Hay un término en el argot de la Generación Z que hace referencia a chicos que pueden ser al mismo tiempo ‘malotes’ y también de lo más adorables y repletos de sensibilidad. Se extendió a través de TikTok y a través de él se ha definido así a actores como Jacob Elordi.
También podría extenderse a Harris Dickinson, el joven intérprete que se convierte en el objeto de deseo sexual de Nicole Kidman en esta película que precisamente se llama Babygirl y que le ha proporcionado a la actriz uno de los papeles más arriesgados de su carrera.
Está dirigida por Halina Reijn, cineasta holandesa que aterrizó en Estados Unidos con la cinta ‘indie’ Muerte, muerte, muerte después de desarrollar la primera parte de su carrera en su país de origen, tanto como directora como, al principio, intérprete.
En ese sentido, no resulta casual que participara en uno de los proyectos de Paul Verhoeven, El libro negro, a partir del que establecería una relación profesional con su protagonista, Carice van Houten en películas en las que ya se abordan temas relacionados con los abusos sexuales o la prostitución.
El deseo femenino en el centro de todo

En este caso, con Babygirl, aborda otro tema un tanto tabú, el deseo femenino en general y la necesidad de liberación a través del sexo y las fantasías de dominación en particular, con la particularidad de que la protagonista es una mujer de más de cincuenta años, que ha alcanzado el éxito profesional fundando su propia empresa, que es madre y esposa modelo (como mandan los estereotipos sociales), pero se siente profundamente insatisfecha en el ámbito erótico.
En efecto, Romy (una entregada Nicole Kidman) es una persona respetada, una mujer emprendedora que ha logrado llegar a la cima gracias a su esfuerzo y ha roto los techos de cristal, que está casada y tiene dos hijos, pero que no logra alcanzar el orgasmo con su marido (Antonio Banderas). Solo lo consigue masturbándose con vídeos pornográficos de sometimiento.
Así empieza la película, con la protagonista fingiendo un orgasmo con su esposo y llegando al clímax con una película X en una habitación contigua. Impacta la forma en la que Reijn y Kidman se atreven a empezar por todo lo alto marcando a la perfección el tono de lo que veremos a continuación, a través del impulso animal por encima de las convenciones y poniendo de manifiesto que aquí de lo que se trata es de situar el deseo femenino, por una vez, en el foco de todo.
Romy parece tener el control de su vida hasta que aparece Samuel (Harris Dickinson), uno de los nuevos becarios que entran en su empresa para hacer prácticas y que, desde el principio, la desafiará de un modo al que ella nunca se había enfrentado.
El sexo y las relaciones de poder

En Babygirl se abordan varias cuestiones que tienen que ver con las relaciones de poder: ella es la jefa, tiene 20 años más, mientras él es su subordinado, pero en la intimidad los roles se subvertirán por completo. Y ahí está el quid de la cuestión, la forma en la que se intenta abordar el thriller erótico desde una perspectiva inédita o, por lo menos, alterando las reglas tradicionales que impuso el género en los años noventa, precisamente en algunas de las películas que realizó en Estados Unidos Paul Verhoeven, con Instinto básico a la cabeza y todos los subproductos que surgieron a partir de ella.
En estas películas las mujeres se encontraban supeditadas a la mirada masculina, convirtiéndose en su mayoría en artefactos misóginos que ponían de manifiesto los clichés de una época basada en la ‘sexualización’ y ‘cosificación’ femenina. Lo que intenta hacer Halina Reijn es seguir el patrón de esas películas para darle la vuelta a través de una perspectiva actual.
Erotismo en la era del ‘Me Too’

No deja de ser un procedimiento de lo más peligroso y que siempre bascula en la cuerda floja, sobre todo por la ‘autoironía’ que se desprende a través de este experimento al que es mejor no tomarse al pie de la letra, sino dejarse llevar por las situaciones paradójicas y contradictorias que conlleva. O, lo que es lo mismo, asumiendo que una mujer insatisfecha puede tomar las riendas de su deseo como le de la gana, en este caso, a través de la humillación, una vuelta de tuerca a los postulados feministas con los que la película dialoga y desafía en todo momento con mucha inteligencia poniendo sobre la mesa cuestiones como el consentimiento.
Babygirl es una película tan arriesgada que genera al mismo tiempo una especie de sensación de incomodidad, pero también disfrute, sobre todo por el dispositivo paródico en torno a ese cine de los años noventa que despliega, incluso en la utilización de la banda sonora con canciones como Father Figure (el título encaja a la perfección con todo lo que se cuenta), de George Michael y Never Tell Us Apart de Inxs. Y qué decir sobre la ya mítica escena del vaso de leche, que la protagonista se beberá de un solo trago en honor de su joven amante en una fiesta delante de todos sus compañeros.
Una magnífica sátira repleta de aristas en la era del ‘Me Too gracias a la que Nicole Kidman se entrega en todos los sentidos de una forma tan compulsiva como febril.
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