La selección argentina de fútbol tiene sed. Presenta una necesidad manifiesta que posibilita una búsqueda por momentos incómoda y desafiante, por otros, agobiante y frustrante. Sin embargo, a partir de esta vivencia, da cuenta de la existencia del agua. Mantenerse en ese camino es hallar la felicidad que encuentran aquellos que buscan.
Tal vez la selección argentina de fútbol se encuentre atravesando su momento más duro, diezmada en su cúpula dirigencial, golpeada por resultados adversos y rendimientos individuales por debajo de las expectativas.
Es recurrente escuchar diferentes cuestionamientos sobre modalidades de juego, estrategias a implementar, nóminas de jugadores, etcétera. De la misma forma, en los últimos torneos continentales, Argentina llevó consigo el peso de la victoria en sus espaldas. Pero, ¿por qué habría de hacerlo? ¿Por qué ganar se tiene que convertir en la normalidad de esta selección? ¿Por qué pretender ser una potencia mundial futbolística? ¿Por qué medir el éxito a través de los resultados?
Alemania, por citar un caso, se propuso, allá por el 2002, confiar en un proyecto a largo plazo para posicionar a su país dentro de las mejores selecciones del mundo. Actualmente, está cosechando los frutos de su siembra. Desde esta cosmovisión, la selección argentina pretende alcanzar el mismo resultado con buenas intenciones y talento aislado.
Más allá de las cuestiones estructurales planteadas recientemente, la psicología deportiva podría brindar un panorama reflexivo sobre esta situación. Como bien sabemos, la psicología especializada en el deporte se centra en el entrenamiento de habilidades mentales para favorecer el rendimiento del deportista. No garantiza resultados, sino que favorece el desarrollo de recursos personales para potenciar su performance. Trabaja sobre ejes nucleares tales como la motivación, la activación, la autoconfianza, la ansiedad precompetitiva, las lesiones deportivas, el control de presiones, el trabajo en grupo, el liderazgo, la comunicación, entre otras cualidades mentales.
Ahora bien, ¿de qué forma podría responder la psicología deportiva ante este momento particular de la selección? Desde un nivel de análisis práctico, podría poner el foco en la capacidad del equipo de confrontarse nuevamente con sus logros recientes para retroalimentar su autoconfianza; convertir la presión en el motor de la conducta; conectarse nuevamente con el deseo más profundo por el cual juegan al fútbol: el disfrute del juego.
Sin embargo, más allá de la importancia de este trabajo y la urgencia de mirar hacia adentro, las preguntas correctas responden a un nivel más profundo de análisis. ¿Cómo puede recaer todo el peso de no conseguir un título en las últimas décadas en estos jugadores? ¿Cómo puede recaer la crítica masiva por las tres finales no ganadas sobre sus hombros? ¿Por qué empoderar la bandera del "váyanse todos"? Tenemos la imperiosa tarea de empatizar con ellos, comprender su horizonte, su historicidad, su mundo de la vida. Esta comprensión de la persona detrás del futbolista exige corrernos del conformismo y el fanatismo generado por el fútbol. Si realmente podemos ver al deportista como una persona que despliega todo su potencial, con sus limitaciones y sus virtudes, seguramente no le pidamos más de lo que da y podamos comprenderlo, abrazar su causa. Volver a colocar al deportista en el centro del deporte.
En términos de Viktor Frankl, creador de la escuela logoterapeútica, podremos vislumbrar esta situación como un "optimismo trágico". Lo trágico hace referencia a esta situación crítica que está vivenciando la selección, los condicionamientos psicológicos, las presiones, las limitaciones. Pero somos optimistas por todo lo que se puede llegar a hacer con lo que se presenta hoy. Cada nueva derrota nos presenta una oportunidad para encontrar allí un nuevo sentido.
Como alguna vez dijo el escritor de Las Crónicas de Narnia, C. S. Lewis: "Los fracasos repetidos son huellas en el camino hacia el logro. Uno fracasa de camino al éxito". Dicho en otras palabras, el sufrimiento de hoy forma parte de la felicidad de mañana, si uno puede aprender de sus errores y mantenerse en constante búsqueda. Si no, pregúntenle a Juan Martín del Potro.
El autor es psicólogo deportivo, profesor de la carrera de psicología de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.
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