La conmovedora reencarnación de Gustavo Ballas, el campeón mundial que venció al alcohol, las drogas y el delito

Tuvo un reinado fugaz, pero fue uno de los mejores boxeadores argentinos de todos los tiempos. Se equivocó, pero logró vencer sus adicciones que lo llevaron a la cárcel. Hoy cursa el secundario porque quiere estudiar psicología

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En su apogeo. En cuanto llegó al Luna Park Ballas conquistó al gran público por su estilo y escuela.
En su apogeo. En cuanto llegó al Luna Park Ballas conquistó al gran público por su estilo y escuela.

Sobre el cuadrilátero era un arlequín. Un boxeador osado, geométrico, desafiante y sereno. Seducía al público con una pícara sonrisa que coronaba su estética de pugilista clásico, fino, ortodoxo. Algo así como un Locche "lógico", sin la impronta imprevisible de quien fuera su ídolo y compañero mayor en la escuela mendocina, la de Paco Bermúdez en el "Mocoroa Boxing Club".

Gustavo Ballas era un boxeador de sabor frutal, un deleite, un pintor de armonías enguantadas

Su esplendor fue tan leve como la luz de un fósforo y la esperanza de disfrutar de su arte se esfumó en el espacio como el estallido desvanecido de una bengala.

El niño abandonado por su madre había ganado sus primeras batallas con la vida siendo lavacopas o vendedor ambulante en su ciudad natal, Villa María, Cordoba. Tenía persuasión y simpatía para vender peines o repasadores por la calle y por ello lo rebautizaron "Jaimito" ; con eso él y sus sus cuatro hermanos ayudaron todo cuanto pudieron a su padre laburante.

No era vida trabajar todo el dia en la pizzería "Eden Bar" para luego gastarse el dinero esforzado en la trasnoche yendo de recalada al bar "Monta", donde se encontraban algunos otros muchachos de la gastronomía, muchos con la fe perdida.

Esa primerísima pelea contra el alcohol y el "porrito" la había ganado siendo adolescente con una decisión: aprender a boxear con un entrañable maestro Alcides Rivera. Pero sus condiciones eran tales que el propio Rivera después de enseñarle durante dos años ( desde los 14 hasta los 16) se lo mandó a Don Paco Bermúdez a Mendoza para que lo terminara de moldear..

El contacto, el guanteo con los grandes boxeadores mendocinos como Nicolino Locche, Carlos Aro, Ramón Balbino Soria entre otros, aceleraron su proceso de crack.

Fue de tal manera que el Luna Park lo adoptó con cariño, con admiración, con la vedada ilusión de hallar en él –y en Uby Sacco– a los sucesores de Nicolino. Y lo convirtió en ídolo en menos de dos años: del 79' al 81.

Había vencido a los mejores de ese momento: Santos "Falucho" Laciar- ese enorme campeón-, a los ex titulares mundiales Alfredo Marcano (venezolano), a los ilustres panameños Alfonso López y Rafael Pedroza y al temible japones Ryoetsu Maruyama, apodado "El Chacal", a quien le dio una histórica paliza ganándole por nocaut en el 11° asalto.

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Todo fue rápido: aprender, decantar el estilo, seducir a todos los públicos del país, conquistar al Luna Park –siempre fue la prueba más difícil- y recibirse de ídolo.

Gustavo Ballas mostraba virtudes olvidadas en el boxeo: la guardia siempre bien armada desde las sienes hasta los intercostales; un jab de zurda preciso e impecable; el gancho tan perfecto como visible; las salidas laterales elegantes y leves para recomponer la línea vertical y quedar de frente para el contraataque. Una maravilla de boxeador capaz de descargar golpes en retroceso y hacer que el movimiento impulse al mismo tiempo la cabeza, la cintura, las piernas y las descargas de golpes con perfecto recorrido.

En aquel año de 1981 sólo le faltaba pelear por el campeonato del Mundo de los super moscas de la A.M.B.; lo logró ante el coreano Suk Chul Bae a quien puso nocaut en el 8° round.

El Luna Park fue una fiesta, el público lo aclamó de pie, la cátedra lo consagró ídolo, no hubo controversias entre los especialistas del análisis pugilístico y este arcángel de cálida sonrisa, palabras amables y gesto amistoso que superaban el 5° grado de la primaria al que había podido llegar, se les alojó en el corazón.

Solo nueve años después intenté verlo en una comisaría, creo que era la 40°, la de Parque Avellaneda.

– Vengo a interesarme por un amigo, Gustavo Ballas- le dije al oficial principal que estaba de guardia.

– Lo siento- me respondió. Y tan objetiva como cruelmente me dijo: " Está incomunicado por intento de asalto a mano armada contra un taxista… ¿ Y sabe qué…?, agregó con pesar el oficial de la Federal: "Es reincidente, en sus antecedentes hay dos robos a kioscos, estaba libre porque usaba revólveres de juguete y tenía la condicional.-

– ¿ Asaltos a mano armada?, repregunté queriéndome convencer de algo que naturalmente sabía.

– Sí, ahí está el taxista, es el que está sentado, ese señor de la campera, pregúntele-, me indicó amablemente el policía.

-Perdón amigo, ¿usted es el taxista que Ballas quiso asaltar…?.-

– Sí, pobre muchacho-, comenzó a decirme el amigo del taxi. Y agregó: "Se sentó obviamente en el asiento de atrás, estaba totalmente borracho, me dijo que vaya para el centro y de pronto me amenazó con un tenedor que tenía los dientes de las puntas doblados y los del medio juntos como si fueran una faca, me pidió la guita con el tenedor en la garganta, le pegué un cachetazo y se cayó hacia atrás, contra el respaldo del asiento y ahí se quedó quietito. Entonces me bajé –siguió contándome el "tachero"-, le saqué el tenedor y le dije que lo llevaba a la comisaría.

– ¿Y él se resistió?

– No, para nada; era como que estuviera esperando eso, que alguien lo pusiera en algún lugar seguro… Y bueno, aquí está, pobre muchacho, yo lo vi pelear, un crack, afirmó el taxista denunciante.

Con Ester Figuera, su profesora de Lengua y literatura, en una clase del secundario para adultos al que concurre Ballas con el sueño de llegar a la universidad.
Con Ester Figuera, su profesora de Lengua y literatura, en una clase del secundario para adultos al que concurre Ballas con el sueño de llegar a la universidad.

La cárcel de Caseros, que ya no existe, le significó un castigo muy duro desde el momento en que para hacerle un favor lo trasladaron a un pabellón en el 9° piso, el de los mendocinos. Pero el "poronga" lo recibió cruelmente: "aquí mando yo y a los boxeadores les pinchamos los guantes", le advirtió.

– ¿Cómo es Gustavo que te pasó todo esto?, le pregunté una mañana cruel donde el piso estaba congelado y las paredes de la cárcel parecían más altas, más frías, más mudas.

– ¿ Se acuerda cuando estuvimos en Osaka? (se refería a 1982, derrota ante Jiro Watanabe), bueno el día anterior a la pelea me tomé una cerveza y nunca más dejé de tomar, me confesó.

Recordé bien el episodio pues en su bolso llevó al estadio las dos botitas del mismo pie, el izquierdo. El colega –notable abogado además- Pablo Llonto –enviado especial de Clarín- fue quien lo salvó pues salió corriendo del estadio, se tomó un taxi, llegó al hotel, rescató un par de botitas, regresó presurosamente y alcanzó a entregárselas cuando faltaban minutos para subir al ring. Una proeza.

-Pero le aseguro una cosa: aquí, en la cárcel, hice un click; le juro que basta de alcohol y basta de drogas.

Un amigo, Jorge "Lalo" Rodríguez, su ángel de la guarda, su "padre" de la vida, pagó el abogado y la fianza y se produjo el milagro: hace 27 años que Gustavo Ballas se dice no cada mañana.

El camino para lograrlo le exigió más coraje y determinación que los 120 rivales que debió enfrentar en los diversos rings del país y del exterior.

Puede disfrutar de su presente junto a su esposa Miriam Susana, soporte imprescindible de la dignidad recuperada y de su hijo Gustavo Adolfo quien ya tiene 30 años, es diseñador gráfico y realizador audiovisual.

El pasado no lo abruma: su recuperación comenzó con una internación por ocho meses en el Hospital Regional de Bell Ville y el doctor Cristóbal Rossa logró el difícil objetivo de salvar a Ballas de todas sus adicciones.

Muchos lo ayudaron y Gustavo no lo olvida. El abanico es amplio y va desde la comunidad de Villa María que al principio lo resistió pues no confiaba en el milagro de su recuperación hasta su hoy pleno de proyectos tendientes a ayudar a todos aquellos que vivieron su infierno.

Gustavo Ballas rodeado de sus compañeros de Secundaria, en Córdoba.
Gustavo Ballas rodeado de sus compañeros de Secundaria, en Córdoba.

Es así que Pedro Fernández , secretario de ATILRA, del Departamento de General San Martin lo apoya para recibir ya sea en un consultorio o para dar charlas de ayuda a adictos. Esta tarea la comenzó haciendo un curso de capacitación en la Universidad del Salvador en Buenos Aires en 1999 sin haber completado la escuela primaria. Hecho que se produjo en 2017 (en la Escuela Ricardo Rojas) y que le permite estar cursando el secundario ahora en el colegio para adultos CENMA 96 Agustin Alvarez.

No es todo: Ballas quien va a dar charlas de ayuda al lugar desde donde se lo pidan se propone terminar la secundaria para seguir la carrera de Psicología.

Mirando atrás y al evocar, Gustavo recuerda ayudas imborrables; las del incondicional amigo "Lalo" Rodríguez, la de Miguel Olariaga del Municipio de Villa María que le facilitó la compra de su casa; la del fallecido gobernador Manuel De La Sota que les reconoció un subsidio mensual a los grandes deportistas de Córdoba, la de Juan Alberto Yaria un ex funcionario de la Provincia de Buenos Aires ( Secretario de Prevención de las Adicciones en épocas del gobernador Eduardo Duhalde) quien almorzando con Mirtha Legrand (1998) dirigiendose en cámara a Ballas y conociendo su drama, le dijo:" Tome contacto conmigo, que lo vamos a ayudar". Gustavo lo hizo llamando a la producción, la señora Legrand leyó el mensaje y fue así que Ballas comenzó el curso de "socioterapeuta en adicciones" en la Universidad del Salvador al tiempo que ofrecía su experiencia para el gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Ballas con su familia, su esposa Miriam y su hijo Gustavo Adolfo
Ballas con su familia, su esposa Miriam y su hijo Gustavo Adolfo

Hace unos días, una de sus profesoras de la secundaria, la señora Fasseta de Psicología Social les pidió realizar un trabajo práctico vinculado con Ricardo Darín. Se trataba de tomar unas declaraciones del gran actor respecto del valor de cada uno por encima de aquello que pudiere ofrecerle la escuela, el llegar a ser alguien sustentado en la vocación y el esfuerzo.

– No lo podía creer, me dice Ballas.

-¿ Por qué?

.-¿Vos sabés lo que me pasó cuando deambulaba por las calles de Buenos Aires, perdido, mangando, esperando que alguien me reconozca para pedirle una ayuda para comer? Una tarde ya casi de noche voy por la calle Corrientes y veo que en un bar había un grupo de personas sentadas a una mesa, reconocí a Ricardo Darin que estaba actuando en un teatro, seguramente habría ido a ensayar. Los que estaban con él se hicieron los burros pero Darín al verme se levantó, me agarró de un brazo, me llevó a una mesa al fondo y me preguntó: "¿Qué estás haciendo Gustavo? Largá que te estás matando…".  Fue hasta el teatro y al volver me puso en el bolsillo y discretamente un montón de dinero. `Gustavo prometeme que vas a buscar un lugar para comer, para ducharte, para dormir'

-¿Y que hiciste Gustavo?.- le pregunté con forzada ingenuidad.

– Y me fui a ver al "dealer" a pagarle una deuda, a comprarle "merca" y a emborracharme.

Quien puede recordar y contar esta anécdota ha salido del infierno, ha resucitado, transita un espacio celestial que lo aproxima al cielo.

Gustavo Ballas ha resucitado…

Pedro Fernández,  secretario de ATILRA, del Departamento de General San Martin lo apoya para dar charlas de ayuda a adictos.
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