“Construçao”, de Chico Buarque: la gran canción que escapó de la censura militar con un mensaje de resistencia

A 50 años del lanzamiento del disco que sentó al músico brasileño a la mesa de los grandes de su país, un repaso por una obra plena de luz y poesía

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Chico Buarque (Frans Schellekens/Redferns)
Chico Buarque (Frans Schellekens/Redferns)

No está nada mal pensar que una hipotética segunda parte de la serie documental 1971, que describe la influencia en la sociedad y cultura occidentales que ejercieron discos como Sticky Fingers de los Rolling Stones, Imagine de John Lennon, Hunky Dory de David Bowie o What’s going on de Marvin Gaye, debería incluir otra obra musical capital hecha de este lado del mundo y que también cumple 50 años. En ese mismo año 71 del siglo XX, Chico Buarque, a sus 27 años, publicó Construçao, una obra mayúscula de la música popular que escapó de la censura militar brasileña de entonces con un mensaje de resistencia y esperanza.

En poco más de media hora y a lo largo de 10 canciones este disco suena, se siente, vivo, actual, urgente. Cada vez que la púa se posa sobre el vinilo que gira o simplemente, signo de los tiempos, cuando el click sucede sobre el triangulito que universalmente se identifica con la acción “play”, el pequeño milagro sucede.

Como Siembra de Rubén Blades y Willie Colón. O Artaud de Luis Alberto Spinetta. O también Mediocampo de Jaime Roos. Y esto solo por nombrar tres discos -quedan otros para nombrar, disculpas- que se ubican en la cumbre del cancionero popular de América latina. Así es Construçao: mayúsculo y trascendente. Letras y músicas para escuchar antes de morir. Un disco con peso específico conceptual que a la vez fue capaz de atraer a las masas (vaya mérito) y convertirse en un boom de ventas que igualaron a su autor e intérprete con Roberto Carlos, O Rei, nada menos. Una locura. Como sea, Construçao fue un rayo de luz y poesía en aquel Brasil con espasmos de alegría popular por la victoria más bonita jamás lograda en la historia del fútbol -con el quinteto de números 10, en México 1970, un año antes- y que a la vez, atravesaba un oscuro período social, económico y político, propio de una dictadura que a veces con cierta ligereza se insiste en denominar “dictablanda”. Pero ese es otro tema.

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La clave de esta obra maestra pasa por una combinación de sencillos factores que, como debe suponerse cuando se los menciona en rápida enumeración, no siempre resulta posible. Para el hombre que hoy lleva sus 77 años con la misma elegancia y discreción de siempre, sí que lo fue. Construçao tiene cohesión narrativa, un pulso delicadamente político, adecuados arreglos a cargo del gran Antônio José Waghabi Filho (O Magro, el flaco, figura del grupo vocal MPB4 a cargo de la dirección musical) y una colección de canciones imbatible.

Entre las diez que componen el disco, brillan claro, la que da nombre al álbum (merece y lo tendrá, un capítulo aparte); Cotidiano, un perfecto cuento corto en la vida de todos los días de un hombre y una mujer comunes; Deus Lhe Pague con sus potentes imágenes de un tiempo social bajo la opresión; y Samba de Orly, que es cómo Chico Buarque vió y sintió el exilio que unos cuantos de sus colegas vivieron por esos años. Y que justamente, había atravesado en Roma, un año antes de la grabación y edición del disco que cambió su vida de nuevo. Ya había sucedido con el suceso nacional de A banda en 1966, pero esta vez fue otra cosa. De ahí en más Chico Buarque se sentó a la mesa de los grandes de la música popular de su país, que ya es decir mucho. Ahí está todavía.

Chico Buarque - Cotidiano

“Construçao” la canción

La obra cumbre de una obra cumbre es un poema musicalizado de denuncia social, aparentemente sencillo, pero con una considerable complejidad semántica, conceptual y estructural. La emoción se construye en base a juegos de palabras e intercambio de conceptos, en una danza frenética, subrayada por una épica y circular melodía que va in crescendo mientras se desarrolla la narración. Puesta en contexto, la canción fue también un sismo de alta graduación en suelo brasileño, en época del boom desarrollista de la dictadura (el tanta vez mentado “milagro brasileño”). No es casual que se llame “construcción” y que su relato sea una instantánea de la vida y muerte de un trabajador, escrita por un poeta que fue estudiante de arquitectura.

El poema se construye en tres bloques, los dos primeros con 17 versos alejandrinos (conformados en cuatro cuartetos + un verso de cierre), que siempre terminan en una palabra esdrújula. El tercer bloque, a medida que el ritmo crece en intensidad, se reduce a tan solo siete versos de los 17 utilizados inicialmente. Las palabras del segundo y del tercer bloque son exactamente las mismas que las del primero. Lo que cambia es la posición de las esdrújulas que cierran los versos, y que crean un frenético efecto perturbador. Es la historia de un obrero de la construcción que se despide de su familia por las mañanas, va a trabajar y, después de una pausa para almorzar, cae desde lo alto del edificio donde trabajaba y muere. Eso, luego, se vuelve a contar dos veces más y entonces casi mágicamente, la perspectiva del relato cambia.

Chico Buarque - Construção

Chico hace una amalgama de estos elementos para construir una narrativa densa y crítica, en forma de canción, sin parámetros en el cancionero brasileño. En las repeticiones, desarma el artefacto y lo vuelve a armar de manera diferente. Así crea un sistema de símbolos, imágenes que bordean lo onírico y fascinación musical únicas. La intensidad de su poesía, su belleza y poderío visual son de alto vuelo. Los arreglos orquestales de Rogério Duprat, concebidos como si se tratara de una parte de una ópera, subrayan la tensión impresa en el relato. Y la sincronía de violonchelos, violas, trombones y trompetas con los versos logra un efecto dramático pocas veces escuchado en una canción.

En una entrevista publicada en 1973, el autor dijo que “la emoción estaba en el juego de palabras. Ahora, si pones a un ser humano dentro de un juego de palabras, como si fuera un ladrillo, terminas agitando las emociones de la gente. Si yo viviera en una torre de marfil, aislado, tal vez saldría un juego de palabras con algo etéreo en el medio, Patagonia no sé… Cualquier cosa. En fin, no pondría a un ser humano en la letra. Pero no vivo aislado. Me gusta entrar al bar, jugar al billar, escuchar la conversación callejera, ir al fútbol. Todo entra en mi cabeza con desorden y se va en silencio. Luego vuelve en forma de una canción”.

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