Alas 9.30 de la mañana, y con menos veintiún grados de sensación térmica, el rey Guillermo Alejandro I (50), la reina Máxima de los Países Bajos (46) y sus tres hijas, las princesas Amalia (14), Alexia (12) y Ariane (10), posaron para la tradicional sesión de fotos que marca el inicio de su clásico receso invernal.
Fue breve –en comparación con las de otros años– pero muy divertida, ya que la alegría de la más pequeña de la casa –que el 11 de febrero se rompió la muñeca izquierda patinando y logró recuperarse a tiempo para asistir a las vacaciones familiares– fue absolutamente contagiosa. Entre correteadas, abrazos y un sinfín de morisquetas, hizo que todos los presentes se contagiaran de su frescura y estallaran en carcajadas.
En la familia la felicidad convive con los tristes recuerdos que aún habitan en las mismas montañas nevadas. Es que fue justamente en Lech donde el príncipe Juan Friso (hermano menor del rey) quedó sepultado por un alud mientras practicaba esquí un 17 de febrero de 2011. Los residentes de la zona aún recuerdan cómo el equipo de rescate trabajó a toda velocidad, pero el príncipe, tras pasar veinte minutos bajo la nieve, entró en coma –como consecuencia del daño cerebral causado por la falta de oxígeno– hasta fallecer, dieciocho meses más tarde, a los 44 años.
Contrariamente a cualquier superstición, la familia real holandesa, que desde 1959 vacaciona en Austria, jamás dejó de ir al complejo alpino, ni de alojarse en el hotel Gasthaus Post. El primer año, a cinco meses de su muerte, lo homenajearon con un culto religioso, pero luego todo continuó, como la vida. Y es por eso que, año a año, apuestan a celebrarla.
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