Si hemos llevado a cabo unas cuantas acciones malas, pero después las hemos compensado con otras tantas acciones buenas, ¿nuestra balanza de la justicia está equilibrada? ¿Se pueden compensar el bien y el mal?
Una pregunta ciertamente difícil, sin duda. Gracias a nuestra libertad, es decir, a la posibilidad de elegir entre varias acciones, podemos hacer frente a las consecuencias de nuestros actos. Esto es la responsabilidad (que, etimológicamente, remite a respuesta —response—) de poder ofrecer una contestación a la pregunta: ¿por qué hiciste eso?
Esta cuestión, evidentemente, no se la planteamos a un animal que actúa exclusivamente por instinto, pues no tiene opción de elegir. La capacidad de razonar no es solo poder solucionar problemas de matemáticas, sino también, como nos hizo saber Aristóteles, la facultad para elegir bien entre las alternativas que tenemos. Es decir, no es únicamente un asunto teórico, sino también práctico.
Preguntemos a Emilia Pérez por qué lo hizo. En la película homónima (2024, Jacques Audiard) de reciente estreno, un narcotraficante apodado Manitas cambia de sexo y comienza una nueva vida como Emilia Pérez. Por diversas circunstancias regresa al entorno del que en un primer momento quiso huir y repara en los horribles actos que llevó a cabo. Con la intención de redimirse, empieza a realizar buenas acciones, a tratar de ayudar a la gente.

Entre otras cosas, la película nos propone participar del examen de conciencia de Emilia, introducirnos en la mente en la que se está celebrando el juicio. Desde nuestra posición, podemos situarnos con ella, en el banquillo de los acusados, asumiendo la culpa. Pero también podemos ejercer de abogado defensor de las víctimas, de jurado, de juez o incluso de verdugo.
Haciendo equilibrios
La ética es la rama de la filosofía que estudia estos problemas. De acuerdo con su etimología, ethos, remite a carácter. Según Aristóteles, lo que vamos haciendo, las acciones que elegimos llevar a cabo, configuran nuestra personalidad. Por eso es muy importante en todo momento usar la razón para pensar qué hacer y evitar que nos pase lo que le sucedió a Emilia cuando era Manitas.
Sigamos con el examen de conciencia. Situémonos en calidad de público. Lo que observamos es que Emilia se declara a sí misma culpable y se “condena” a realizar obras en beneficio de la comunidad para redimir sus pecados. Ahora bien: ¿queda equilibrada así la balanza? ¿Es esta una mera cuestión de sumas y restas? ¿Los actos buenos pueden neutralizar a los malos?
Hemos de cambiar nuestro rol y convertirnos en jueces. La pelota está en nuestro tejado. Si antes era Emilia quien portaba su propia balanza de la justicia, ahora somos nosotros quienes hemos de decidir. Cada uno tendrá su opinión, de ahí el intenso debate que ha generado la película. Pero, en cambio, sabemos que la justicia debe tender hacia la objetividad, para que las sentencias no dependan de creencias personales o de intereses particulares.

El símbolo de la balanza proviene de un contexto religioso, ya desde el Antiguo Egipto. Los dioses dictaminan: bien o mal, inmortalidad o mortalidad, cielo o infierno… Para evitar su arbitrariedad, secularizamos la balanza, la humanizamos. Los ojos de la mujer que la sostiene, al contrario que el Dios que todo lo ve, están cubiertos por una venda: el objetivo es ese que apuntábamos líneas arriba: la objetividad.
Existen diversas teorías de la justicia, que relacionan la ética y la política, es decir, las consecuencias (política) que producen nuestras decisiones (ética). Tras el examen de conciencia llevado a cabo por Emilia, el juicio se hace público, sale fuera de su conciencia. ¿Sigue siendo responsable Emilia ante la sociedad, a pesar de estar equilibrando su balanza realizando buenas acciones? ¿Puede convertirse de esa forma en inocente, borrando su pasado como Manitas?
La ley o la ética
En este punto se abre una brecha entre el derecho y la filosofía. El derecho establece plazos precisos para la prescripción de los delitos, dependiendo de su gravedad. Por ejemplo, en España, si han pasado más de veinte años desde que cometió un asesinato, su autor ya no podrá ser declarado culpable.
Sin embargo, en filosofía se habla de proyecto vital, que convierte en inseparables a Emilia y Manitas. No hay plazos específicos para rendir cuentas, por eso la cuestión queda abierta.

Busquemos argumentos filosóficos a favor de cada uno de los dos veredictos posibles: culpable o inocente. En el primer caso, si dictaminamos que Emilia sigue siendo culpable por los actos que realizó, a pesar de todas las buenas obras posteriores, alegaríamos que sigue siendo responsable. De acuerdo con el filósofo Emmanuel Lévinas, diríamos que no se hizo cargo de las consecuencias de sus actos, no consideró a las víctimas como iguales ni aceptó su diferencia radical. De hecho, Kant se posicionaría diciendo que las utilizó como meros medios para conseguir su fin: el poder.
Para la segunda opción, la sentencia absolutoria, podemos hacer escala en la filosofía existencialista y libertaria de Jean Paul Sartre. Aquí, siempre sin olvidar el dolor de las víctimas, se hace prevalecer la libertad de elegir y de seguir eligiendo… hacer el bien. Por ello, alegaríamos que Emilia no podría realizar obras buenas si la encerrásemos en una celda, luego serviría de poco su aislamiento. Al contrario, parece que para el mundo sería mucho mejor que continuase libre, desplegando su nuevo proyecto vital para poder seguir haciendo el bien… asumiendo el riesgo de que podría volver a hacer el mal.
Ahora: ¿cuál es el veredicto del jurado?
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
* Profesor de filosofía en la Universidad de La Rioja, España.
[Fotos: Zima Entertainment y Shanna Besson/ Netflix vía AP; Visuales Infobae; Video: BF Distribution]

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