Mariela Giménez: el boom de la literatura romántica, la pandemia en Estados Unidos y cómo pensar la prostitución desde la ficción

La autora de “El retorno de las niñas perdidas” conversó con Infobae sobre su vida en el extranjero, los prejuicios en torno a géneros literarios “femeninos” y la literatura como terreno de debate

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(Franco Fafasuli)
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Mariela Giménez llegó a Estados Unidos el 26 de febrero de 2019. Vivía en Firmat, una pequeña ciudad de Santa Fe, atendiendo pacientes; es psicóloga. A su marido le surgió un trabajo en Lafayette, en el estado de Luisiana, y partieron los cuatro: ellos dos y sus dos hijas pequeñas. “Nos tomó cinco minutos decidir que era una buena alternativa. Siempre nos preguntábamos cómo sería estar en una cultura y en un idioma diferentes. Era toda una aventura”. Pero no pasó ni un mes de su arribo que el mundo dejó de girar y se detuvo. El 13 de marzo, luego de que las palabras pandemia y coronavirus se vuelvan trending topics de la vida cotidiana, se cerró todo. “Me acuerdo bien porque era el día de mi cumpleaños”, dice ahora, en un hotel del Microcentro, a metros de Plaza de Mayo, en diálogo con Infobae. Son alrededor de las tres de la tarde de un día de semana cualquiera, la moza trae dos cafés, afuera un sol esbelto disimula la repentina ola polar.

“Nos fuimos con la idea de volver a mitad o a fin de año a visitar a nuestros familiares y amigos”, dice. Tardaron dos años y medio en pisar suelo argentino otra vez. “Todo fue extraño. Primero, la imposibilidad de volver que se aplazaba cada vez más. Además, el país estaba diferente: Trump, todo cerrado, el temor de no saber lo que se venía, era el momento de peor caos. Íbamos al supermercado y no había papel higiénico. Nos habíamos pintado un escenario totalmente diferente. Como acá, supongo. Pero vivirlo lejos le sumó un vértigo diferente”, cuenta esta escritora ya consolidada cuya obra se forma con una trilogía publicada entre 2012 y 2013, Entre luces y sombras (2014), Primaveras para Elías (2015), Entre senderos de lavanda (2019), #UnaLucrecia (2020) y su nueva novela, la que horas después de esta conversación presentará en la librería Dain, en Palermo, en contacto nuevamente con sus lectores: El retorno de las niñas perdidas.

Pero antes de la pandemia, antes de Firmat, su vida tampoco fue lineal. “He estado rondando por muchos lugares del país, por eso viajar siempre es una experiencia interesante”, dice. Mariela Giménez nació en Granadero Baigorria (Santa Fe), a los siete años se mudó a Tartagal (Salta) y cuando terminó el colegio se fue a estudiar Psicología a Córdoba. Conoció a su marido en Tartagal, él es de Mendoza, y se fueron juntos a Firmat, donde está su “familia de origen”. “Ahí empecé a trabajar como psicóloga y puse un pie en las letras, y no me fui más. Cuando surge la idea de irnos a Estados Unidos dijimos que sí, pero siento que soy un poco de todos lados. Si hay algo que aprendí con este viaje es que las raíces no las plantás en la tierra, te las llevás vos. Eso para mí ahora está más claro que nunca”.

(Franco Fafasuli)
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Ahora mira hacia atrás, hacia su pasado familiar, sus años tempranos en Granadero Baigorria o en su casa de Tartagal y ve una biblioteca. “En casa era importante que hubiera libros”, dice y recuerda que esperaba ansiosa que suene el timbre, que se abra la puerta, que haya un hombre, el cartero, el muchacho del correo, con un tomo de la enciclopedia. “Tengo un recuerdo muy patente de cuando era chiquita: del desmembramiento del diario a mí nunca me tocaba nada, hasta que mi papá me dio la última página, la de las historietas. Yo no leía, por supuesto. Creo que eso me inauguró como lectora. Desde entonces empecé a leer todo lo que me acercaban”. Pero recuerda también un camino alternativo, una bifurcación: una docente de la primaria en Tartagal que le mostró autores que ella desconocía. “Me enamoré de Juan Forn, que lo perdimos hace poco”, recuerda.

“Eso fue un punto de quiebre porque esa maestra creyó en mí como escritora antes de que yo me diera cuenta. Yo ya tenía la decisión de ser psicóloga. Teníamos un vínculo personal. Me inspiró, esa es la realidad. Cuando nos despedimos le escribí una carta. Ella me dijo: ‘deberías dedicarte a escribir‘. Yo le dije: ‘no, no, yo ya tengo decidida mi profesión‘. Me fui a estudiar, me enamoré de la Psicología, que no era nada de lo que esperada, de lo que había estudiado en la secundaria. Me sorprendí con el mundo que me ofreció. Pero empecé a extrañar escribir, no solamente leer; leer leía todo el tiempo. Empecé a escribir un poco a escondidas para tener un mundo aparte de todo lo académico”. Hasta que en el año 2010, de tanto escribir, se formó una novela. “Un archivo que empezó a insistir”, dice. “Cada vez que abría la computadora me decía: ‘¿qué vas a hacer conmigo?‘”, cuenta y se ríe.

Decidió autopublicarse. La editorial era Tinta Libre. “Los chicos recién se estaban instalando. Tuvimos la reunión en la cochera llena de libros”. El editor le dijo: “Es muy difícil vivir de la literatura en Argentina”. Ella le respondió: “Lo voy a hacer. Te lo voy a demostrar”. “Ahora te puedo decir que se puede vivir de la literatura, porque los libros no te pagan con plata; no viene por ese lado. Lo que ganás con el encuentro con el que está del otro lado de las páginas es súper enriquecedor. Estos diez años de balance, todo crecimiento, han sido fantásticos”, cuenta. En 2012 se publicó su primer libro, Azabache, el color de la pasión —se volvería trilogía con Esmeralda, el color de la obsesión y Ámbar, el color de la mentira, ambos de 2013— y se presentó en la Feria del Libro de Córdoba. Todo empezó con un cuento “de dos mundos que se unían” y terminó siendo trilogía.

(Franco Fafasuli)
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En ese momento “leía mucho Stephen King, thrillers, novelas rápidas” pero, cuenta, “me sorprendí escribiendo romántica”. Cuando la editorial le preguntó para qué público estaba destinada, ella pensó: “¿Romántica? Para mujeres”. Ahora sonríe, baja la vista y dice: “¡Mirá qué prejuicio!”

—Hay una etiqueta en El retorno de las niñas perdidas, en la gacetilla en realidad, que dice: “Público sugerido: mujeres”.

—Permitime disentir —dice y larga una carcajada—, primero porque eso ya predispone de alguna manera. Cuando yo me acerco a un libro, el libro no me consulta, no me pone una etiqueta. No tenemos que ser nosotros los que encerremos. Todos los libros son para todos. A veces te encontrás con un libro que no es para vos pero si lo leés diez años después te parece maravilloso. Me llevo mal con las etiquetas.

—Hay otra etiqueta, más ordenadora, que es la de literatura juvenil. ¿Te interesa particularmente ese público?

—Me interesa acercarme y saber qué leen los pibes. La Feria del Libro fue juvenil, eso fue indiscutible. Para hablar de otra etiqueta, tiraron abajo la idea de que los chicos no leen. Los chicos leen un montón, muchas veces más que los adultos. Me interesa leer esos libros y saber qué les inspiran, qué buscan los chicos ahí. Ellos van a ser los lectores del futuro, los que en veinte o treinta años se encuentren con otras historias. Es enriquecedor, me genera mucha curiosidad y trato de ir a esos encuentros.

(Franco Fafasuli)
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La primera devolución que tuvo de un lector fue de un hombre. “Había un agregado: era un guardiacárcel. Me decía que necesitaba urgente que publicara la segunda parte de la novela, de Azabache, el color de la pasión, que él ya la había leído, que se la había pasado a sus compañeros, que cómo seguía la historia. Eso fue muy aleccionador: qué diferente era el mundo que yo me planteaba”, cuenta ahora. El gran salto lo tuvo en 2015. “Yo iba a los encuentros con mi valijita llena de libros. Durante un tiempo pensé que mis historias no encontraban su lugar dentro del género romántico. Hasta que llegó la antología”. Con Ay, amor: diez historias para enamorarse, dice, “fue tocar el cielo con las manos”. Poco a poco se afianzó en el género. “El romance siempre es una excusa para hablar de algo más. Escribo novela romántica pero escribo novela contemporánea: me interesa pensar lo que nos pasa”, sostiene.

En 2019 publicó Entre senderos de lavanda con la editorial Vera, sello del grupo V&R. Y ahora, dos años después, El retorno de las niñas perdidas. “Como en la vida”, Mariela Giménez apuesta al instinto. A principio fue “buscar sentirme identificada, salir a la calle y ver que yo también podía tener una historia de ese calibre; eso sentí que empezaron a encontrar los lectores. Quizás eso ha marcado toda mi obra: personajes muy a tierra y extraordinarios en su vida ordinaria. Me gusta mucho John Katzenbach, es uno de mis autores favoritos. Lo conocí en Córdoba, tuvimos una pequeña charla. Recuerdo que en esa gran disertación habló de su novela La historia del loco. Él decía que en esa historia el personaje más improbable, una persona con un trastorno mental, es la que termina resolviendo un crimen y que las personas con los recursos más limitados pueden terminar haciendo cosas extraordinarias. Eso me resonó muy personal, porque eso es lo que yo busco”.

(Franco Fafasuli)
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—El retorno de las niñas perdidas se sitúa en Marsella, ¿por qué esa ciudad?

—Me enamoré de esa ciudad. Primero, una ciudad portuaria, con muchas historias, con mucha cultura, porque donde hay puerto entra y sale gente todo el tiempo. Y me hacía eco con una ciudad que yo conozco mucho, que tengo cerca: Rosario. Ellos allá tienen un gran problema con la criminalidad, es una de las ciudades con las cifras más altas. En aquel momento cuando investigaba acerca de la ciudad me llamó la atención el gran problema que tienen con los inmigrantes y cómo poder sobrellevar y acompañar a una población que muchas veces viene escapando de sus infiernos y termina en infiernos todavía perores, porque no hay contención suficiente para acompañar sus necesidades. Y muchas veces, o en su mayoría, terminan en la marginalidad, en la ilegalidad y otras personas terminan supliendo necesidades que debería suplir el Estado. Muchos terminan en víctimas de la criminalidad o convirtiéndose ellos mismos en criminales. Quise hablar desde el lugar respetuoso de un personaje puntual. En El retorno de las niñas perdidas hablamos de la problemática de la trata de personas y todos lo vemos como algo terrible, pero cuando te lo cuenta una persona, su historia, lo que vive, y lo que significa no poder decidir sobre vos misma, eso te cambia completamente tu perspectiva”.

—En el feminismo hay un discusión muy intensa en torno a la prostitución. De un lado la abolición, del otro la regulación y todos los matices en el medio. ¿En qué lugar te ubicás en ese debate?

—Es un debate que se va modificando ese pensamiento respecto de cuál sea tu metro cuadrado. En Francia hay un gran debate en torno a eso, porque no hace tanto que allá la prostitución es un delito, que está penada. Pienso en Moulin Rouge, convivíamos con eso. Hay un gran debate porque todavía están aquellos que piensan en la posibilidad que pueda tener cada uno, la decisión de hacer con su cuerpo lo que desee: la posición de ejercer la prostitución desde un lugar de decisión. Y está toda la tora corriente que dice: no, este tipo de trabajadores terminan también a merced de otros que comercian por ellos. Por eso te digo que la opinión que se puede tener al respecto depende de cuál es tu mirada y cuál es tu posición y cuáles son tus vulnerabilidades en torno a eso también. En mi novela no hay una posibilidad de doble lectura. En El retorno de las niñas perdidas son mujeres que llegan buscando un escape y lo que encuentran es una prisión, y gente que comercia con ellas y obtiene un beneficio, y el beneficio para ellas no es nada más que el engaño de ‘te doy un techo en un lugar que desconocés’, y muchas veces desconocés el idioma y no tenés dinero y te retienen tus documentos. Todo esto te coloca en una posición de mucha más vulnerabilidad de la que ya venís. Fátima, la protagonista, es una mujer que no busca la lucha en el sentido de lo que pasa con las mujeres; creo que ninguna deberíamos tener que luchar. La lucha es una consecuencia del mundo en el que vivimos. Ella es una mujer que quiere la paz, que quiere estar en su casa tranquila sin tener que mirar sobre su hombro para ver quién la persigue. En ese punto todas queremos lo mismo: la posibilidad de elegir en libertad. Esta necesidad de lucha es un medio, no es un fin. En términos más sencillos: no nos queda otra.

—¿Qué rol juega la literatura en todo esto?

—La literatura no dejar de ser uno de los tantos espacios donde hablar de esto. Para quienes escribimos novela contemporánea es inevitable no poner algo de lo que nos sucede. La literatura es una herramienta y terreno propicio para el debate. Para mí es muy importante dejar una pregunta. También incomodar un poco. Ubicarnos con otra piel, con otros ojos, a veces te permite que en la vuelta, al verte a vos mismo, las cosas cambien y se genera una reflexión nueva. Y lo vivo también con una gran responsabilidad, porque pienso que cuando uno va a tocar un lugar sensible, como es este y en este momento de la historia, hay que hacerlo desde un lugar responsable, tratando de dar un mensaje siempre enriquecedor. Y entendiendo que yo no estoy para escribir verdades absolutas, sino simplemente dar una mirada reflexiva sobre lo que creo que es importante. Siempre como un puntapié. Que es lo que me gusta buscar al momento de leer.

(Franco Fafasuli)
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Mariela Giménez se siente parte del movimiento de la literatura romántica, esa gran ola que siempre vuelve, pero que nunca se va. Hoy, como hace cien, doscientos años, vuelve a ser un boom. ¿Qué elementos de este contexto posibilitan esa nueva propulsión? “Los lectores, los autores, el contexto, todo se va transformando, sin embargo creo que no hay libro que se quede viejo. Quizás son esos grandes amores de la historia los que nos hacen ver las nuevas formas de vincularnos, el matrimonio visto desde otro lugar, de muchos lugares de hecho. Es una forma de mirar en acuerdo o en desacuerdo o ’esto me hace ruido’. Esas historias son un espejo adonde mirarnos”, dice y agrega: “Me sorprende la cantidad de hombres que se están acercando al género”.

“Los libros son testimonio de una época. Lo que se escribió en otro momento es el documento de cómo se veía, como se leía, cómo se sentía en ese contexto. Lo mismo nos pasará ahora a nosotros. Yo me pregunto: ¿qué pensará mi hija dentro de treinta años cuando se encuentre con mis novelas, a la luz de qué las leerá? Los libros se renuevan en el encuentro con cada lector”. En este género, eso que el mercado dio en llamar literatura romántica, hay una predominancia de mujeres. Personajes mujeres. “Yo quiero hablar de eso, es una responsabilidad. Ahora más porque siento que tengo un lugar de privilegio. Cada vez que veo mi libro en una librería siento la responsabilidad de dar un mensaje positivo, pero también una pregunta”, sostiene.

Como lectora, dice, agradece y celebra los libros que “me mueven un poco la estantería”. “Creo que hay muchos personajes femeninos como consecuencia que somos las mujeres las que escribimos, sin embargo los varones se están animando cada vez más. Y lo necesitamos, porque todos tenemos nuestra propia experiencia sobre el amor y cómo vincularnos. Necesitamos más voces. Además, me genera curiosidad cómo se ve desde otro lugar, las diferentes versiones. Antes éramos nosotras las que escondíamos un poco la novela romántica. Pienso en mi abuela forrando los libros para que nadie los viera. Ahora son los hombres. Está bueno que leamos todo todos”, concluye y en su cara se dibuja una sonrisa, la misma que mantuvo durante toda la conversación.

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