
Por segunda vez se anuncia la lista larga para el Premio Fundación Medifé/Filba de Novela, que elige los mejores libros publicados el año anterior. ¿Por qué premiar libros que ya fueron publicados?, plantean las organizadoras en su gacetilla. Por motivos más que necesarios: apoyar el trabajo de editoriales que, incluso en el peor momento de la pandemia, siguieron apostando por la literatura; dar exposición a libros muy buenos que a veces se pierden en la avalancha de novedades y corren el riesgo de pasar desapercibidos; servir de guía a los lectores que también podemos perdernos en la avalancha y que, con esta lista en la mano, tenemos una herramienta para orientarnos.
Al Premio se presentaron unas 200 novelas, publicadas por 120 editoriales de 12 provincias diferentes. En la selección elegida por el pre-jurado entraron diez libros que pertenecen a catálogos de multinacionales como Penguin Random House y Anagrama, pero también a pequeñas casas de La Plata (Club Hem) y Córdoba (Nudista y DocumentA), además de las porteñas Blatt & Ríos, Dualidad y Compañía Naviera Ilimitada. La lista es bien variada: incluye una novela de una escritora que oscila entre lo histórico y lo fantástico (Yuczuk), de tres autores que eligen un camino intimista (Falco, García Wehbi y Leonhard), dos que desafían al lector con un ejercicio preciso y muy inteligente del lenguaje (Katchadjian y Ferreyra), dos que vuelven a lucirse con sus impecables trabajos de relojería (Almada y Kohan) y otros dos que se lanzan a narraciones desbordantes aunque los tonos y el control del material resulten muy distintos en cada uno (Farrés y Luppino).
Si hubiera que buscar un hilo común, encontramos enseguida al que distingue, de hecho, a toda buena literatura: las diez novelas le hacen lugar a lo extraño, a lo que desacomoda, a lo que permite poner en duda el mundo en el que vivimos. Pueden ser la aparición de seres fantásticos como en Yuczuk o Almada, elementos de ciencia ficción como en Farrés o el delirio à la Lamborghini de Luppino. Pueden ser, también, sucesos traumáticos (innombrables por lo desoladores, como en Leonhard, por lo imperdonables, como en Kohan, o por lo sencillamente incomprensibles, como en Ferreyra). O pueden ser, también, vacilaciones en el género, como en la yuxtaposición de estilos que elije García Wehbi –que va de la crónica a la crítica pasando por el diario personal y la pura ficción– o la estructura sorprendente de Katchadjian –que construye toda su novela en torno a un monólogo dirigido al “amado señor” del título, en el que sin embargo logra engarzar un sinfín de reflexiones y pequeñas historias–.

Ese desacomodo, hay que decirlo, resulta angustiante. Las diez novelas están atravesadas por alguna faceta de la depresión, la locura, la violencia, la destrucción o el liso y llano horror. Los mundos tambalean bajo los pies de los personajes y lo que podemos entrever es que las respuestas “humanas”, tal como las entendíamos hasta ahora, ya no alcanzan: estos textos introducen otras voces, presentadas como las más espeluznantes pesadillas (Farrés, Luppino), como una naturaleza con la que tal vez aún sea posible establecer contacto (Falco, Leonhard) o como una tensión en la que se mezclan la furia y el miedo con algún destello de esperanza (Almada, Ferreyra, Yuczuk). “Con los años nos abandona lo humano y emergen las especies que nos precedieron” observa el enigmático protagonista de El sol; y un personaje de ¡Paraguayos! afirma: “La ciencia es la mejor de nuestras ficciones”. No hay certezas, no hay rumbos claros, no sabemos quiénes somos. La distancia entre campo y ciudad se desdibuja, el capitalismo voraz se alía con estados inoperantes, la ciencia se desmadra, las redes de contención clásicas se derrumban y las nuevas no terminan de cuajar.
Tal vez por eso, en estos textos percibimos un vínculo especial con la historia: La sed arranca con la huida de una Europa medieval y la detallada descripción de una Buenos Aires colonial; el narrador de Amado señor se remonta hacia las raíces más antiguas de su familia en algún corazón remoto entre Europa y Asia; las correrías de ¡Paraguayos! se extienden por la zona pampeana del SXVIII; en Confesión aparecen “Solís y sus barquitos”; el paisaje que mira el protagonista de Los Llanos es el mismo que rodeó a pampas y ranqueles, colonizadores e inmigrantes, el que dio refugio a los perseguidos de los años ´70 y donde tal vez haya esperanza, aún, de “rescatar a los hijos”. Son grandes arcos temporales en los que resuenan las teorías del big time o la deep history, que se imponen hoy como forma de percibirnos como parte de un proceso que va muchísimo más allá del tiempo humano. Entender esta realidad y actuar en consecuencia es, según filósofos como Bruno Latour, una de nuestras escasas opciones para “aterrizar” en algún lugar seguro (cf. Dónde aterrizar).

Las diez novelas finalistas dan cuenta de todo esto, sí, pero además nos acercan a un grupo de autores fascinados con el poder del lenguaje. Cada uno a su manera, lo trabajan con talento y destreza: las palabras destellan como una más de las fuerzas vivas de la isla en No es un río y reconstruyen con precisión quirúrgica la vida interior de la protagonista de Confesión. En ¡Paraguayos! forman parte de un despliegue gozoso que no teme incrustar la pulpería “La Madafaka” en medio de una historia de indios y cuchilleros. “Las palabras eran pólvora que estallaba” sostiene el personaje principal de El sol. Y con este gusto por la lengua, con esta esperanza puesta en la narración, algunos de los textos permiten vislumbrar una sanación. En especial, los narradores de Federico Falco y Emilio García Wehbi no sueltan sus temores y sus tristezas hasta que, de tanto convivir con ellos, sienten que el relato puede continuar.
Algunas de estas novelas ya habían llegado a una buena cantidad de lectores. Pero para la mayoría, formar parte de esta lista larga significa entrar en un circuito de recomendaciones fundamental para poder seguir circulando. Cada una de estas novelas lo vale, y los más beneficiados, sin lugar a dudas, somos los lectores.
Lista de las novelas finalistas:
- Amado señor de Pablo Katchadjian, Blatt & Ríos
- Confesión de Martín Kohan, Anagrama
- El sol de Gustavo Ferreyra, Dualidad
- La sed de Marina Yuszczuk, Blatt & Ríos
- Las pasiones alegres de Pablo Farrés, Nudista
- Los llanos de Federico Falco, Anagrama
- Maratonista ciego de Emilio García Wehbi, Ediciones DocumentA/Escénicas
- No es un río de Selva Almada, Literatura Random House
- ¡Paraguayo! de Ariel Luppino, Club Hem Editores
- Transradio de Maru Leonhard, Compañía Naviera Ilimitada
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