
En un medio donde los reflectores no perdonan y la opinión pública parece llevar cronómetro y lupa, Susana Zabaleta y Ricardo Pérez decidieron mirar al amor sin fecha de caducidad. Su relación, por demás inesperada para muchos, ha desafiado dos fantasmas que en la cultura popular todavía resuenan con fuerza: la diferencia generacional y la implacable mirada ajena.
En entrevista con Yordi Rosado, ambos artistas abrieron una ventana a su intimidad, no con afán de justificarse, sino para reflexionar en voz alta sobre los retos que han enfrentado al construir su vínculo en un contexto donde la crítica se lanza antes que la comprensión.
Lo que de verdad los inquietó
Más allá del escándalo, lo que realmente marcó el inicio de su historia fue la duda. No la del otro, sino la propia. Susana confesó, con brutal honestidad, que al principio el tema sexual fue un muro difícil de escalar.
Le aterraba lastimar a Ricardo por su juventud: “Pensaba que estaba bien chiquito, me daba miedo traumarlo”, dijo. Esa frase no es solo una confesión íntima, es el eco de una sociedad que aún impone etiquetas de lo que “debería” ser el amor.
Ricardo, por su parte, no se quedó en el papel de galán impávido. También dudó. Se preguntó si podía herirla. Ambos se sentían en un terreno inédito, más allá de los clichés.
Las lágrimas, según relataron, aparecieron cuando imaginaron escenarios futuros inciertos. ¿Y si se estaban metiendo demasiado? ¿Y si no funcionaba? Pero ahí, en ese vértigo emocional, emergió la lucidez. “Es una estupidez no probar lo que está funcionando”, concluyeron. No como lema para colgar en Instagram, sino como decisión vital.

El juicio que no pidieron
Si bien sus cuestionamientos internos fueron intensos, el verdadero terremoto vino desde fuera. La relación desató un vendaval de comentarios, teorías, apuestas y prejuicios. El episodio más simbólico ocurrió antes de que fueran pareja: Ricardo había dicho en “La Cotorrisa” que Susana era “la milf número uno de México”, comentario que llegó hasta los oídos del hijo de ella. El revuelo fue inmediato.
Esa etiqueta, lejos de halagar, colocó a Zabaleta en una posición incómoda. No solo por el término, sino por el modo en que se convirtió en tendencia, memes incluidos. Desde entonces, salir a la calle juntos se volvió una odisea. Optaron por esconderse. La presión social no venía solo de la farándula o la prensa: mujeres también criticaban a Susana, insinuando que “abusaba” por ser mayor. Un doble estándar que rara vez se aplica en casos opuestos.

Entre la intimidad y el escenario digital
Cuando decidieron hacer pública su relación —subiendo fotos y videos— no fue para alimentar el morbo, sino para quitarle poder al chisme. Querían narrarse con su propia voz. Pero exponer su felicidad tuvo un costo inesperado: les hizo más difícil protegerla. “Nos ha traído mala onda”, confesaron. Malas vibras, como si la dicha fuera una provocación.
Frente a ese escenario, optaron por reducir su presencia en redes. No como una retirada, sino como un blindaje. “Hay gente a la que le enoja vernos contentos”, reconocieron. En tiempos donde la exhibición de la vida personal parece ser la norma, su decisión de resguardar lo valioso suena casi revolucionaria.

La edad como espejo, no como obstáculo
En el fondo, la edad dejó de ser el eje de su relación para convertirse en un dato anecdótico. Al principio, Susana pensaba: “Yo ya hice una vida, ya tuve hijos, ya me casé. Tú todavía tienes todo por delante”. Pero Ricardo rompió con esa lógica. Para él, no existe un itinerario fijo. La vida, dijo, “no es como uno la planea”.
Ese desfase de expectativas, lejos de fracturarlos, los unió. Decidieron anclarse al presente, valorar cómo se hacen sentir el uno al otro ahora. Ni el pasado ni el futuro pesan más que el deseo de verse al día siguiente. No es que hayan eliminado las preguntas, es que eligieron no dejarse paralizar por ellas.

Una historia que no busca aprobación
Lo que distingue esta relación de otras no es la diferencia de edad, sino la valentía de vivirla pese al ruido. En una era donde cada paso se comenta, cada beso se disecciona y cada pareja pública se transforma en espectáculo, Zabaleta y Pérez decidieron apostar por algo profundamente íntimo: sentirse bien en la propia piel, al lado del otro.
A Susana le duele que algunos piensen que la relación es un invento mediático. Que crean que hay beneficio detrás del amor. “No hay ganancia económica, nos complica la vida”, admitieron. ¿Por qué, entonces, hacerlo visible? Porque, como ella dice, “me gusta compartir mi felicidad”. No por ego, sino porque cree que puede inspirar a otros. Especialmente a quienes, por edad o historia, ya no se sienten con permiso de enamorarse otra vez.
“No hay edad para las almas gemelas”, dijo ella. Y aunque parezca una frase de novela rosa, en su voz suena a manifiesto. Uno que, a diferencia de los comentarios de redes, sí tiene fondo.

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