
Para quienes crecimos leyendo Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos; Corazón, de Edmondo de Amicis, o los libros de Poldy Bird, resulta sorprendente imaginar que hoy se ponga en tela de juicio qué darles a leer a los chicos y chicas. En la nota en la que recomendaba libros que trataban la amistad, en esta sección, comentaba que el tema no debería ser lo más importante ni significativo a la hora de elegir qué leer con los niños y las niñas. Sin embargo, existe una discusión al respecto de qué decir y cómo.
En realidad, la discusión es más profunda y despliega otra serie de preguntas y subtemas al respecto, que van desde qué es la literatura infantil (tomando ‘infantil’ como adjetivo); trayectorias lectoras frente a edades cronológicas; literatura en valores, y un largo etcétera que no se va a desarrollar en esta nota, pero que, en de algún modo, podría repercutir en qué y cómo se escribe para las infancias. Y es interesante detenerse en este punto porque se desprende un interrogante interesante: ¿se pueden tocar temas dolorosos o tabús, dentro de la literatura destinada para los más pequeños?

Especialistas como Fanuel Hanán Díaz, con amplia trayectoria en estos consumos culturales, y María Teresa Andruetto, en diferentes libros y artículos, señalan que en un circuito literario en que los niños son sujetos que no intervienen en la producción de esos libros, poco pueden saber los adultos sobre lo adecuado o pertinente para ellos. Hay una mirada sesgada, que parte del adulto que crea, y que está tamizada por valores, prejuicios y creencias.
Otro indicador interesante que señalan ambos especialistas es lo peligroso que puede tornarse para la literatura pensarla o concebirla desde los valores. Tal vez se admita esta cuestión desde la recepción –no tan de acuerdo tampoco para quien escribe esta nota escribe–, pero no desde la producción, porque termina cumpliendo un rol para lo que no fue creada. La literatura es un hecho artístico y no debe cumplir una función utilitaria como transmisora de valores. No es justo para ella, se desdibuja y, muchas veces, se notan los hilos y se pierde la magia.
Esto no significa que no pueda mediar o funcionar para que niños y niñas se identifiquen con una historia y sus personajes –de ahí, sí, lo valioso de poder relatar diferentes situaciones y sucesos–, pero no debe ser su germen. Hoy en día, chicos y chicas consumen grandes cantidades de estímulos que no quisiéramos que ni remotamente los rozaran, por lo que un libro no queda exento de esto. Esto permite pensar que no hay temas prohibidos, dolorosos, tabús o complicados.

Hugo tiene hambre (AZ, 2024), de Silvia Schujer y Mónica Weiss. El título no admite sorpresas, no se anda con eufemismos. ¿Para qué? Durante gran parte del libro la incertidumbre se apodera del lector, que oscilará entre la angustia y la intriga. Sin embargo, hay algo de ternura –¿tal vez por las ilustraciones?– que permite digerir lo que Hugo no puede. Hasta que se da un plot twist con la presentación de un perro –y una situación algo cómica– y se puede respirar con normalidad nuevamente.
Este libro, cuya primera publicación fue en 2006 por otra editorial, lamentablemente no ha perdido vigencia y retrata la pobreza y el hambre, dos flagelos a los que se enfrentan niños y adultos alrededor del planeta.

Mi secreto (del Naranjo, 2024), de Ethel Batista y Alejandra Saracho. No es el primer libro que introduce el tema del género en la infancia –como lo hizo, por ejemplo, Dani Umpi con El vestido de mamá–, sin embargo, en este caso, su protagonista y narrador –que ni siquiera tiene nombre– manifiesta un sentimiento de angustia que se plasma en unas pocas líneas y en unas ilustraciones entre arrolladoras y perturbadoras en blanco, negro, gris y rojo. Un libro que cierra más con preguntas que con respuestas.

Cosas pequeñas y extraordinarias (Limonero, 2024), de Daniela Arroio, Micaela Gramajo y Nono Pautasso, es de los pocos libros que abordan el exilio y los desaparecidos sin mencionarlos directamente. Con una sutileza pasmosa describe el dolor, el enojo, la confusión que sufre Ema al tener que dejar su vida tal como la conocía, sin entender mucho por qué. A partir de la descripción en primera persona de su mundo de pocos años, se adentrará en un hecho que cambiará su realidad.
Con humor y ternura en partes iguales, los lectores serán testigos de su historia, así como del cambio de mirada de su protagonista.
Cosas pequeñas y extraordinarias (Limonero, 2024), de Daniela Arroio, Micaela Gramajo y Nono Pautasso, es de los pocos libros que abordan el exilio y los desaparecidos sin mencionarlos directamente. Con una sutileza pasmosa describe el dolor, el enojo, la confusión que sufre Ema al tener que dejar su vida tal como la conocía sin entender mucho por qué. A partir de la descripción en primera persona de su mundo de pocos años, se adentrará en un hecho que cambiará su realidad.
Con humor y ternura en partes iguales, los lectores serán testigos de su historia, así como del cambio de mirada de su protagonista.

Una historia sin cliches (pípala, 2023), de Davide Calì y Anna Aparicio Català. Es, en apariencia, otro libro cuyo título pareciera no dejar nada librado a la imaginación. Pero sí, sorprende, y mucho. Es el único de esta selección que es, genuinamente, humorístico, pero desde un lugar que se agradece: el de la fina ironía. Este libro juega con los límites, con el pacto entre lector, autor, protagonista y texto; se anima a tratar en un libro para las infancias el feminismo, el alcohol, la belleza, el poder, casi sin que los lectores chicos sean tan conscientes de ello.
Es un metatexto por excelencia que evidencia lo que se mencionaba al inicio de esta nota: la literatura es para el goce, para el disfrute, no importa la edad ni el tema.
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Estas son solo algunas recomendaciones del maremágnum que existe en la literatura para chicos y chicas. Lo importante es descubrir cuáles pueden ser las lecturas preferidas. Lo importante es leer.
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