La libertad “ganada” del teatro independiente

La directora de la obra “Verde agua” y del Teatro Border reflexiona sobre el trabajo en la pieza y, a su vez, acerca de los desafíos de llevar adelante el espacio

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 “Verde agua” se presenta en el Teatro Border ( Nacho Lunadei)
“Verde agua” se presenta en el Teatro Border ( Nacho Lunadei)

Hay muchísimos motivos racionales para no hacer teatro independiente, mucho menos para dedicar toda la existencia a este propósito, sin embargo, hay algo que internamente pide a gritos trabajar por este lado. Mi caso es el típico “sueño del pibe” (de la piba en este caso): todo actor o actriz fantasea con tener su espacio para crear sus propios materiales. Como siempre, hay que tener cuidado con lo que uno desea porque, al final, resulta que mantener un teatro representa un sacrificio tan grande en tiempo, recursos y energía vital que cuando bajo la persiana para volver a casa me obligo a repasar los motivos por los cuales lo amo tanto. Aunque parezca un reino pequeño, casi siempre me resulta gigante e ingobernable.

Lo maravilloso del teatro independiente es que podemos tomarnos todo el tiempo que necesitemos para fracasar. Casi que la decepción es mi estilo de vida. El teatro comercial ensaya dos meses y estrena. Verde Agua, la obra que escribí y que actualmente está en cartel los sábados a las 20 horas en Border, fue un proceso de investigación que duró más de un año. Junté un puñado de admiradas actrices dispuestas a fracasar el tiempo que fuera necesario en busca de un material que nos represente y nos enorgullezca. Arrancamos creando cinco personajes bestiales y después los relacionamos. Improvisamos sobre esos vínculos y de ahí trabajamos a partir del disparador “insatisfacción”. Hubo ensayos en los que no encontramos un mísero hallazgo. Qué maravilla tener tiempo para perder, ¿verdad? ¡Esa libertad es sólo del teatro independiente!

A cuentagotas, fueron apareciendo diferentes tramas que atamos con alambre para poder explorar en profundidad temáticas de nuestro interés como las dicotomías “ser/parecer”, “poder/dependencia”. Con este grupo de mujeres nos dedicamos a la titánica tarea de crear un mundo y fuimos felices en ese camino. Cuando por fin estuvimos seguras de la historia que queríamos contar arranqué con la articulación de una posible dramaturgia. Ya a esta altura sabía con precisión cómo se movía, la línea de pensamiento y el discurso de cada personaje. Hoy, muchas personas me elogian el texto (así cualquiera). La pieza pedía a gritos un humor ácido capaz de pintarnos de cuerpo entero. No me termino de dar cuenta si la gente se ríe por gracia o de nervios pero siento que les está pasando de todo, como a las actrices en el escenario.

Marina Lamarca
Marina Lamarca

El corolario de este proyecto fue tratar de llevarlo a cabo de manera ecológica: los vestuarios están realizados con deshechos textiles de varias marcas de ropa al igual que los programas de mano, la escenografía tiene muchos elementos de utilería reutilizados, toda la planta de luz es LED. Pienso – a riesgo de sonar pretenciosa – que el teatro es una herramienta potente para inspirar un cambio. ¿Qué pasa si en lugar de impactar en el planeta, nuestro impacto es humano?

En 2017 viajé a Nueva York para ver qué estaban haciendo allá. El off Broadway es absurdamente pequeño comparado con nuestro teatro independiente: no son más que un puñado de teatros. Una noche había terminado de ver Can you forgive her de Gina Gionfriddo y pasé por el baño antes de retirarme de la sala. Al salir, encaramos a la puerta con mi marido hablando, por supuesto en español, cuando el protagonista nos escucha y nos aborda para preguntarnos de dónde éramos. Resultó ser que el mismísimo Darren Pettie había vivido en Argentina y era fanático de nuestro teatro independiente. Tal es así que nos invitó a tomar un café al día siguiente porque nos quería preguntar cómo hacíamos en Argentina para tener tanto teatro en cartel. A puro ovario y puro huevo, por nada, solo por placer inagotable de hacerlo. La charla fue larga pero, para empezar, le conté que en Argentina el actor nunca podría salir casi al mismo tiempo que el público. Termina la función, nos desmaquillamos (con nuestro propio desmaquillante, claramente), nos sacamos el vestuario y lo llevamos a casa para lavarlo nosotras mismas y, cuando estamos vestidas de civil, subimos de nuevo al escenario pero esta vez para encarar el desarme y guardado de escenografía y utilería. Al gringo no le daban los números por ningún lado. Ciertamente, a nadie. Después vamos a comer y charlamos durante horas sobre la función, cómo la sentimos, analizamos cuestiones a mejorar, proponemos cambios de texto… ¡hablamos tanto, qué manera de hablar sobre teatro!

Hace menos de un mes los teatros volvimos a abrir nuestras puertas. Nunca, desde que abrimos en 2016 tuvimos tantas propuestas como las que programamos para este año. La cartelera de Teatro Border va a tener obras de lunes a lunes, con dobles funciones en la semana y hasta 15 funciones los fines de semana en nuestros tres espacios de representación: sala principal, sala II y terraza. Va a ser un fiestón. Estamos desenfrenados, hay demasiados materiales acumulados. Y manejamos una libertad sin límites: no nos importa el aforo, no nos corren ni el tiempo ni el dinero. Solo nos mueve esa historia que queremos contar una y otra vez en cada función. Haríamos teatro con un millón de langostas cayendo sobre nuestras cabezas, lo haríamos sonriendo aunque supiéramos que viene la siguiente plaga, haríamos teatro independiente en el séptimo círculo del infierno aunque nos estuviéramos quemando vivas, así de potente es nuestra búsqueda e imposible explicar la felicidad en cada hallazgo.

* Autora y directora de la obra “Verde agua” y directora del Teatro Border.

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