De verdad quisiera hablar de otra cosa, de algo que nos hiciera emocionar o reír, de un libro nuevo que te sorprenda. Pero tengo esto picándome en la cabeza y no me suelta. Estuve hasta tarde en la noche del martes haciendo F5 a ver cómo andaban los resultados en Estados Unidos. Me apuré a verlos en el teléfono cuando abrí un ojo. No puedo decir que me gustó lo que vi. Ya me conocés.
Claro que no estoy acá para hablar de política internacional ni, mucho menos, para hacer un análisis sociológico que explique por qué parte de una sociedad tan diversa y rica —capaz de ser tan creativa, de tener tan buen periodismo, tan buen cine, tan buena música y tan buenas universidades— vota a quien pone cara de enojado, dice groserías, profiere amenazas y miente. Seguro hay un porqué. Pero no estamos para eso.
Estamos para hablar de libros y pensando en esta elección me acordé de un libro que hace unos meses cumplió 20 años. Se llama La conjura contra América, lo escribió el estadounidense -pero más, neoyorkino- Philip Roth y plantea una historia alternativa: en 1940 el aviador Charles Lindbergh (que en la vida real simpatizó con los nazis) le gana las elecciones al demócrata Franklin D. Roosevelt. Y desde ahí, poco a poco, la democracia estadounidense se va cayendo.
Cuando, en julio, The New York Times hizo su lista de los mejores libros en lo que va del siglo, La conjura contra América quedó en el puesto 65. Que no está mal, ¿no? Vaya uno a saber en qué lugar quedaría si la encuesta se hiciera hoy.
En fin que la historia la cuenta un chico judío de Newark, en Nueva York. Un chico que en ese momento tendrá —no recuerdo si lo dice— 9, 10 años. Roth -que murió en 2018- fue un chico judío nacido en Newark en 1933. En fin, el narrador se le parece bastante.
“Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido yo un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos”, dice apenas arranca el libro.
Charles Lindbergh era un héroe de la aviación, el primero que había cruzado el océano Atlántico de oeste a este en un vuelo solitario. Su fama hizo que todo el mundo quisiera volar, creció la aviación. Pero en 1932 su hijo de 20 meses fue secuestrado de su propia casa. El país se puso en campaña para encontrar al bebé. Pero el bebé no aparecía. Había pistas falsas, esperanzas, un pago con bonos trucados. Pero no había bebé. Hasta que un camionero, por casualidad, encontró el cadáver de un chico tirado a siete kilómetros de la casa del aviador. Se determinó, sin mayores pruebas, que era él. Lo habían matado enseguida, tal vez la misma noche del secuestro. Acusaron y ejecutaron a Bruno Richard Hauptmann Giugni, un carpintero de origen alemán. En 1939 LiIndbergh viaja a Alemania y se declara partidario de Hitler.
La novela, dijimos, transcurre en 1940. El narrador vive entre judíos muy “americanizados”. “En el vecindario nadie llevaba barba ni vestía al anticuado estilo del Viejo Mundo, y nadie usaba kipá ni en la calle ni en las casas que solía visitar con mis amigos de la infancia”, escribe.
Todavía no había sido el Holocausto. Todavía –él lo señala– no existía el Estado de Israel. Y cuando alguien tocaba la puerta pidiendo una contribución para establecer “una patria judía en Palestina”, creía que era alguien que, pobre, no entendía que “desde hacía tres generaciones, ya teníamos una patria”.
¿Cuál era esa patria? Orgullosamente, los Estados Unidos de América. “Entonces los republicanos proclamaron a Lindbergh candidato a la presidencia y todo cambió”.
Un nazi al frente
Claro que todo cambió: Lindbergh apoya a los nazis, entonces abre las compuertas a cuanto resquemor haya hacia los judios. Y a cuanta exclusión se pueda ejercer.
Son los discursos, sí, pero también espacios donde deja de haber lugar para los judíos, por ejemplo. Ascensos que mmm.. mejor no. Vecinos que empiezan a dar miedo.
Lindbergh, como Trump, arrasa. Gana por el 57 por ciento. Es decir: en la novela, es esa la voluntad de más de la mitad de los estadounidenses.
Las explicaciones no sonarán raras. En el libro, los analistas explican que los norteamericanos “cansados de enfrentarse a una crisis cada década, ansiaban la normalidad, y lo que Charles A. Lindbergh representaba era la normalidad elevada a unas proporciones heroicas, un hombre decente con cara de honradez y una voz normal y corriente”. Cansados del desorden, votan por quien propone “normalidad”. No sé si te suena...
Lo que sigue es un acuerdo con la Alemania de Hitler, buen día. Y con Japón: Estados Unidos entra al Eje. No falta mucho para que al padre del narrador, el señor Roth, le digan “judío bocazas” en la calle. Que lo echen de un hotel. Que la patria ya no parezca una patria, todo legal y por elecciones.
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La conjura contra América un poco me recuerda a Sumisión, una novela que publicó el francés Michel Houellebecq en 2015. Como si fuera una variación actualizada del tema. Allí gana las elecciones francesas un partido musulmán, en alianza con los socialistas. Los votan para que no suba la ultraderecha. Como en los Estados Unidos de Roth, el país va cambiando de a poquito; una pollera corta que no se puede usar aquí, una materia que no se puede dar en la universidad allá. Como en la historia del sapo al que ponen en una lata con agua tibia y aunque la van calentando no salta, porque se acostumbra. Cuando el agua hierve y el asunto es mortal, ya es tarde.
Pero las cosas nunca empiezan solas, siempre hay un caldo en que estos discursos se cocinan. Un malestar que expresan. Una bronca que toma su cauce con ellos. A veces me parece que actuamos como si la democracia fuera de goma y se pudiera tironear todo lo que uno quisiera, total apenas dejemos de hacerlo volverá a su lugar. Y, quizás, no sea tan así. A veces pienso que los sistemas políticos cambian, cumplen un ciclo, mueren. En definitiva, uno va y pone su votito, nunca sabe si está protagonizando un hecho histórico.
Después del triunfo de Donald Trump el escritor Stephen King posteó: “Hay un cartel que se puede ver en muchas tiendas que venden objetos bonitos pero frágiles: PRECIOSO DE VER, DELICIOSO DE SOSTENER, PERO UNA VEZ QUE LO ROMPES, LO PAGAS. Lo mismo puede decirse de la democracia”.
Bueno, eso.
Mis subrayados
1. “El trabajo, más que la religión, era lo que, a mi modo de ver, identificaba y distinguía a nuestros vecinos. En el vecindario nadie llevaba barba ni vestía al anticuado estilo del Viejo Mundo, y nadie usaba kipá ni en la calle ni en las casas que solía visitar con mis amigos de la infancia”.
2. “Durante casi una década, Lindbergh fue un gran héroe en nuestro barrio, como lo era en todas partes. La realización de su vuelo de treinta y tres horas y media sin escalas, en solitario, desde Long Island a París en el minúsculo monoplano Spirit of Saint Louis incluso coincidió casualmente con el día de primavera de 1927 en que mi madre supo que estaba embarazada de mi hermano mayor”.
3. “En febrero de 1935, cuando concluyó el juicio por rapto y asesinato en Flemington, Nueva Jersey, con la condena de Bruno Hauptmann –un expresidiario alemán de treinta y cinco años que vivía en el Bronx con su esposa alemana–, la audacia del primer piloto del mundo en efectuar el vuelo transatlántico en solitario estaba impregnada de un patetismo que le convertía en un titán mártir comparable a Lincoln”.
4. “Después del juicio, los Lindbergh abandonaron Estados Unidos con la esperanza de que una expatriación temporal protegiera a un nuevo bebé Lindbergh y ellos pudieran recuperar en cierta medida la intimidad que ansiaban. La familia se trasladó a un pueblecito de Inglaterra, y desde allí, como ciudadano particular, Lindbergh empezó a viajar a la Alemania nazi, unos viajes que lo convertirían en un infame para la mayoría de los judíos norteamericanos”.
5. “El antisemitismo, embriagador como una bebida alcohólica. Eso es lo que imaginé de la gente que aquel día bebía tan alegremente en su cervecería al aire libre, como los nazis en todas partes, engullendo una jarra tras otra de antisemitismo como si ingiriesen el remedio universal”.
6. “Pues claro que nos están obligando. Esto es ilegal. No puedes coger a los judíos solo por ser judíos y obligarlos a vivir donde ellos quieren que lo hagan. No puedes coger una ciudad y hacer con ella lo que te venga en gana. ¿Hacer desaparecer Newark tal como es, con los judíos viviendo aquí como todos los demás? ¿Por qué se meten donde no les llaman? Esto va en contra de la ley. Todo el mundo sabe que va en contra de la ley”.
7. “Estados Unidos no era un país fascista y no lo sería, al margen de lo que Alvin había predicho. Había un nuevo presidente y un nuevo Congreso, pero uno y otros estaban obligados a respetar la ley tal como figuraba en la Constitución. Eran republicanos, eran aislacionistas y, entre ellos, sí, había antisemitas (como también los había entre los sureños del propio partido de FDR), pero había una gran distancia entre eso y la condición de nazi”.
8. " –Deberán disculparnos, señores. Hemos tenido que hacer el equipaje por ustedes. Nuestro empleado de la tarde cometió un error. La habitación que les dio estaba destinada a otra familia. Aquí tienen su depósito. –y le tendió a mi padre un sobre que contenía un billete de diez dólares”.
9. “Ellos viven en un sueño y nosotros en una pesadilla”.
* Contame qué pensaste con todo esto: pkolesnicov@infobae.com.
* Esta nota es una versión del newsletter “Leer por leer”, que se entrega los jueves. Ediciones anteriores de este newsletter están recogidas acá.
¡Nos vemos en la próxima!
Patricia