De jugar en villas con gente armada y tomarse a golpes de puño por placer, a debutar en la Bombonera: la historia de Daniel Tilger

Brilló bajo la presión de los potreros y se hizo un lugar en el fútbol en Colombia antes de volver a la Argentina para demostrar que podía triunfar. El delantero de las mil batallas

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La historia futbolística de Daniel Tilger: primaria de potrero, secundaria en Boca y graduación en el fútbol colombiano antes del posgrado en Argentina
La historia futbolística de Daniel Tilger: primaria de potrero, secundaria en Boca y graduación en el fútbol colombiano antes del posgrado en Argentina

Hace décadas, en el barrio Villegas de Ciudad Evita, había un pibe que era tan temido por sus gambetas en el asfalto o la tierra de los potreros, como también por cerrar los puños para agarrarse a trompadas. Para fortuna propia, Daniel Tilger nunca sufrió en carne propia algún disgusto mayor por la violencia, pero siempre la miró de reojo. A sus padres les dio más de un dolor de cabeza cuando desde el colegio lo notificaban de algún altercado en el que había participado o cuando alguna familia vecina golpeaba la puerta de su casa para averiguar por qué su hijo había trompeado al suyo.

Cuando se encaminó a ser profesional también lidió con las naturalizadas amenazas que reciben los atrevidos y desfachatados jóvenes delanteros como él por parte de los veteranos defensores, que así los intentan amedrentar para no padecer sus diabluras en la cancha. Brilló en el fútbol colombiano durante el esplendor del narcotráfico en varias ciudades importantes de ese país, donde es considerado ídolo.

“De pibito, para mí era más importante pelearme que comer. Era terrible. Me echaron del colegio y en el barrio no te digo que me tenían terror, pero me encantaba pelearme. No sé por qué. Para mí pelearme era más importante a que me dieran un diploma en el colegio o pisar la luna. Cuando hablamos con mis amigos me recuerdan el paletazo que le di a uno, el fierrazo que le di a otro, las 6 ó 7 horas que esperé en la puerta a otro para pelearlo”, relata el hombre que arrancó como extremo izquierdo pese a ser derecho y terminó cimentando su trayectoria como centrodelantero goleador y aguerrido. El fútbol no solamente terminó siendo su profesión, sino que también aplacó su espíritu pendenciero (aunque los defensores rivales lo siguieron sufriendo dentro de los límites reglamentarios). Con casi 50 años, este personaje tiene una historia muy rica para repasar.

Brilló bajo la presión de los potreros y se hizo un lugar en el fútbol en Colombia antes de volver a la Argentina para demostrar que podía triunfar. El delantero de las mil batallas

¿Cómo, cuándo y dónde nació tu pasión por el fútbol?

Desde los 4 ó 5 años jugué en el potrero. Llegué a trabajar con mi viejo cargando bolsas en camiones del Mercado Central, levantándome a las 3:30 de la mañana. Oswaldo Marcial Palavecino, uno de los máximos goleadores del fútbol colombiano, era del barrio y a los 15 años me puse a jugar en su equipo en Villegas. Éramos todos pibes de la misma edad y jugábamos con gente grande en otros barrios, por plata.

¿Eran picantes esos duelos entre equipos de barrio?

Eran todos picantes los partidos. Siempre escucho la historia de Tevez y muchos muchachos que pasaron por lo mismo y me veo reflejado. Íbamos a la Villa Palito, Fiorito, a Laferrere al fondo... No sabés lo que era. La gente afuera apostaba y era normal que hubiera alguno que otro armado, pero había respeto porque después ellos tenían que venir a jugar a nuestro barrio. Aunque el riesgo de que pasara algo siempre estaba.

¿Siempre jugaste de 9? ¿Cómo se dio tu llegada a Boca?

A mí me gustaba entretener a la gente, el firulete, el caño, si pasaba a uno, volvía para atrás y lo quería pasar de nuevo, estilo Garrincha. Un día jugamos un partido con el equipo de barrio contra la Quinta División de Boca y estaban viendo Grillo y Gonzalito, que eran los coordinadores de las inferiores. Les dimos un baile terrible y les ganamos 3 ó 4 a 0. Quedamos tres jugadores: Rubén Palavecino, hijo de Oswaldo, que dirigía; Héctor Ibáñez y yo. Yo jugaba de 11 porque me gustaba enganchar y tirar el centro, a Grillo le gustó eso. Al poco tiempo pasé a la Tercera, tenía mis virtudes y también la suerte que se necesita para llegar a lo más alto. Se habían lesionado varios y la Tercera de Boca iba a una gira en España porque la Primera estaba de pretemporada en Cuba. En ese plantel estaban Graciani, Barberón, Perazzo, Comas, Pico, Diego Latorre, Sergio Berti... Yo era el noveno o décimo delantero. Era atorrante, me encantaba. De pendejo, el Pato Pastoriza, que me hizo debutar, me ha cagado a pedos porque jugaba sin vendas, sin medias ni nada.

El juvenil Tilger que se dio el gusto de tirar paredes con Diego Latorre en Boca
El juvenil Tilger que se dio el gusto de tirar paredes con Diego Latorre en Boca

Imagino que por tu estilo de juego te castigaron un poco los defensores rivales...

¿Sabés lo que era una patada de Hrabina, Stafuza o Richard Tavares? Fabián Carrizo, Villarreal... Simón y Marangoni no, eran más lords. Yo me atrevía a encararlos en las prácticas, pero después aguantátela. Cuando ibas al vestuario te cagaban a trompadas, te gritaban en la cara y todo. Cuando me subía al micro del club para ir a la cancha me quedaba parado hasta que subieran los grandes. Mirá si me sentaba en uno de los lugares de ellos... Esos jugadores te enseñaban por dónde era el camino. La peor patada me la dio el Vasco Olarticoechea en un partido contra Vélez. Le tiré una bicicleta y me dijo “nene, te voy a romper la pierna”. Yo en vez de contestarle le quería dar un beso porque había salido campeón del mundo, ja.

¿Te costó hacer la transición de jugar en las villas a la Bombonera?

Me divertía mucho y, cuando me tocaba, lo hacía bien. Mi cuenta pendiente fue hacer un gol, fue una época linda. Creo que la inconsciencia que tenía me ayudó, me enseñó a no tenerle miedo al miedo. Cuando ya había jugado algunos partidos en la Primera volví a jugar al barrio. Un amigo me llamó para decirme que había un partido importante, con una apuesta grande. Fui camuflado, pero la gente me reconoció y la cancha se empezó a llenar de gente. En Boca no se enteraron de nada porque me cortaban la cabeza. Fue en los kilómetros del fondo de Laferrere. Un viernes estaba jugando un partido en Villegas y vino un amigo a decirme que tenía que viajar a Mar del Plata para jugar un Superclásico al día siguiente. El cosquilleo de jugar al fútbol lo sentís siempre, jugando en la villa o en la Bombonera. A los 15 estaba en los potreros y casi a los 18 debutando en Primera. Fue algo muy lindo, pero cuando llegué ahí quería ir por todo.

¿Qué otro recuerdo te dejó el inicio de tu carrera en Boca?

Me acuerdo que los jugadores más grandes venían con el neceser con perfume, crema para el cuerpo, desodorante, crema para el pelo, para los ojos... Yo tenía un champú que me daba el club nomás. Salía de la Bombonera, me tomaba el 86 que salía a media cuadra y en dos horas y media llegaba a la terminal en Barrio Villegas. ¡Hacía todo el recorrido completo siendo jugador de Primera! A veces tenía suerte y me alcanzaban hasta Ramos Mejía. Un compañero un día me regaló dos bolsas de ropa deportiva y para mí era como que me dieran un viaje a Dubai con todo pago. Cuando salimos campeones de la Supercopa en cancha de Independiente, comimos en un restaurante cerca de Ezeiza y me dieron un premio que, a plata de hoy, eran 3 millones de pesos, ponele. Metí todo en una mochila y me la colgué adelante en el colectivo, miraba para todos lados, para mí eran todos chorros. Tenía tres o cuatro amigos esperándome en la parada para acompañarme como escoltas hasta casa. Cuando llegué, tiré todos los billetes arriba de la cama y mi vieja me preguntó qué había hecho. Le dije “tranquila que no robé un banco, me pagaron el premio”. Con eso compré la heladera, la cocina, dos camas para mi hermano y para mí, y ropa de cama. Y me di el gusto de comprarme un televisor grande para ver el Mundial 90. Sacaban turno para venir a casa en el barrio.

Junto al recordado Miguel Calero, quien lo acompañó en sus inicios como futbolista en Colombia
Junto al recordado Miguel Calero, quien lo acompañó en sus inicios como futbolista en Colombia

¿Cómo fue tu salida y por qué terminaste yéndote a Colombia de tan joven?

Yo jugaba por el viático, no firmé contrato con Boca. Se había ido el Cai Aimar e hicimos la pretemporada en el 91 con el Maestro Tabárez. No había jugado muchos partidos en un año y pico y necesitaba hacerlo. Boca estaba lleno de monstruos y encima llegaron Batistuta y el Búfalo Funes, antes de su enfermedad. Ahí dije “ya está, me voy”. Ariel Mario Are, que también había jugado en Boca, me dijo que Rubén Flotta estaba dirigiendo en Colombia y necesitaba un delantero. Le dije “vamos”. Me acuerdo que Palavecino, antes de viajar, me dijo “lo más importante en Colombia es hacer goles, si los hacés, te vas a quedar toda tu vida”. Y así fue. Terminé en Sporting de Barranquilla.

Con 19 años te fuiste solo a Colombia, ¿te costó mucho la adaptación?

De jugar en Boca, tener 4 ó 5 pares de botines y que no me faltara nada pasé a jugar en un equipo en el que nos echaban del hotel donde vivíamos por falta de pago. Junto a Miguel Calero (recordado arquero colombiano) y Are nos quedábamos con los bolsos en la puerta hasta que viniera el técnico o un dirigente a solucionarlo. En el barrio había un teléfono y de ahí hablaba todo el mundo. Llamaba a mi familia una o dos veces por semana, a mi mamá le decía que estaba bien pero la realidad es que estaba mal y pasaba necesidades. Pero mi objetivo era triunfar. Lo único que teníamos eran los entrenamientos y partidos oficiales. Me pagaron un mes de contrato y me quedaron debiendo cuatro. El equipo había subido hacía poco y después desapareció. Yo era titular y hacía goles, el primero en el clásico contra Junior. No fue fácil, pero me adapté rápido porque el equipo era aguerrido como mi origen y barrio. La patada más baja era al pecho. La defensa era una locura, daba miedo.

Con la camiseta del Deportes Quindío, único club al que lleva tatuado en la piel
Con la camiseta del Deportes Quindío, único club al que lleva tatuado en la piel

¿Ahí ya habías empezado a jugar de número 9?

Yo me quería volver a Argentina e inclusive en Boca me habían hablado diciéndome que capaz se iba Batistuta y tendría más lugar. Pero surgió la chance del Once Philips (hoy Once Caldas) y ahí cambió todo, el hotel era otra cosa y me pagaron un mes adelantado. El técnico era Álvaro de Jesús Gómez, él fue el que me puso de 9 y por él llevo más de 200 goles en el fútbol. Yo, con tal de jugar, acepté. Tenía dos extremos que era una locura lo que corrían, Jaír Abonía y Panelo Valencia. A ellos les daba la mitad de mis premios por gol para que me tiraran tres centros por partido. Ellos me la tiraban y yo hacía los goles. A pesar de mi estatura (1,77) aprendí muchas cosas.

Tan bien anduvo Tilger en Colombia que el América de Cali le compró su pase a Boca (entró en la operación la ficha del Mono Navarro Montoya) y él se asentó en tierra cafetera junto a su familia en una casa en Bogotá que, según asegura, era más linda que la que Messi tiene ahora. Entre sus mayores hitos futbolísticos figura un triplete a Oscar Córdoba jugando para Independiente Santa Fe en el clásico ante el Millonarios (el duelo terminó 7-3 a favor), el semestre compartido en Deportivo Cali con el Pibe Valderrama y la idolatría generada en Deportes Quindío, único equipo que tatuó en su piel como sello de amor.

Sin temor al qué dirán, cruzó a la vereda de enfrente en Cali (América y Deportivo) y Bogotá (primero en Independiente y luego en Millonarios). En la etapa final con los Millos grabó un cruce con Juan Carlos Henao, quien años más tarde sería figura de Once Caldas ante Boca en la final de la Libertadores 2004. Él mantenía una amistad de su paso por el Caldas y soportó durante todo un partido sus cargadas hasta que le tocó desquitarse con un gol. Corrió a gritárselo en la cara, el arquero le tiró un manotazo y reaccionó tomándole las partes íntimas. Su actitud le costó la roja y 10 fechas de suspensión. Aunque a la brevedad diría adiós a Colombia y registraría su retorno al fútbol argentino.

¿No tuviste ningún roce con el narcotráfico durante tu estadía en Colombia?

Por suerte, nada. El fútbol estaba ajeno a la sociedad, la política y esas cosas. Yo me dedicaba al fútbol e iba con mi familia a todos lados. Quizás hubieron cosas que se agrandaron. El pueblo colombiano sufrió mucho y me pongo de pie por eso. Supieron levantarse y de eso se trata la vida. Colombia es eso, de berraquera como dicen ellos, y salir adelante. Sí, veíamos las noticias y algunas cosas que pasaban, estaba el tema de Pablo Escobar y los carteles y a cualquiera le daba un poco de miedo que explotara un carrobomba, pero nosotros vivíamos y disfrutábamos del fútbol. Los otros temas correspondían a otras personas.

¿Cómo y por qué volviste al fútbol argentino?

Era una cuenta pendiente en lo deportivo. Quería demostrar todo lo que había aprendido en Colombia. Justo Brahaman Sinisterra, compañero mío en Millonarios, había venido a San Lorenzo y le dije que si lo compraban era porque yo hacía los goles en los centros que él me tiraba. Por él hablé con el empresario Efraín Pachón, representante de Teo Gutiérrez, y me dijo que Unión de Santa Fe buscaba un delantero. Me llevó el presidente Ángel Malvicino, porque Nery Pumpido, el técnico, no me había pedido. Me dijo “mirá nene que yo no te pedí, pero ganate el lugar”. En Unión tuve uno de los niveles más importantes de mi carrera, nadie sabía quién era Tilger y el primer campeonato peleé con Palermo en la tabla de goleadores.

"La mejor camiseta que cambié es una de Riquelme en Boca: le ganamos con Unión en la Bombonera y pensé 'qué le voy a pedir, sabés cómo debe estar Román'. Por suerte me la mandó al vestuario. También tengo de Ortega y Saviola" (Fotobaires)
"La mejor camiseta que cambié es una de Riquelme en Boca: le ganamos con Unión en la Bombonera y pensé 'qué le voy a pedir, sabés cómo debe estar Román'. Por suerte me la mandó al vestuario. También tengo de Ortega y Saviola" (Fotobaires)

¿El fútbol argentino fue más fácil o más difícil por tus características?

Los defensores que había en Colombia eran tipos que iban a la guerra, no a jugar al fútbol. En Argentina se me facilitaron las cosas. Era ese 9 mañoso que no daba una pelota por perdida. Tuve compañeros que rápidamente leyeron mi juego y yo era mucho de asociarme al 10. No solamente en la cancha sino afuera, tomando mate, para conocerlo más. En Unión tuve a Darío Cabrol, el Pájaro Domizzi, Matías Donnet, Germán Castillo, el peruano Jayo, el Pelado San Martín, el Cuqui Silvera... Un plantel de maravilla con Pumpido, que te exigía mal. Te pedía el 101% porque decía que el 100 no servía para pelear abajo.

Más allá de la Supercopa con Boca, ¿te quedó como cuenta pendiente ser campeón en algún club?

Nunca fui campeón ni gané un botín de oro. Pero la experiencia de haber disputado y luchado los descensos son sensaciones que el jugador de fútbol que ganó todo nunca sentirá. Dar la vuelta olímpica y levantar la copa debe ser maravilloso, pero la sensación de haberte salvado y seguir en la categoría es como debutar, como darle el primer beso a una mujer. En los clubes están las fotos de los equipos campeones, pero faltan las de los equipos que los mantuvieron en la categoría y eso también debería estar en las vitrinas.

La lucha del aguerrido centrodelantero con dos rivales de Chacarita: en Argentina jugó en Unión de Santa Fe, Argentinos Juniors, Nueva Chicago, Lanús y Tiro Federal (FotoBaires)
La lucha del aguerrido centrodelantero con dos rivales de Chacarita: en Argentina jugó en Unión de Santa Fe, Argentinos Juniors, Nueva Chicago, Lanús y Tiro Federal (FotoBaires)

De Santa Fe te volviste a Buenos Aires para jugar en Argentinos Juniors y después en Nueva Chicago...

A Argentinos me llevó el Checho Batista. Era un plantel con mucha experiencia, tenía al Lobo Cordone, al Beto Yaqué, Mariano Herrón, Tomatito Pena. Estaban subiendo Pisculichi y la Totita Walter García... No fue buena mi experiencia porque hice 2 goles, un promedio muy bajo. Después se fue el Checho y arreglé en Chicago con Pancho Ferraro. Para mí era el barrio, toda la banda de Ciudad Evita, la gente de los frigoríficos; yo era local. Entraba a la cancha y tenía a todos mis amigos y gente conocida. Chicago es un club muy especial: si no lo conocés, no vayas porque la podés pasar mal. Para mí fue una experiencia hermosa.

Tuviste un nivel excelente pero les tocó descender en 2004...

Nos salvamos en la Promoción contra Argentinos el primer año y después nos fuimos a la B porque se fue Pipo Gorosito. Ese plantel inventó lo de llevar bombos, redoblantes y tres tiros en las concentraciones y micros camino al estadio. Carranza, Kmet y yo lo propusimos. Era una forma de sacarse la presión. Cuando fuimos a San Lorenzo casi nos meten a todos presos. En lo personal rendí e hice muchos goles. Cambiamos muchos técnicos, vinieron Márcico y Giunta, estuvo Patricio Hernández y después Madelón. Eso sí, Chicago fue el único equipo que yéndose a la B hizo sentir a los jugadores que eran campeones del mundo el día que llenaron la popular de Independiente con 15 mil personas. ¡Después del partido fuimos al Obelisco! La gente era una locura... Nosotros teníamos el dolor de haber descendido, pero la sensación de adentro era lo que dice esa famosa bandera: hay 5 grandes pero gigante uno solo. Chicago es un gigante dormido que merece despertar.

"Siempre dije que fui hincha de River pero soy muy respetuoso con Boca", confesó Tilger (FotoBaires)
"Siempre dije que fui hincha de River pero soy muy respetuoso con Boca", confesó Tilger (FotoBaires)

¿Cómo calificás tus últimas experiencias en la Primera División con Lanús y Tiro Federal de Rosario?

Lanús es un lindo club, le tengo un gran cariño a la gente y la gente a mí. Hice goles y lo disfruté. No me considero ídolo, pero sí un jugador recordado y eso para mí tiene un valor enorme. Ahí jugué con Fabbiani, Graf, Óbolo, Manicero... Había linda competencia. Y estaban Maxi Velázquez, Carboni, Chiquito Bossio, Serrizuela, Gioda. ¿Y sabés los bailes que nos pegaban los pibes de la Reserva? Valeri, Leto, Biglieri, Aguirre... Mamita. Los cagábamos a patadas y se reían después. Los invitábamos a comer un asado y me acuerdo que yo les decía “¿te hacés el jugador? Te voy a matar”, ja. Tiro Federal fue otra experiencia loca, un plantel bravo, con muchos caciques y pocos indios. No nos dio, no dimos la talla, pasaron muchas cosas.

¿Qué cosas pasaron para que la historia terminara con el equipo descendido?

Si no se iba el Profe Castelli, que me llevó, nos quedábamos en Primera. Se fue por los malos resultados, iban 8 fechas y no habíamos ganado. Después vino el Indio Solari y armó todo muy bien, pero estaba enfermo y tomó la decisión de irse. Ahí vino un chileno (Oscar Del Solar) y ni me hagas acordar porque me agarran canas verdes, me agarra dolor de cabeza directamente. Tuve muchos encontronazos pero quedan ahí en el vestuario.

Sin entrar en detalles, ¿eran cuestiones futbolísticas por las que discutían?

Por él (evita nombrarlo) me fui de Tiro. No estaba de acuerdo en sus decisiones. El primer torneo el goleador fue Cámpora y yo estaba bárbaro en el banco, no renegaba porque Castelli te hacía sentir titular y Solari lo mismo; te daban explicaciones y uno era consciente de que el goleador tenía que jugar. Cuando me tocaba entrar, entraba. Ya después hubo cosas con las que no estuve de acuerdo y fuimos dos o tres jugadores que se lo dijimos. Como voz de mando le dije las cosas y se armó un tema ahí. Pasaron muchas cosas en ese vestuario.

Oscar Del Solar, entrenador chileno que dirigió a Tiro Federal en la temporada 2005/2006 tras las partidas del Profe Castelli y el Indio Solari (FotoBaires)
Oscar Del Solar, entrenador chileno que dirigió a Tiro Federal en la temporada 2005/2006 tras las partidas del Profe Castelli y el Indio Solari (FotoBaires)

¿Se puede contar algo más de lo que pasó?

Lo que pasó con Teo Gutiérrez en el vestuario de Racing (NdR: sacó un revólver después de perder un clásico con Independiente) fue un cumpleaños de 15 al lado de esto. Fue entre el técnico y yo, pero en esa reunión también hubo un ida y vuelta con otros jugadores. Yo hablaba un poco más alto y los muchachos, la mayoría, atrás mío. Y había gente de peso. Uno de mis compañeros, con los que inclusive tengo una relación de amistad era Hernán Buján, ayudante de campo de Gallardo en River. Ya está, quedó ahí.

Con 36 años Daniel Tilger dijo no va más y se decidió a disfrutar de su familia lejos del fútbol. Estuvo unos días en Colombia y regresó a Argentina. Pero cada vez que se propuso retirarse oficialmente su teléfono volvió a sonar: primero fueron seis meses en El Porvenir, luego casi dos años en Durazno de Uruguay, sitio al que consideró un paraíso terrenal con “una plaza, un banco, una iglesia, una comisaría, la cancha de fútbol y para de contar”. Era la tranquilidad que necesitaba y el híbrido entre un fútbol profesional y amateur que permitía tomar mates hasta sentado en el banco de suplentes durante un partido.

Daniel Tilger se desempeña como delantero en el equipo Senior de Boca: "Trato de hacer los goles que no pude hacer en Primera"
Daniel Tilger se desempeña como delantero en el equipo Senior de Boca: "Trato de hacer los goles que no pude hacer en Primera"

Cuando pegó la vuelta, el Pampa Biaggio le pidió por favor que inflara algunas redes más en el Argentino B con Ferro de Olavarría, donde salía a la cancha con Pedro De La Vega (actual promesa de Lanús), cumplió con su cometido y se salvó del descenso. Pero la más exótica de las propuestas fue en Catamarca, después de convertir un triplete en un Superclásico de veteranos: un par de directivos se acercaron y le ofrecieron jugar en Atlético Policial. No pudo con su genio: aceptó y volvió a entrenarse en una cancha pelada de pasto, con tres pelotas y a lavarse la ropa como cuando estaba en inferiores, como para cerrar el ciclo profesional. De yapa, se dio el lujo de eliminar en Copa Argentina a dos conjuntos importantes como San Martín de Tucumán e Instituto de Córdoba (con Dybala y todo).

Por estos días se desempeña como analista deportivo en una importante cadena televisiva y despunta el vicio con el Senior de Boca, donde considera más importante el tercer tiempo que los dos primeros. El vestuario, el asado y los recuerdos lo mantienen ligado al fútbol. Eso le impide extrañarlo. Y dice que en el futuro organizará su partido despedida en la ciudad colombiana de Armenia, identificada con Quindío: “El fútbol todavía no me retiró”.

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