
A veces ciertas aficiones se convierten en profesiones, que están movidas por el placer, y parecen casualidad, o incluso magia. Así pareciera ser con Mauro Zoladz, el invitado a Cómo se construye un lector de esta semana.
En realidad Mauro, que nació en Parque Chas, “un barrio laberíntico de la ciudad de Buenos Aires” (en sus propias palabras), es economista y Master en Administración de Empresas pero, “por esas vueltas de la vida –o de las calles–“ agrega, escribe y escribe. Y eso no queda ahí, es un gran lector y difusor de lecturas para chicos y grandes –como se puede observar en sus redes sociales. Con generosidad, comparte no solo lo propio, sino lecturas de otros autores.
Aun ejerciendo su profesión de economista a tiempo completo, le queda tiempo para sus libros para chicos. Ha publicado en Argentina, Brasil, Chile y Perú, y su libro ¿Cuál existe? fue recomendado por ALIJA IBBY en 2022.
Pero no se detuvo ahí, también ha colaborado creando contenido audiovisual para PakaPaka TV, como es el caso de Confinamiento, ilustrado por Ana Sanfelippo. Este cuento que trata, de costado, de la pandemia, ha sido publicado en Argentina y Brasil.
Fue compañero de escuela primaria de la también escritora Patricia Strauch, y juntos, en la actualidad, siguen siendo “compañeros de banco” en diversos talleres de literatura, e incluso han escrito varios libros en tándem. Una de sus últimas creaciones fue el poema Detrás de un flan se fue mi caballo, ilustrado por Nadia Romero Marchesini y publicado por Fondo de cultura económica en su colección Los especiales de A la orilla del viento.
Vive con su esposa, sus tres hijos y una mini perra salchicha. Anda siempre detrás de un flan, “mejor si es con dulce de leche”, como el protagonista de su libro, y muchos libros.
—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Leyendo. Libremente, sin mandatos ni bajadas de línea. Porque la construcción de la identidad –propia, colectiva– resulta de una búsqueda genuina: una ruta, por lo general larga, sinuosa y placentera a la vez. En esta imagen de la ruta, la lectura juega el doble rol de camino y destino. Es tránsito y es lugar –lugares– a donde llegar. Para alcanzar a decir “este soy yo como lector, estas son las características de mis lecturas”, el recorrido es larguísimo, quizá interminable. En él se combinarán rasgos heredados –de otras voces lectoras, narraciones de la infancia–, gustos adquiridos –de la comunidad, que suma un montón– y tesoros descubiertos en soledad. En el medio nos encontraremos con textos ásperos, malos, repulsivos. No hay que asustarse. El viaje nos constituye y vale la pena.
—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Claro que sí. Tiendo a ser optimista y humanista –mi capacidad de abstracción de la realidad es fuerte, debo reconocer–. Entonces creo, antes que nada, que hay una magia posible en los libros. Por otro lado, confío en que todas las personas somos capaces de encontrarnos con esa magia. Solamente es cuestión de buscar, ser curiosos, estar abiertos a la aventura y tener algo de suerte. Como en el primer amor. ¿O acaso no hemos tenido todos un primer amor, alguna vez? La chispa de la lectura también se enciende y, por si esto fuera poco, enseguida podemos pasar de un libro a otro, sin miramientos.

—¿De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores, ¿puede surgir un ávido lector?
—Sí. Los lectores también nos formamos gracias al hambre: hambre por las letras, por el arte, por otras realidades, por lo bello, la fuga, los otros. No estoy hablando de algo sofisticado ni elevado. El hambre por lo estético es terrenalmente humano. Pienso que un entorno con las necesidades básicas resueltas y hábitos de lectura instalados contribuye mucho a cultivar un lector. Pero hay sobrados ejemplos de grandes lectores, escritores, incluso personajes de ficción –se me vienen a la mente Felicidad clandestina, de Clarice Lispector, o Matilda, de Roald Dahl–, que se han formado con libros de todas partes: la escuela, los vecinos, bibliotecas populares, algún que otro robo. A veces, otras formas del arte de contar, tales como la narración oral, las muestras callejeras, el cine, el teatro –es mi caso– se convierten en disparadores potentes.
—¿Qué es ser mediador de lectura? ¿Es algo ligado a la educación?
—Más no que sí. Para mí el rol de mediación va por otro carril; el mediador puede ayudar a que la chispa entre el lector y el libro se produzca. El mediador enseña, en el sentido de mostrar; invita, seduce, comparte. Es como un amigo que te quiere convencer de hacer un viaje juntos. Es el guía del viaje, también. El carril del mediador puede cruzarse con el del educador, porque a veces las funciones conviven en el ámbito de la escuela. Pero opino que mientras el educador persigue que el alumno aprenda o incorpore algo, el mediador busca que el alumno viva una experiencia, se sumerja en el país de las maravillas. El mediador está habilitado a transmitir herramientas, explicar, alivianar la carga, por supuesto. Como dije antes, lo mismo que un guía –apasionado–.

—¿Recordás tu primer encuentro con libros?
—Sí, aunque no fueron los libros físicos. Mi abuelo Abraham me retiraba del jardín de infantes cada mediodía, y luego del almuerzo, como antesala de la siesta, mi abuela Adela me narraba cuentos. Ella tenía un decir maravilloso –pausado, casi empalagoso como la miel–, además de una capacidad admirable y para nada evidente de mezclar clásicos con sus propios inventos. En mi cabeza, todo provenía de libros que yo todavía no podía leer. Varias décadas más tarde, tuve que ir a chequear los compilados de Perrault, los hermanos Grimm, Andersen y otros, para detectar si mis memorias se correspondían con las versiones originales o con las invenciones de mi abuela en su afán de crear y entretenerme/nos.
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