En la mañana helada del 12 de diciembre de 1910, Dorothy Harriet Camille Arnold salió de su casa en el Upper East Side de Manhattan con un plan que parecía rutinario. Vestía un traje azul, un sombrero de terciopelo negro adornado con rosas de seda azul y llevaba un muff de piel de zorro negro. Se dirigía a comprar un vestido para el baile de debutante de su hermana menor, Marjorie. Caminó por la Quinta Avenida, compró chocolates en Park & Tilford y adquirió un libro de humor en la librería Brentano’s. En la esquina de la calle 27 se encontró con una amiga, a quien le comentó que volvería a casa atravesando Central Park. Minutos después, su rastro se desvaneció para siempre.
La desaparición de la joven de 25 años, hija de un próspero importador de perfumes y sobrina de un juez de la Corte Suprema, se convirtió en uno de los misterios más duraderos de la ciudad de Nueva York. Lo que comenzó como una salida breve derivó en el caso de persona desaparecida más antiguo registrado en Estados Unidos, todavía sin resolver más de un siglo después.
Según precisó National Geographic, la familia Arnold tardó seis semanas en dar aviso a la policía. En ese lapso contrató a investigadores privados de la agencia Pinkerton, quienes no encontraron pistas concretas. La reticencia inicial a involucrar a las autoridades se atribuyó a la discreción propia de la alta sociedad neoyorquina de la época y a la desconfianza hacia la policía y la prensa, cuyo interés podía derivar en un escándalo público.

Cuando la búsqueda privada fracasó, Francis Rose Arnold, padre de Dorothy, ofreció una recompensa de mil dólares —equivalentes a más de treinta mil actuales— e hizo pública una descripción detallada de su hija. La policía distribuyó retratos a las principales ciudades del país e inspeccionó barcos con destino a Europa. Se investigaron posibles avistamientos en distintas ciudades de Estados Unidos, pero ninguno fue confirmado.
A medida que avanzaban las pesquisas, salieron a la luz aspectos de la vida privada de Dorothy que su familia no había reconocido públicamente. Graduada en literatura por el Bryn Mawr College, aspiraba a convertirse en escritora y había enviado relatos cortos a revistas como McClure’s, que los rechazaron. También había solicitado a su padre permiso para vivir sola en Greenwich Village, solicitud que él rechazó.
Conforme detalló People, en los meses previos a su desaparición, Dorothy mantuvo una relación con George S. Griscom Jr., un hombre mayor, sin empleo estable, y con antecedentes de un compromiso roto con otra heredera. Se supo que en septiembre de 1910 ambos habían pasado una semana juntos en Boston, para lo cual Dorothy empeñó joyas por valor de quinientos dólares. Tras la desaparición, la madre y el hermano de Dorothy viajaron a Italia para confrontar a Griscom, a quien el hermano llegó a agredir físicamente. Griscom negó cualquier implicación y expresó su intención de casarse con ella si regresaba.

La prensa de la época especuló con distintas hipótesis: fuga voluntaria, suicidio, secuestro o muerte accidental. Una de las teorías más difundidas surgió en 1914, cuando la policía de Pensilvania arrestó a dos médicos y una enfermera que operaban un hospital clandestino de abortos. Uno de los detenidos afirmó que Dorothy había muerto durante un procedimiento y que su cuerpo fue incinerado en la vivienda. Francis Arnold calificó esa versión de absurda.
Con el paso de los años aparecieron testimonios de personas que aseguraban haber visto a Dorothy en otras ciudades, así como cartas supuestamente escritas por ella. Una de ellas, enviada a su familia, decía escuetamente “Estoy a salvo”. Ninguna prueba confirmó su autenticidad.
El interés público por el caso nunca desapareció. Décadas después, miembros de la familia confesaron que crecieron sin información directa sobre el paradero de Dorothy. Algunos, como su sobrina nieta Jane Vollmer, se enteraron de la historia por artículos de prensa. Otros, como su hermano Mark Vollmer, consideraron posible que ella hubiera iniciado una nueva vida bajo otra identidad, algo factible en una época sin registros como los actuales.

La historiadora Silvia Pettem, que investigó el caso para su libro Cold Case Chronicles, pasó de sostener la hipótesis de la muerte en un aborto fallido a contemplar la posibilidad de una desaparición voluntaria. Según Pettem, Dorothy se apartaba del molde que su entorno esperaba: quería independencia, una carrera literaria y libertad para elegir a sus parejas.
El padre de Dorothy mantuvo hasta su muerte en 1922 la convicción de que había sido víctima de un crimen. Invirtió una fortuna en la búsqueda, sin obtener resultados. Incluso cuando, más de una década después, la oficina de personas desaparecidas de Nueva York anunció de forma prematura que el caso estaba resuelto, la familia y la policía admitieron que no existían pruebas concluyentes.
El expediente de Dorothy Arnold sigue abierto en la memoria colectiva y continúa presente en bases de datos como The Charley Project. La combinación de misterio, vida social acomodada y la época en que ocurrió alimenta el interés de investigadores y público general. A más de cien años, la pregunta sobre qué ocurrió en aquella caminata por la Quinta Avenida sigue sin respuesta.
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