Adiós a Luis Gil Fernández, uno de los grandes humanistas de España

A los 94 años falleció el filólogo, helenista, historiador y traductor madrileño, quien tenía una larga carrera docente en el ámbito de la enseñanza pública

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Luis Gil Fernández
Luis Gil Fernández

Ayer, 30 de setiembre, moría en Madrid, donde estaba internado, el profesor Luis Gil, uno de los grandes humanistas de España. Su mente permanecía con asombrosa lucidez pero su salud seriamente deteriorada (había llegado a pesar solo 38 kilos, según me comentó un colega). Conocí a Luis Gil en Budapest, en un congreso celebrado en la Academia Nacional en 1984 y, desde entonces lo traté con asiduidad en mis años en España. Pertenecía este Maestro a la ilustre pléyade de helenistas que, con su amplio saber, iluminaron el clasicismo español del siglo XX y de lo que va de éste. Formado en Madrid, donde realizó sus estudios de Filología Clásica, dictó cátedra en esa especialidad en las Universidades de Valladolid, Salamanca y, posteriormente, en la Complutense. Fue, por demás, catedrático emérito de esas tres altas casas de estudios. Querido, respetado y muy valorado por sus colegas y alumnos, D. Luis había ampliado su formación profesional en Oxford y en Múnich para, más tarde, cumplir un período de investigación en la Biblioteca Nacional de París.

Respecto de su partida, creo prudente recordar que hace un año, también en Madrid, moría su colega Francisco Rodríguez Adrados, igualmente en situación nonagenaria.

Luis Gil, junto a Manuel Fernández Galiano, Agustín García Calvo, el citado Adrados, Martín S. Ruipérez y, entre otros pocos, José S. Lasso de la Vega, formaba parte de un selecto grupo de filólogos que, formados en las rigurosas escuelas madrileña y salmantina de mediados del siglo pasado, hicieron que el helenismo brillara en España al extremo, por ejemplo, de que el volumen de la Introducción a Homero, coordinado precisamente por Luis Gil, fuera celebrado con elogios por scholars ingleses -basta ver las reseñas sobre dicha obra- lo que no deja de ser un hecho sobresaliente.

Sería fatigoso enumerar las obras dejadas por este estudioso. Con todo, no puedo substraerme al deseo de evocar algunos títulos significativos: Los antiguos y la inspiración poética -el primero de sus libros que leí-, Censura en el mundo antiguo y, entre otros trabajos filológicos de fuste, Therapeia, una densa investigación sobre “La medicina popular en el mundo clásico”, unas 500 páginas, recientemente reeditado, que coronaba un antiguo trabajo “La figura del médico en la comedia ática” que editara juntamente con Ignacio R. Alfageme (1979). Pero el saber de D. Luis no se ciñó solo al mundo helénico sobre el que publicó casi un centenar de papers en revistas especializadas, sino que su vasta producción científica abarca también otros ámbitos del saber. Así, por ejemplo, es autor de un muy celebrado Panorama social del humanismo español (1500-1800) por el que obtuvo el “Premio Nacional de Historia” (2007).

Luis Gil Fernández
Luis Gil Fernández

En materia de premios, destaco que había obtenido con antelación el “Menéndez y Pelayo” y, entre otras distinciones, el “Nacional de Traducción” (1999) concedido por su versión de las Comedias de Aristófanes donde este traductor hizo gala de un dominio virtuoso del idioma español, ante la difícil tarea de volcar a nuestra lengua el variopinto lenguaje aristofánico. En los últimos años había intensificado sus investigaciones al ámbito de la cultura española; producto de ese afán es el volumen La cultura española en la Edad Media. Este profesor se interesó también por las relaciones de la antigua Grecia con el Oriente, particularmente con Persia (resultado de esa labor es el volumen Epistolario diplomático) y en tal sentido orientó a uno de sus discípulos a proseguir sus pasos sobre esa huella.

Luis Gil quien, con los años, añadió su segundo apellido, Fernández, entendió lo clásico no como un saber anquilosado en un pasado tres veces milenario, sino como uno viviente orientado a profundizar la esencia de un genuino humanismo. Su lema, atento a la tradición evangélica y a un sentido profundo de la enseñanza, fue “rescatar el lógos vivo en la letra muerta” según destacó en un discurso memorable que pronunciara en la Universidad Complutense (Madrid, 1995) al considerar La valoración de la obra escrita en la Antigüedad.

Luis Gil, hace unos años, prologó uno de mis libros, lo hizo, según me confesó, tras un momento crítico de su vida ya que había perdido a uno de sus hijos. Desde hace un tiempo con él fantaseábamos con la idea de que viniera a Buenos Aires, lo que parecía querer concretarse pero que, desgraciadamente, ante el progresivo avance de su enfermedad y los inconvenientes provocados por el Covid hicieron imposible concretar ese propósito; empero, a la distancia, nos manteníamos en contacto mediante e-mails, el último que recibí directamente de él fue del 31 de mayo de este año (después se siguió comunicándose conmigo a través de su hijo Gonzalo). En ese correíto, con el humor sutil que lo caracterizaba, me escribió: “He cumplido 94 años y todo mi mundo ha desaparecido. Los años que me quedan son una propinilla sin sentido”, palabras que solo una mente tan sutil como lúcida podía pronunciar desde el horizonte de una vejez digna del más severo respeto y colmada de elogios. Un amigo, desde España, me escribe diciéndome que en la mañana de hoy ha sido el velatorio y por la tarde la incineración de sus restos. A quienes tuvimos el placer de tratarlo, nos queda el recuerdo luminoso de una figura ejemplar. Querido D. Luis, aue atque uale.

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