“Colombia está llena de leyes que no se cumplen”: Octavio Escobar Giraldo, a propósito de su novela ‘Cada oscura tumba’

Seix Barral publica el más reciente texto del escritor colombiano, ganador del Premio Nacional de Novela 2016. Infobae conversó con él acerca de su proceso de escritura y el tratamiento del género negro a lo largo de su obra

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El escritor colombiano habló con Infobae sobre su novela "Cada oscura tumba". (Foto: Juan Páez/Gaceta).
El escritor colombiano habló con Infobae sobre su novela "Cada oscura tumba". (Foto: Juan Páez/Gaceta).

Pocos pensarían que también es médico. Escribe novelas y es médico, sí. No es Chéjov, desde luego. Él era ruso, escribía cuentos y, además, ya está muerto. Éste es colombiano, de Manizales, más exactamente. También es profesor y un cinéfilo sin remedio. Ya son varias cosas al hilo. Entonces, sí. Es médico, profesor, escritor y le queda tiempo para ver películas como el que más.

Se llama como el emperador romano, Octavio, y se ganó el Premio Nacional de Novela en el 2016 con Después y antes de Dios. El grupo Planeta ha publicado su título más reciente, Cada oscura tumba, bajo el sello Seix Barral, en el cual se remonta al periodo comprendido entre los años 2004 y 2009, cuando miembros de las fuerzas armadas colombianas asesinaron a cerca de 6402 jóvenes en lo que se conoció como los “falsos positivos”, pero en la novela, Escobar Giraldo sitúa el lente en otros frentes, se fija en otros detalles, “asume riesgos que hasta ahora no habían aparecido narrados en la literatura colombiana”.

Una de las protagonistas es Melva Lucy, que encarna todo lo que el lector va a asumir como propio a lo largo de la novela. Su hermano ha sido asesinado, en Buenaventura, y ella trabaja en Bogotá fregando platos para un restaurante. El otro es Gabriel Álvarez Cuadrado, el abogado, un defensor apasionado de los derechos humanos que acaba de terminar una relación amorosa y, mientras desarrolla sus casos, se enfrenta a sí mismo y a sus demonios. Ambos personajes, sus vidas, se verán narradas en esta novela que sugiere que “hasta las mejores motivaciones, esconden debilidades morales profundas”.

Las acciones transcurren en el marco de las negociaciones de paz del gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC, y tanto Bogotá como los otros escenarios reclaman protagonismo con el correr de las páginas, abarrotadas de diálogos excelentes que le permiten al lector meterse de lleno en la trama, como si en lugar de estar leyendo una novela le estuvieran contando algo desde el asiento de al lado. Cada oscura tumba es una novela que engancha, desgaja y cuestiona, que se lee rápido y más parece un cortometraje que un libro. Su estructura permite tener esa sensación.

“Melva Lucy miró sus ropas sobre el piso y con movimientos rápidos las recogió y se encerró en el baño. Se vistió en la oscuridad, llorando sin saber muy bien por qué, tenía tantos motivos. En un momento feroz pensó que por fin su hermano sería vengado. En otro se preguntó aterrorizada qué tantos muertos había en el pasado de ese hombre que la esperaba al otro lado de la puerta. Maldijo su vida, la cadena de sucesos, de la cual seguramente era culpable, que la había llevado a vestirse en el baño de un apartamento casi vacío que un asesino consideraba su hogar”.

La realidad colombiana parece destinada a escribirse en tono oscuro. Este libro concentra su atención en uno más de los episodios de violencia que nos embargan como país. ¿Por qué fijar allí la mirada, en eso que pasa y todos conocemos?

Cada oscura tumba propone una estructura derivada de la novela negra y la novela policíaca, y toma elementos de referentes cinematográficos, que le dan, en mi opinión, la posibilidad a los lectores de realizar otra aprehensión del tema, de tener otro entendimiento. Me parece que vale mucho la pena, tanto desde el punto de vista literario como desde lo que es nuestra sociedad colombiana y lo que quisiéramos que fuera.

La literatura siempre le da otro punto de vista a las cosas, otra perspectiva. Estamos acostumbrados a la nota de prensa corta y muy concreta, a los dos o tres minutos en los noticieros, y dejamos de lado lo realmente sustancioso. No alcanzamos a dimensionar el drama real del asunto, como lo es, en este caso, el de las ejecuciones extra judiciales. La literatura tiene esa capacidad transformadora que nos permite enfrentarnos a estas situaciones, interpelarlas, cuestionarlas, a través de la ficción.

¿Cuál es el reto que subyace en contar algo que ya es noticia en todas partes y aún así decir cosas distintas?

— Siempre tenemos información incompleta respecto a lo que vivimos en nuestro país. La literatura, y más exactamente la novela, puede completar esa información por medio de la ficción, permitiendo que el lector tenga muchos más matices sobre la historia detrás de la historia.

Cuando uno está leyendo, tiene la posibilidad de vivir con los personajes, de estar ahí con ellos, de ocupar su mismo espacio. En el caso de esta novela, lo que le ocurre a Melva Lucy y lo que enfrenta Álvarez Cuadrado, le permiten al lector una experiencia distinta a lo que podría ser si se acercara a leer un informe o a escuchar la noticia desde la radio. Eso es lo que construye la literatura y el aporte que le da al tratamiento de episodios tan significativos de nuestra realidad. Creo que el reto está en contar como si nadie supiera lo que uno está diciendo, pero con la certeza de que lo entenderán.

En ese orden de ideas, ¿qué requirió más trabajo en esta novela, la trama en sí o el carácter tan definido de los personajes?

— Curiosamente, las cosas funcionaron de una manera más que integral. Yo concibo los personajes al inicio, trabajo con ellos, los construyo de una manera muy detallada. Sinceramente, yo pensaba que la novela iba a terminar 30 o 40 páginas antes del desenlace final, pero los mismos personajes empezaron a pedir más espacio. Había un argumento que estaba trazado y cuando llego a determinadas partes son los personajes los que reclaman continuidad. Contar lo que se cuenta aquí es algo que obedece a la naturalidad de los personajes. Es algo que me dejó satisfecho y me tranquilizó, pues me permitió entender que sus voces eran las que iban a interactuar con los lectores, las que contarían la otra cara de todo esto.

En la novela, los protagonistas poco se encuentran entre sí, pero son personajes que se complementan muy bien. La emotividad y la cantidad de dilemas que tiene Melva Lucy por un lado, y por el otro, los juicios de Álvarez Cuadrado y su fe en la justicia, su forma de ver el mundo, la relación con su madre. Ambos personajes crecen juntos en el desarrollo de la novela y son exigentes con lo que refiere a la trama.

¿Cuál es el papel de la doble moral aquí?

— Es algo que ya he tratado en mis obras, especialmente en Después y antes de Dios. Esa es casi una novela sobre la doble moral. Aquí, por supuesto, se manifiesta en esa forma de ser de los colombianos, de decir una cosa y hacer otra. Está referida a un momento y a unos hechos específicos de la historia colombiana, y hace parte de nuestra personalidad como país.

Colombia está llena de leyes que no se cumplen. Este es un país en el que la mínima urgencia requiere un sinfin de burocracias, en el que cuando nos están pisando los cayos, actuamos de manera irreflexiva sin respetar absolutamente nada. El personaje de Álvarez Cuadrado evoca un poco de todo esto que somos. De manera que la novela refleja esta doble moral que es tan marcada en nosotros y ojalá que podamos recuperarnos de ello.

Melva Lucy parece encarnar toda la inconformidad y el dolor del relato. ¿Qué es lo que reclama, en términos formales, un personaje como este?

— Mucho de lo que es Melva Lucy ya estaba trazado, pero conforme avanzaba la novela, ella iba pidiendo. Hay que mencionar que procede de una novela anterior en la que la presento como personaje secundario. En Saide no tuvo mayor relevancia, pero varios amigos lectores me dijeron que les gustaba mucho. No tenía en mente hacer una continuación de esa novela, pero cuando empiezo a planear Cada oscura tumba, Melva Lucy aparece ahí, como el personaje indicado para mostrar esas ambigüedades éticas de los colombianos, esa incapacidad que tenemos para ser coherentes con nosotros mismos.

El espacio es protagonista también en esta novela. ¿Le da usted esta importancia o es algo que va surgiendo conforme avanza la novela?

— Creo que tiene que ver con los diálogos. Es algo que intento tomar del cine. Me interesa lograr que el lector se sienta al lado de los personajes, que pueda recorrer con ellos las mismas calles. Estos espacios de la novela son, además, sitios que yo conozco muy bien y que repasé al momento de sentarme a escribir. Fui a buscar las locaciones, como si de una película se tratara, y con ello lo que buscaba era que el nivel de detalle fuera más que preciso, que el lector se sintiera familiarizado.

Hoy el lenguaje audiovisual es mucho más cercano a las personas que cualquier otro. Aliarse con ese lenguaje, hablando de una novela, resulta más que ventajoso.

¿Se hace denuncia al tratar estos temas desde la literatura?

— Más que denunciar, lo que la novela hace es volver a poner estos temas sobre la mesa para que no se nos olviden. La ficción tiene la virtud de permitirle al lector vivir de primera mano lo que se está narrando. Eso genera otro entendimiento, pero no debe superar los límites de la literatura.

¿El escritor tiene necesariamente una obligación con su sociedad y su tiempo? ¿Siente usted que la tiene con Colombia?

— No lo veo como una obligación. Yo no la tengo. Lo que sí existe es una necesidad, no de hacer un panfleto, en este caso, de exponer unos hechos, sino de contar algo que merece ser recordado. Lo que se hace es tratar un tema que interesa a nuestra realidad, que hace parte de nosotros y no tiene porqué pasar desapercibido.

Al final, ¿sabremos qué decir francamente?

— Es un guiño interesante a las últimas líneas de la novela. Creo que cada lector se dirá algo al terminarla, si es que efectivamente llegaron hasta el final. Espero que lo hagan después de plantearse una serie de preguntas y reflexionar alrededor de ciertos dilemas. Si ocurre, la novela habrá cumplido su objetivo.

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