aumenta el consumo pero no la producción. Pero si hay un momento donde una devaluación podría funcionar es en medio de este marco de caída de ventas. ¿Produciría aumento de precios o sería imposible de trasladarse? Los empresarios están muy preocupados y con capacidad ociosa. ¿Podría ser esta una oportunidad para acomodar precios relativos?

Por otro lado, pensando en el papel del Estado, no cortar el gasto en el sector público implica que el ajuste lo hace el sector privado. Y ese esquema nos ha condenado en los últimos 70 años a vivir en la incertidumbre y mezclar años buenos con años terribles. Nada que permita que pensemos en el largo plazo y un escenario que nos obliga a reflexionar en las oportunidades de corto plazo y la especulación.

¿Se puede cambiar sin la confluencia de todos los líderes políticos, sindicales, religiosos, sociales en pos de un país más equilibrado? ¿No será hora de replantear el contrato social que nos ha llevado a esta situación? ¿Estamos listos para hacer el esfuerzo que demanda el cambio? Preguntas complicadas en un año electoral.