Una mirada sobre la falsa dicotomía “ciencia” versus “arte”

La división entre exactas y humanidades es un artificio de la sociedad moderna que limita el enriquecimiento. Cómo se produjo esta separación en la historia

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(Foto: Shutterstock)
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Probablemente muchos de nosotros, desde los primeros años escolares, hemos creado una imagen personal como “inclinados a la ciencia” o “amantes de las letras”. Esta imagen nace de un mundo de adultos, formado por padres, maestros y la propia sociedad, que impone una elección entre las dos esferas del conocimiento, la científica y la humanística, desde una edad temprana de forma activa o pasiva. De manera activa, a través de preguntas triviales como “¿te gusta más la matemática o lengua?”o “¿Quieres ser un científico o un artista?”, casi como si las dos cosas fueran mutuamente excluyentes. De manera pasiva, transmitiendo a los niños la idea de que existe una predisposición natural hacia una disciplina u otra con frases como “No puedo ayudarte con las tareas, nunca pude con las matemáticas” o “eres como yo, siempre he odiado hacer lengua”.

Está la idea que, en general, una persona tiene interés por la ciencia o por las artes. Las personas que expresan afinidades con ambas esferas de conocimiento a menudo son impulsadas por el sistema educativo y las interacciones sociales a elegir solo una. Poner al individuo frente a una elección entre las dos áreas de conocimiento significa presentar como real una separación, y en algunos casos, una antítesis entre ellas, que no es intrínseca, sino que se construye socialmente.

Así como socialmente se construyen los estereotipos del perfil psicológico, que debería tener personas inclinadas por las ciencias y aquellas inclinadas por las artes y las letras. Un ejemplo muy claro es la imagen del científico como no muy sociable o torpe en las relaciones humanas e insensible o adverso al arte. Aunque algunos científicos puedan encajar en este estereotipo, la generalización es excesiva y produce una visión distorsionada del trabajo del científico. A este estereotipo añadimos otra dicotomía hecha de clichés. En general, una persona que estudie cualquier especialidad de ciencias naturales o matemáticas es considerada una persona particularmente responsable, y se supone que esa persona sin duda recibirá un trabajo bien pagado una vez que haya terminado sus estudios. Por otro lado, si uno se dedica a las disciplinas humanísticas, el prejuicio más común es de considerarlo un hippie, una persona que ciertamente está menos enfocada en sus actividades y con menos posibilidades en el mercado laboral.

Charles P. Snow (Foto: The Grosby Group / Shutterstock)
Charles P. Snow (Foto: The Grosby Group / Shutterstock)

Charles P. Snow, en la conferencia REDE Las dos culturas dada en 1959 en Cambridge, analiza las diferencias y la relación entre la comunidad de los estudiosos de ciencias exactas, los científicos, y la comunidad de las disciplinas humanísticas, que se auto identifican con el nombre de intelectuales. A estas dos comunidades las llama ‘las dos culturas’, utilizando el término cultura en sentido antropológico, como algo que identifica a un grupo de personas que viven según las mismas costumbres y los mismos valores, subrayando cómo los grupos son heterogéneos en afiliación política, creencia religiosa y clase social. Sin embargo, estas dos esferas del conocimiento humano, percibidas como intrínsecamente diferentes, casi dos mundos separados, son ambas producciones humanas, expresiones de la misma cultura. En general, si se pregunta por la calle qué es la cultura, o qué es algo cultural, muchos contestaran: leer un libro, y no están pensando en un libro de matemática, o ir a un museo de pinturas, no de ciencia, o ir a un seminario de filosofía, y no programar un código por una computadora.

Quizás deberíamos volver a preguntarnos qué significa cultura y seguramente la etimología de la palabra ayuda en esto. La palabra proviene del verbo latín ‘colere’, o cultivar, y, por lo tanto, en primer lugar, está relacionada con una actividad técnica, la de la agricultura, el trabajo de la tierra.

El diccionario RAE dice: Del lat. Cultūra. 1. Cultivo. 2. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. 3. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social etcétera. 4. en. desuso Culto religioso. El tercer sentido afirma que la ciencia es parte de la cultura. Snow, en la conferencia REDE de 1963, considera en sus argumentaciones la definición de cultura que se da en On the constitution of Church and State de J. T. Coleridge: ‘el desarrollo armonioso de las cualidades y facultades que caracterizan nuestra humanidad’. El saber científico satisface la natural curiosidad del hombre por el mundo que lo rodea y entrena su capacidad de abstracción y análisis simbólico, mientras que el saber literario amplía las capacidades verbales y el análisis de un mundo interior. Separar el saber científico del saber de las letras empobrece entonces a la cultura porque impide el ‘desarrollo armonioso’ de las capacidades humanas.

Aparece entonces muy evidente que hay un doble discurso en la sociedad contemporánea. De un lado se pide flexibilidad, interdisciplinariedad, de otro se construye un sistema bastante rígido, donde se favorece una formación ultra especializada y donde quien elige una educación que abarque más de un campo del saber tiene más dificultades a insertarse en el mercado laboral que al revés le pide un conocimiento profundizado en una subárea de uno de los campos, le requiere ser especialista. Una mirada similar se encuentra ya en Contra el Método de Paul Feyerabend donde de hecho, un especialista es definido como ‘un hombre o una mujer que ha decidido conseguir preeminencia en un campo estrecho a expensas de un desarrollo equilibrado’.

Las ciencias pueden definirse como el arte del conocimiento del mundo natural y su manipulación, y en parte su etimología nos lleva al hecho de que, hasta cierto punto en la historia humana, los filósofos e intelectuales eran eruditos y científicos al mismo tiempo. Los diferentes campos del saber convivían armoniosamente en los sabios, el saber no era un conjunto de diferentes ítems, no era divisible en diferentes saberes. El método científico que Galileo Galilei describe a lo largo de sus publicaciones para el estudio de los fenómenos naturales fue, probablemente, el primer paso hacia una fragmentación, a nivel cultural, de los campos de interés humano. En el Il Saggiatore (1624), Galileo aclara que una hipótesis de explicación de los fenómenos naturales no puede estar basada sobre los contenidos de los principios de los grandes eruditos del pasado, sino que tiene que basarse sobre los datos empíricos. El nuevo método propuesto por Galilei, no creaba una disciplina nueva, no creaba las ciencias exactas desde la nada, como si antes no hubiese existido investigación alguna de los fenómenos naturales, sino que, al distinguir lo que se podía estudiar según su método de lo que no, creaba todas las disciplinas, entendidas como áreas diferentes del saber.

Galileo ante el Santo Oficio, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury
Galileo ante el Santo Oficio, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury

Raymond Williams en Marxismo y literatura analiza la evolución del sentido de la palabra ‘cultura’. Desde su sentido más estricto y originario, o sea la agricultura y el cuidado de los animales, pasa a ser un sinónimo de civilización, entendida como desarrollo de una sociedad organizada en la cual se inserta el individuo. Esto es posible cuando, en el siglo dieciocho, se deja de mirar a la sociedad como un conjunto de relaciones entre individuos, y se concibe como organización de individuos al fin de controlar las actividades económicas. Es en el siglo XIX que la palabra civilización se acerca a la esfera semántica de desarrollo entendido como algo colectivo, social y artificial y fruto de la ciencia y de la tecnología, y la palabra ‘cultura’ se acerca a la esfera más íntima de la subjetividad, de la imaginación, de los temas individuales que se manifestaban claramente en las artes visuales y en la literatura.

Hoy es fácil encontrar posiciones escépticas dentro de la comunidad científica con respecto a la efectividad o validez de las teorías sociológicas o filosóficas, porque no se basan en el método científico y, por lo tanto, se interpretan como opiniones en lugar de como teorías. Aquellos que tratan con las humanidades, a menudo acusan a los científicos de ser demasiado rígidos y excesivamente especializados en un aspecto único de un problema particular sin poder percibir las dinámicas complejas que rodean ese problema específico. Al mismo tiempo se ven obligados a defender la autoridad de sus estudios reclamando el título de ‘ciencia’ para sus disciplinas e introduciendo métodos numéricos y cuantitativos en sus análisis. Las dos comunidades también se enfocan en tratar de demostrar a la sociedad que son poseedores de una verdad determinada.

Paradójicamente, ambos coinciden en el hecho de que no existe una verdad absoluta, aunque justifiquen su posición con diferentes lenguajes y motivaciones. La oposición entre los dos, por lo tanto, tiene un valor ficticio, y la antítesis entre el mundo de las letras y la de los números es solo aparente.

Retomando la interpretación antropológica del término ’cultura’ como algo que identifica a un grupo de personas que viven según las mismas costumbres y los mismos valores, se entiende que las ciencias naturales y la tecnología tienen un fuerte peso en el desarrollo de la cultura de un país, no solo en épocas contemporáneas, sino también desde que el hombre se apropió de la técnica del fuego o inventó la rueda. Reapropiarse, a nivel de la sociedad civil de esta visión, ayuda al diálogo democrático en caso de controversias acerca de temas científico-tecnológicos porque rompe con una visión tecnócrata, a partir de la cual, en muchos casos, la opinión pública concibe que se trata de una ciencia y una tecnología que llegan por decisiones políticas impuestas, haciendo que la sociedad civil entienda la ciencia y la tecnología como una parte de su identidad, moviendo el debate desde un enfoque conflictivo a uno constructivo.

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