El libro de historia que exageró el 25 de mayo: una esclava inventada, un virrey ahorcado y chismes apócrifos sobre el Cabildo Abierto

Para darle “color y pasión” a la Revolución, Vicente Fidel López publicó a fines del siglo XIX un texto en el que dejó volar su prosa literaria. Fue en medio de una disputa historiográfica con Bartolomé Mitre.

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Vicente Fidel López publicó su crónica en 1896.
Vicente Fidel López publicó su crónica en 1896.

En 1896 se publicó un libro que aún hoy es confundido con una fuente histórica, cuando su contenido es apócrifo. La Gran Semana de 1810. Crónica de la Revolución de Mayo. Recompuesta y arreglada por cartas según la posición y las opiniones de los Promotores fue una pieza más del debate metodológico entre Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre.

López reelaboró literariamente las ya literarias memorias que circulaban de los protagonistas de las jornadas de Mayo. Les dio forma epistolar y las atribuyó a personajes secundarios, apenas conjeturando sus identidades. Irónicamente, firmó el libro igual que ellos, con sus iniciales, V.F.L., dando a entender que era una obra fraguada.

En la introducción al libro, apuntaba que “las cartas no son evidentemente originales, sino copias de una misma letra, firmadas con simples iniciales (...), que pueden carecer de autenticidad, pero que no carecen de verdad”, revelando parcialmente su operación.

Pero lo más interesante de su lance es su archivera. Imaginó que las cartas habían sido resguardadas en el baúl de una esclava parda, a quien llamó Marcelina Orma. A las personas esclavizadas les solían asignar los apellidos de quienes las detentaban como bienes. López le asignó el rol de haber sido esclava del religioso Mariano Orma.

Se figuró entonces que a Marcelina le habían encomendado conservar los papeles que él daba a conocer, para que vieran la luz después de su muerte. Le atribuyó a Marcelina la costumbre de asistir a la casa López todos los 25 de mayo, de ahí que el autor fuera su ficticio heredero.

En una escena en una fecha patria, le declamaban a Marcelina la editorial del diario del día, probablemente La Nación, diario del mitrismo. Ella expresa su disgusto ante la falta de nombres propios: “‘Pero ¿dónde está la patria? -nos dijo-. Ahí no hablan de ella. Cuando yo me muera, que ya ando de más en este mundo, le hé de dejar, niño, unos papeles, mucho más lindos que ese (...)’. Y Marcelina se puso a llorar con un dolor profundo, el mismo día que había concentrado para ella en otro tiempo todas las grandes y nobles alegrías de su alma (...) y nos pareció que veíamos en aquella vieja a la Patria misma que lloraba sus viejos y fieles amantes”. La patria como una esclava memoriosa, abjurando de su presente, próxima a la muerte.

La segunda línea de la revolución

López era hijo del autor de la “marcha patriótica” proclamada como canción oficial de las Provincias Unidas por la Asamblea del Año XIII, y con los años elevada a himno nacional. Es decir, era hijo de un protagonista. Sin embargo, corrió la óptica hacia los patriotas de segunda línea y, a través de ellos, hacia las márgenes de la ciudad revolucionada.

En las palabras preliminares, López también anunciaba que la correspondencia presentaba a “la Revolución de 1810, día por día, y a medida que se va haciendo; sin el enfático clasicismo que le han dado los panegíricos convencionales de los tiempos subsiguientes; que (...) carecen sin embargo del colorido que tuvieron los sucesos al tiempo que los iban produciendo la pasión y el interés de los agentes secundarios que constituían la fuerza vital del sacudimiento”.

Bartolomé Mitre fue el rival intelectual de Vicente Fidel López.
Bartolomé Mitre fue el rival intelectual de Vicente Fidel López.

En sus cartas, en cambio, “la Revolución de Mayo se nos presenta popular y callejera, al correr de la pluma ingenua de los que las escribieron dando cuenta de todo lo que hacían ellos o sus amigos, contra el gobierno colonial, en las calles, en las plazas y en los cuarteles”.

Sus actores están decididos a hacer una Revolución, y en este determinismo, pierden la zozobra de estar llevando adelante un movimiento que ponía en riesgo sus vidas. Son plenamente conscientes de su identidad americana, criolla y patriota, contraria a la española, de los “maturrangos”, cuando esta se fue definiendo al calor de la guerra. Y se fueron construyendo símbolos con resistencias para cimentarla.

Tanto en las obras de López como en las de Mitre, los símbolos surgieron para identificar una causa clara desde un principio, la de la independencia. Ambos imaginaron gorros colorados con cintas celestes y blancas en mayo de 1810. La patria bajo la colonia estaba dormida, había que despertarla. Mitre también abonaba esta interpretación. Pero hacía gala de su biblioteca y archivo, y no de su linaje familiar.

López le enrostraba: “El señor Mitre nos perdona de que no conozcamos los documentos, porque recién los está él reuniendo. ¿Qué diremos nosotros de él, que los reúne, y que no ha podido todavía discernir los verdaderos de los apócrifos?”. Fabricó entonces sus propias fuentes, para que fueran tenidas como documentos en el acopio erudito.

La imaginación al poder

Fruto de su prosa, varones revolucionados se proponían ahorcar a Cisneros en la plaza, en venganza de la represión desatada sobre las juntas del Alto Perú, en La Paz y Chuquisaca, de un año antes. Los rumores también hacían su trabajo: “Desde anoche estoy en grandes ansiedades. El negro Toribio vino del pueblito contándome que en el almacén de Rua le habían dicho que del pueblo habían llamado urgentisimamente a don Cornelio para que tomase el gobierno, porque los criollos y la gente de los cuarteles habían avanzado a la plaza, habían deshecho el Cabildo y agarrado y muerto a Cisneros. (...) Inmediatamente mandé llamar al cholo de lo de Saavedra (...) y he podido sacarle que es verdad que a su amo lo vino a buscar un oficial con dos soldados de su regimiento, diciéndole que se había levantado un alboroto muy grande, y que todos hablaban de atacar al virrey y de matarlo”.

Escribían de noche para comentar el balance de sus días agitados, cargados de violencia revolucionaria. El libro está plagado de párrafos coloquiales como este: “La mina está ya al reventar y empieza la jarana que andábamos buscando. El día de hoy ha sido grande; y te aseguro que en mi vida no he pasado horas más hermosas, y más tiernas, al ver a nuestros paisanos unidos y llenos de entusiasmo, yendo y viniendo por los arrabales para tener pronta la gente (...). Esto está muy agitado: el sordo (Cisneros) está ya como metido en un zapato, y los oidores andan sin sombras, porque los tenemos locos a pasquines y pedradas a las ventanas. Los tontos que nos han estado conteniendo todo este tiempo, se lían convencidos de que no tienen más remedio que hacerle el gusto al pueblo”.

Marcelina Orma fue el nombre de la esclava de la que López se dijo heredero para dar con cartas y documentos.
Marcelina Orma fue el nombre de la esclava de la que López se dijo heredero para dar con cartas y documentos.

Se da el gusto de intercalar tanto un partido de pelota entre paisanos, como una función teatral de “Roma Salvada”, de Voltaire. El actor mulato Luis Ambrosio Morante como Cicerón, declama ante el patricio Catilina: “Entre regir al mundo o ser esclavos Elegid, vencedores de la tierra! Glorias de Roma, magestad herida! De tu sepulcro al pie, patria, despierta!”. Ante los vivas de los patriotas decididos, y los silbidos de los “goditos” en respuesta, un inesperado Juan José Paso protagonizaba una gresca a bastonazos entre balazos.

La plebe, los mozos orilleros, el “cotarro”, agitaba por doquier, mientras que las “matronas argentinas”, tenían el papel de Lady Macbeth en incitar a la revolución. Los protagonistas resumen su actuación:

“Moreno, que es ya el alma del nuevo gobierno, me encarga que te diga que (...) no hay miedo que vengan tropas de España, pues tendrían que vivir en campaña, donde los paisanos se los merendarían en poco tiempo”. Mientras que Belgrano dice: “Que si el lunes no hay cabildo abierto, obraremos de nuestra cuenta sin consideración a nadie, porque esto ya no admite vacilaciones ni términos medios: El pueblo quiere ser soberano y libre”.

La determinación firme era “librarnos de los tilingos que andan con paños tibios”. El Cabildo encarnaba al villano al desobedecer el mandato del Cabildo Abierto: “Todavía no nos gobierna Rousseau, ni Tomás Payne: señor Planes! -le dijo Leiva-. Es verdad, pero desde el 22 nos gobierna el pueblo”.

La apoteosis era el testimonio del 25: “Somos libres y no alcanzamos todavía a darnos toda la explicación merecida de lo que decimos con estas mágicas palabras. Yo mismo no alcanzo a darme cuenta de la inmensidad de esta dicha, y bailo solo sin poder contenerme”. Rematado por un “tenemos patria: somos dueños de la tierra en que hemos nacido”.

El detrás de escena de los testimonios inventados

En un contexto en el que la política, palpablemente en las contiendas electorales, estaba orquestada de un modo clientelar, el libro, el autor, le hablan a su presente. Es probable que buscara insuflar ánimos para reflexionar y tomar cartas sobre un estado de cosas. Puede interpretarse en este sentido la máxima que pone en puño y letra de uno de sus personajes: “Esa degradación no puede llegar jamás, mientras nos mantengamos en el espíritu que nos ha guiado en las operaciones de los días de Mayo”.

En el debate con Mitre, blandía también su antecedente genealógico para reactualizar el mito de Mayo: “¿Qué es, de punta a cabo, nuestro Himno Nacional sino una leyenda histórica, en que lo real va envuelto con lo fantástico? ¿Y no será precisamente a eso, a lo que debe el prestigio que conserva en nuestro espíritu popular?”. Y echando mano de las metáforas sobre las artes y técnicas ópticas que derivarían en el arte cinematográfico, se proponía “reanimar por medio de la fantasía el espectáculo mismo del tiempo”, “como en un esplendoroso panorama, todo lo que pasó por los ojos y las generaciones muertas”, “los hechos que constituyen la historia de una nación deben presentarse con todo el color y la fisonomía de la época en que sucedieron”.

Vicente Fidel López era hijo de uno de los compositores del Himno Nacional.
Vicente Fidel López era hijo de uno de los compositores del Himno Nacional.

Disparaba en contra de los “compiladores pacientes o incoloros de la cronología”, que concebían a la historia como “un armario de mariposas embalsamadas, clavadas en sus tabletas, destinadas a exhibir momias y no hombres vivos animados de todas las pasiones que imperan en el espíritu humano”. Lo motivaba entender y mostrar “cómo fue que nuestros padres, en medio del dolor y del desquicio”, “preparaban una patria”.

En el Centenario de la Revolución, en 1910, el libro fue reimpreso para ser repartido. La comisión organizadora aún era consciente de que era un ejercicio de imaginación histórica: “Tras la forma epistolar, que el autor ha imaginado para distribuir entre los promotores de la Revolución el relato de sus propias impresiones y el de los sucesos de los inmortales días, se lleva al conocimiento popular un gran caudal de historia. Vaya, pues, este pequeño libro original al alma de las gentes, con el fin de transportarlas al pasado siempre palpitante bajo la pluma feliz del Doctor López”.

Vaya entonces la advertencia del director de la Biblioteca Nacional, Paul Groussac, por aquel entonces, para quien agarrara estas obras, sin prevención:

“En general, ha sido la plaga de la historia argentina esa multitud de memorias personales, cartas y chismes particulares, debidos a personas orgánicamente inexactas y aceptados por escritores sin crítica, que vacían en sus obras ‘el baúl de la parda Marcelina Orma‘. Será el principal trabajo del futuro historiador argentino, rozar el terreno de toda esa maleza”.

O más bien, buscar e interpretar su contexto.

* Milena Acosta es profesora de Historia.

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