Fue campeón en cuatro clubes y con la Selección, y jugó con Maradona y Houseman: Omar Larrosa, el segundo argentino en besar la Copa del Mundo

Se inició en Boca, fue figura en el mítico Huracán del 73 y dio la vuelta olímpica con Argentina en el 78, logrando besar el trofeo después del capitán, Daniel Passarella. Cómo los problemas mecánicos con sus autos marcaron hitos en su carrera. Sus títulos y el día que sufrió un infarto en pleno partido durante su incursión en la dirección técnica

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Larrosa cuando integraba el Huracán campeón de 1973 y hoy, 48 años después.
Larrosa cuando integraba el Huracán campeón de 1973 y hoy, 48 años después.

Campeón. Siete letras para darle forma a una palabra que es símbolo de la gloria máxima, de un conglomerado de sueños concretados en la vida de un futbolista. Omar Larrosa se convirtió en un especialista con las más diversas camisetas que vistió a lo largo de una exitosa carrera. Varias con clubes, algunos emblemáticos y otros revestidos de hazañas y la cumbre de levantar la Copa del Mundo en 1978. Un mediocampista que escapaba a los encasillamientos y que de tanto moverse por todo el campo, terminó pasado de vueltas. Olímpicas.

La mágica década del ’60 despuntaba y los 13 años de Omar encontraron el cauce a sus condiciones en las inferiores de Boca. “Allí había un cuerpo técnico muy bueno, con verdaderos docentes. Uno de ellos era Adolfo Perdernera, un maestro. Yo trabajaba cerca de mi casa en Lanús y apenas llegaba con el tiempo para las prácticas en la Bombonera, pero se me hacía imposible en La Candela, ubicada en San Justo. Entonces un día me dijo: “Pibe, deje el laburo que Boca le va a empezar a pagar”. Los dos primeros meses, él me dio un sobre con el dinero, pero al tercero, me indicó que tenía que ir a la sede a cobrar. Obviamente la empleada me dio para firmar y yo le comenté que los meses anteriores no lo había hecho. Ahí saltó que Adolfo me había dado la plata de su bolsillo, al averiguar cuánto ganaba yo en la fábrica”.

A fines de 1967, el sueño se hizo realidad al debutar en Primera, rodeado de grandes figuras: “Estaban Rattín, Roma y Marzolini, monstruos de la historia de Boca, algo increíble para mí. En 1969 pasé a préstamo a Argentinos Junios y allí me fue muy bien, con la continuidad que necesitaba, porque casi siempre en Boca a los pibes de las inferiores nos costó encontrar el lugar, salvo que seas Tevez. Al año siguiente regresé y di mi primera vuelta olímpica siendo parte de un gran equipo y con los colores con los que me había iniciado”.

Omar Larrosa junto a Maradona en un partido entre Independiente y Argentinos Juniors.
Omar Larrosa junto a Maradona en un partido entre Independiente y Argentinos Juniors.

Cuando aún no se habían acallado los festejos del título boquense del Nacional 1970, en una muy disputada final ante Rosario Central, nada menos que en el estadio Monumental, Larrosa fue transferido al Pachuca, donde actuó en el primer semestre, mientras que el segundo fue en Guatemala, donde repitió su costumbre de ser campeón con el club Comunicaciones, donde además fue el goleador. Tras el periplo americano, llegó el momento del regreso a comienzos de 1972, con una historia muy particular

“Estaba por firmar en Gimnasia. Recuerdo que un jueves me quedé como hasta la medianoche limando detalles del contrato, hasta que el presidente me dijo que como se había hecho muy tarde, me proponía seguir y terminar todo el sábado por la mañana. Ese día salí desde Pompeya hacia allá y a la altura de City Bell, el Fiat 600 nuevo que me había prestado mi cuñado, el Chapa Suñé, se quedó y nunca más arrancó. Como a la hora y media encontré un teléfono para avisarle al presidente de Gimnasia lo que me había sucedido y me respondió que me quedara tranquilo y me esperaba el lunes a las 17. Ese día, leyendo el diario mientras desayunaba, vi que Huracán comenzaba los entrenamientos con Menotti. Y me fui para allá a saludarlo, porque nos conocíamos de Boca. Recuerdo que llegó manejando un Torino de color beige y al verme me preguntó si ya estaba de vuelta en el país y de quién era el pase. Cuando le respondía que era mío, me dijo que firmara en Huracán, que se estaba armando un lindo equipo. Y agregó: “¿Te vas a ir todos los días tres horas de ida y tres de vuelta a La Plata?”. Y tenía razón. Me fui de inmediato a la sastrería de Seijo, que era el presidente del club. Me dio en la mano lo mismo que me ofrecía Gimnasia y de vuelta en la sede firmé el contrato. Jamás pensé que empezaba a formar parte de un equipo que quedó en la historia”.

Omar Larrosa junto a Pelé en una noche de 1974.
(Gentileza: Omar Larrosa)
Omar Larrosa junto a Pelé en una noche de 1974. (Gentileza: Omar Larrosa)

Y nada más justo con un cuadro que llenó de fútbol cada cancha que pisó. De generación en generación se fue pasando el comentario que ya es mito y leyenda: Huracán del ’73. “En el torneo del ’72 anduvimos bien y salimos terceros, pero al año siguiente, con varias incorporaciones, sobre todo Houseman, se armó una banda maravillosa. Fuimos campeones dando espectáculo y en mi caso particular, tuve un nivel alto con el resto de mis compañeros, al punto de haber sido el goleador del equipo con 15 tantos. En una ráfaga de ataque podíamos hacer dos o tres goles seguidos. Yo jugaba con el 11, pero nunca fui un puntero pegado a la raya, por lo que bajaba a la línea de los volantes y jugaba delante de Russo, con Brindisi y Babington a los costados, formando un rombo y de punta Avallay y el Loco, que era un personaje divino. En la pretemporada en Mar del Plata nos avisaron que iba a llegar un tal Houseman, al que nadie conocía. Esperábamos que arribase un alemán grandote por ese apellido (risas). De golpe vimos que venía un flaquito desgarbado con un bolsito verde, que parecía cualquier cosa menos un jugador. A la tarde hicimos la práctica y nos volvió locos a todos. Era un distinto y por eso fue una pena que no haya podido llegar a más de lo que fue por algunas de sus conductas”.

El fenómeno Huracán ’73 catapultó a César Menotti a la Selección, pero la filosofía de juego ya se había instalado en Parque Patricios para no irse más. Llegaron otros entrenadores, pero con esa idea, el Globo fue protagonista en las temporadas siguientes: “El del ’76 era un equipazo, con el concepto tan actual de la tenencia de la pelota. Al ingresar Ardiles por Avallay, logramos menos potencia en el ataque, pero mayor control en el medio, donde todavía estaba Miguel Brindisi. Se nos escapó por poco el Metropolitano ante Boca en el partido que perdimos con ellos en cancha de River”.

El fútbol tiene pocos puntos de contacto con el automovilismo, pero nuevamente un coche sería protagonista en un cambio en la vida, y la carrera, de Omar Larrosa: “En el verano del ’77 estaba de vacaciones con la familia en Mar del Plata y de camino hacia la playa pinché un neumático, con la suerte que enfrente había una gomería. Un muchacho que me atendió me reconoció y me comentó que su suegro era delegado de Independiente en la ciudad y que estaba junto a Pedro Iso, por entonces, secretario del club. Al día siguiente, cuando fui a buscar el auto, me dijo que Iso me estaba esperando en su casa. Allí fui con la familia, vestidos para un día de playa (risas). Fue claro al mencionar que Independiente estaban buscando un jugador de mis características y si yo estaba de acuerdo. Coincidió con que yo ya estaba con ganas de cambiar de aire tras las cinco temporadas en Huracán. Hablé con Julio Grondona que era el presidente y enseguida quedó todo arreglado”.

El histórico Huracán del 73
El histórico Huracán del 73

De una manera completamente fortuita, se abrieron de par en par las puertas rojas, que le guardaban grandes satisfacciones y un año pleno de emociones. “Me encontré con un excelente plantel y al Pato Pastoriza como DT, que sentía el fútbol de la misma manera que yo. En el Metropolitano peleamos con River cabeza a cabeza hasta la última fecha y se nos escapó por poco y en el Nacional tuvimos revancha, jugando una final con Talleres que entró en la leyenda. Empatamos la ida en Avellaneda 1-1 y fuimos a Córdoba, sabiendo que iba a ser complicado, porque ellos también jugaban muy bien, pero sin suponer que el árbitro iba a dirigir en forma tan parcial. Ganábamos 1-0 y nos cobró un penal dudoso en contra y enseguida fue el alevoso gol con la mano de Bocanelli, que era imposible que no lo viera. Le reclamamos y no quería escuchar a nadie. Primero echó a Trossero y luego a Galván, entonces fui y le dije: “Ya que estás, echame a mí también”… Y obvio me sacó la roja (risas) y me dieron 20 fechas de suspensión. Eran 11 contra 8 y el Bocha hizo un golazo increíble, que vi desde la boca del túnel. Cuando terminó y éramos campeones por el doble valor del gol de visitante, fue una locura. Los cordobeses tenían preparado el festejo, al punto que tenían cuatro cuadras seguidas de parrillas con chorizos listos. Una noche irrepetible”.

Jugadores de Independiente antes de la histórica final del Nacional 77 ante Talleres haciendo un reconocimiento del campo. De izquierda a derecha: Outes, Larrosa, Bochini, Bertoni y mirando a cámara, Trossero.
(Gentileza: Omar Larrosa)
Jugadores de Independiente antes de la histórica final del Nacional 77 ante Talleres haciendo un reconocimiento del campo. De izquierda a derecha: Outes, Larrosa, Bochini, Bertoni y mirando a cámara, Trossero. (Gentileza: Omar Larrosa)

Sus buenas actuaciones llevaron a que César Menotti lo tuviera en cuenta en los amistosos que la Selección disputó en 1977 ante los europeos y fuera ratificado en la lista definitiva de los 22 para el Mundial ’78. “Me tocó debutar recién contra Perú, como volante derecho, por la lesión de Ardiles y sinceramente, estuve iluminado. Y por suerte fue así, porque fue un partido lleno de nervios. Estábamos en la entrada en calor, sabiendo que teníamos que hacer tres goles y escuchando la radio, nos enteramos que Brasil había convertido uno sobre el final y necesitábamos cuatro para ser finalistas. Sinceramente, el ánimo no estaba de la mejor manera, pero nos salió todo a partir que entró el primero. Ellos tuvieron dos muy claras al principio. Sin dudas, los muchachos de Perú no estaban de la mejor manera al saberse eliminados y los pasamos por arriba. Nunca sentí que hubiese nada raro. En la final enfrentamos a Holanda, que era un equipo bárbaro, que jugaba y metía, porque fue un partido medio sangriento, bravo de verdad. Cuando pitó el árbitro, fui corriendo a pedirle la pelota, pero no me la quiso dar, igual tengo el consuelo de guardar una del encuentro con los peruanos. Y lo mejor es que conservé dos camisetas de la final: la que cambié con Suurbier y la que usé yo, porque como hacía tanto frío, jugué con dos, una arriba de la otra (risas). Y después de Passarella, fui el primero en besar la Copa del Mundo, se ve clarito en el video. Otro recuerdo imborrable”.

Omar Larrosa en la final del 78 ante Holanda, detrás el recordado Jacinto Leopoldo Luque, figuras del Mundial que ganó Argentina.
Omar Larrosa en la final del 78 ante Holanda, detrás el recordado Jacinto Leopoldo Luque, figuras del Mundial que ganó Argentina.

A pocos días de comenzar el torneo, Menotti tomó la decisión de desafectar a tres futbolistas para que quedara conformada la lista final. Uno de ellos fue nada menos que Diego Armando Maradona: “Él ya mostraba sus grandes condiciones, que lo llevaron a ser lo que fue en el mundo del fútbol, pero hay que reconocer que en aquel plantel que se preparaba para el Mundial, estaba a la altura del resto, pero no sobresalía tanto, porque era un pibe. Visto con el paso del tiempo, a mí me hubiese gustado que estuviera con nosotros en el Mundial, porque hubiera ganado una experiencia decisiva para desarrollar en España ’82, ya siendo campeón del mundo”.

Tras la gloria inigualable bañada de papelitos de aquella tarde ante los holandeses, el ciclo de Larrosa en la selección tuvo su punto final. Pocos meses más tarde, se dio el gusto de una nueva vuelta olímpica con Independiente, cuando superó a River en la final del Nacional. Dos años más tarde, tras un breve paso a préstamo en Velez, culminó su etapa en la mitad roja de Avellaneda y se puso la casaca de otro grande, San Lorenzo, con un inesperado final

“Sinceramente no sabía la gravedad de la institución, donde prácticamente no había dirigencia, al punto que el presidente renunció al mes de iniciarse el torneo del ’81. La barra se hacía presente en las prácticas, queriendo tener un protagonismo inadecuado. Sin embargo, al concluir la primera rueda, estábamos de la mitad de tabla hacia arriba y en las revanchas llegó la debacle, porque cada vez nos debían más plata y había muchachos que no tenían para mantener a la familia. Entonces, antes de comenzar las prácticas, se hacían reuniones de más de una hora para resolver estos temas. Comenzamos a perder, a hundirnos en la tabla y tratar de sacar puntos de cualquier manera. A tres fechas del final, contra Independiente en Avellaneda, tuve una pubialgia, que es una lesión traicionera, que aparece y desaparece. Eso me impidió estar presente en los partidos decisivos y me quedó la amargura de no poder jugar, sobre todo en el último y vital con Argentinos, cuando quedó decretado el descenso. Esa lesión, y la lentitud en la recuperación, me hizo darme cuenta de que era el momento del retiro”.

Equipo de Independiente campeón del Nacional 1977. Larrosa es el segundo de los hincados, junto a Boneco, la mascota perruna del Rojo.
Equipo de Independiente campeón del Nacional 1977. Larrosa es el segundo de los hincados, junto a Boneco, la mascota perruna del Rojo.

Fue poco el tiempo alejado de las canchas, ya que a mediados de 1982, asumió como ayudante de Rubén Suñé, su cuñado y amigo de toda la vida, en Quilmes. Pero la experiencia duró apenas un mes: “Con él nos conocimos a los 13 años en la novena de Boca. Tiempo después, me puse de novio y me casé con su hermana, mi actual esposa. Hicimos toda la carrera y la vida juntos. Lo de Quilmes fue tan breve porque él ya comenzaba a sentirse mal, a estar deprimido y de un día para el otro dijo que renunciaba. La cosa siguió mal, a tal punto que dos años más tarde tomó esa drástica decisión de arrojarse desde un balcón. Logró sobrevivir, pero es un muy delicado el tema del día después para el futbolista”.

Las tensiones de la dirección técnica dejan huellas en casi todos los que ejercen el cargo. Y Omar no fue la excepción: “En 1996, dirigiendo a San Martín de San Juan tuve un infarto. Eran tiempos en los que no me cuidaba y tenía algunos kilos de más. En un partido en Rafaela, le pegué un par de gritos a un jugador que perdió dos pelotas seguidas y sentí como una puñalada en el pecho. Cuando se lo comenté al médico y me vio la cara, me mandó derecho al vestuario y de ahí me llevaron urgente a una clínica. Al internarme, me dijeron que me quedara tranquilo, que en una hora iba a escuchar un ruido como cuando se destapa una cañería. Y efectivamente así fue, tenía una arteria tapada. A partir de ahí, me cuido, hago ejercicios y caminatas”.

La parábola se iba a cerrar regresando a Boca para ser entrenador de las divisiones inferiores por espacio de 10 años (2001 – 2011). “Fue una experiencia muy linda, donde sacamos a muchos chicos que llegaron a Primera, como Guillermo Pol Fernández y Juan Sánchez Miño. Incluso en dos ocasiones dirigimos la Primera en forma interina junto a Roberto Pompei. Nos fue bastante bien y teníamos un plantel de lujo con Juan Román Riquelme y Martín Palermo”.

Ahora es el tiempo del disfrute de la familia, pero conectado como siempre con el universo de la número 5. “Miro bastante fútbol y disfruto de los que plantean un juego ofensivo. Creo que el Barcelona de Guardiola cambió un poco la historia moderna. En la actualidad está muy bien el Bayern Múnich, el PSG y una pena que se haya caído el Liverpool, que tuvo un par de temporadas buenísimas”.

Las vueltas en la vida de Omar Larrosa. Las olímpicas y las del destino, esas que quisieron que a cada paso de su carrera se le adhiriera la palabra campeón. Algo reservado para pocos, como el hecho de ser querido y recordado más allá de los colores de las camisetas.

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