José María del Corral, el amigo solidario del Papa

Dirige Scholas Occurrentes, una iniciativa que nació en Buenos Aires cuando Bergoglio era arzobispo y hoy cuenta con jóvenes de todo el mundo. Le hacen frente a la problemática del suicidio adolescente en Salta con la fórmula de Francisco: "combatir la pobreza con educación".

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José María del Corral (58) es íntimo amigo del papa Francisco y dirige Scholas Occurrentes, una iniciativa fraterna de jóvenes que nació en Buenos Aires y que hoy suma chicos de todo el mundo. Aquí cuenta la experiencia de su reciente viaje a San Antonio de los Cobres, Salta, para concientizar acerca del suicidio adolescente, problemática que hace muy poco conmocionó a dicha ciudad.

"El 13 de marzo de 2013 viajaba en el 132 rumbo a casa y una señora subió y empezó a gritar: '¡Bergoglio, Bergoglio!'. Pensé que estaba loca y veía a Jorge en alguno de los asientos, pero como él se encontraba en Roma, sabía que era imposible. A los pocos minutos me empezaron a llegar mensajes que decían: '¡Felicitaciones: tu amigo es el nuevo Papa!'. Me bajé y volví caminando a casa. No podía parar de llorar".

Cuando José María del Corral rememora el día en que el arzobispo de Buenos Aires fue ungido como Francisco, el Papa número 266 de la historia, se vuelve a emocionar.

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Hace apenas unas horas que él, presidente mundial de Scholas Occurrentes –entidad de bien público con presencia en 190 países y que conecta a estudiantes de casi medio millón de escuelas– cerró un encuentro en Salta con chicos de 14 provincias.

Estos 28 adolescentes viajaron a San Antonio de los Cobres para celebrar que en un año de arduo trabajo pudieron ayudar y darles esperanza a miles de adolescentes. Chicos que, abrumados por las drogas y el alcohol, decidían ponerle fin a su vida arrojándose del puente Huaytiquina, desde más de 60 metros de altura. Un sitio emblemático, ya que por allí transita el pintoresco Tren de las Nubes.

Del Corral acaba de vivir un día a pura emoción, con la inauguración del Mural de la Esperanza, realizado por 122 chicos del pueblo. Tal vez por eso, esta charla que mantuvimos a lo largo de los 170 kilómetros que separan San Antonio de la ciudad de Salta, será "a corazón abierto", como él la define . Con anécdotas desconocidas de la vida de Francisco en el Vaticano, el hombre que un día le dijo a su esposa Ana que dejara de pagar la cobertura médica privada, anotó a sus cinco hijos –Ezequiel (hoy, 25), Lucas (26), Matías (28), Fernando (31) y Lucía, que está en el cielo– en una escuela pública y se dedicó a cumplir su sueño de convertirse en maestro.

–Durante el cierre de este encuentro se lo vio emocionado. ¿Cuál es su análisis a flor de piel de lo que pasó?
–De esperanza. Cuando llegamos en abril de 2016 a este lugar, nos encontramos con chicos de miradas perdidas, tristes… Fue un golpe duro para todos. Nos escribieron porque 29 adolescentes se habían suicidado, arrojándose de ese lugar al que llamaban Puente de la Solución.

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–¿Cambió esa realidad desde que comenzaron con el programa Scholas Ciudadanía?
–Totalmente. Desde el primer día que nos pusimos a trabajar, se terminó el suicidio adolescente. Bajo el lema "Queremos dar vida a algo que quitó tantas", nos pusimos a trabajar con más de trescientos estudiantes de escuelas públicas y privadas, y abordamos la problemática de raíz.

–¿Cómo se trabajó para obtener este resultado?
–Los acompañamos con chicos de su edad de otras provincias. Levantamos un cine, les dimos un abrazo y armamos con ellos una red federal de adolescentes. Esa es la educación en la que cree Francisco: donde los protagonistas son los jóvenes, no los especialistas.

–¿El Papa estaba al tanto de esto?
–Sí. Viene siguiendo este caso desde el primer día que se lo conté. Su idea es combatir la pobreza con la educación. Por eso invitó al intendente, Leopoldo Salva, al Vaticano. Llorando, le contó su impotencia, porque no sabía cómo hacer para cambiar esta problemática en su pueblo.

–¿Qué le dijo Francisco?
–Que tenía que ser muy valiente para llorar así, porque éste es un problema de toda la Argentina, Latinoamérica, Europa, Medio Oriente, Africa… Es un tema mundial, pero todos miran para otro lado.

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–¿Cuándo decidió ser maestro?
–Todo surgió con mi fracaso escolar. Nací en Recoleta. A los cinco me echaron del Jardín por insultar a la maestra. Y por mala conducta me tuve que ir de tres colegios más.

–¿Sus padres que le decían?
–Mucho no les gustaba… Papá era profesor en la UBA, médico y veterinario; mi hermano, medalla de oro en Medicina. Yo, el hijo menor, la oveja negra de la familia. Para colmo, a los veinte dejé la Facultad de Ciencias Económicas y seguí el Seminario para ser cura.

–¿Por qué tomó ese camino?
–Una vez fui al hospital Fernández a cuidar enfermos, y me di cuenta de que así mis fines de semana tenían mucho más sentido. Y decidí meterme en el Seminario. Cursé los ocho años, pero no me banqué el celibato.

–¿Cómo nació su relación con Bergoglio?
–Cuando era arzobispo de Buenos Aires, me llamó para ver si quería ser Presidente de Educación –cargo que se desempeña en el ámbito eclesiástico–. Le dije que no y me pidió por favor que lo hiciera, en medio de la crisis de 2001, aunque sea de la puerta para afuera de las iglesias.

–¿Cuándo decidió armar Scholas?
–En ese momento. Yo estaba en una escuela parroquial de Liniers y armé un grupo de jóvenes de todas las religiones de la Argentina. Luego de seis meses crearon un proyecto para cambiar la educación y lo consiguieron. Cuando Bergoglio vio eso, empezó a pedir distintos encuentros de ciudadanía de chicos de escuelas públicas y privadas, y fue un éxito. En total, sacamos 1.200 leyes y reglamentaciones en el país y el mundo.

–Al comienzo relató su emoción cuando nombraron Papa a Francisco. ¿Usted estuvo en la coronación?
–Llegué a casa y le dije a mi mujer: "Amor, prepará las valijas que nos vamos a Roma a la asunción del Papa".

–¿Qué le dijo?
–Me preguntó si estaba loco. Me dio sus razones: no teníamos un peso y además, yo nunca había viajado en avión, porque le tenía pánico.

–¿Y cómo hizo?
–El pánico lo superé enseguida. El viaje me lo pagué con un préstamo del banco, en 36 cuotas. Y me fui junto a mi esposa.

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–¿A usted se le ocurrió que lo acompañara Sergio Sánchez, un humilde cartonero de Barracas?
–Sí. Como Bergoglio les daba misa a los cartoneros todos los domingos en Constitución, le escribí una carta a la entonces presidenta pidiendo que en la comitiva llevaran a uno de ellos. ¡Y me respondieron! Cristina lo llevó en el avión con ella.

–Y así asumió, junto a un maestro –usted– y un cartonero…
–Sí. Como no tenía invitación, llamé a monseñor Guillermo Karcher –oficial de Ceremonial del Vaticano– que había estudiado conmigo en el Seminario. Me pasó a buscar por la puerta de Santa Ana y me llevó hasta Santa Marta, el hotel donde estaba el flamante Papa. Entré, y cuando la guardia estaba por echarme, se abrió el ascensor y apareció Francisco. ¡Terminé en primera fila!

–¿Es tan fanático de San Lorenzo como se dice?
–Sí. Antes de su despacho tiene una agenda, donde le anotan todas las reuniones y las cosas importantes que debe realizar durante el día. Por supuesto, cuando juega el equipo de sus amores, se lo agendan. Si no puede mirar el partido, tiene una persona que sigue al equipo y le escribe cómo va, gol a gol, casi en forma instantánea.

–¿Le duele que la Argentina sea uno de los lugares donde a veces se lo critica a Francisco?
–A mí sí… La gente no sabe cuánto ama a su país natal. Cuando tenga tiempo de explicar muchas cosas, van a entender varias de las decisiones que toma. Por ahora, los argentinos que estamos cerca de él lo acompañamos en cada paso que da.

Para más información ingresar a a la web de Scholas occurrentes

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