Elizabeth Jelin: "No se puede olvidar por decreto"

En su reciente libro "La lucha por el pasado”, la prestigiosa socióloga argentina analiza cómo se fue construyendo la memoria social sobre la dictadura en Argentina y por qué es un campo en disputa permanente

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¿Cómo se llegó a la definición de "desaparecidos"? ¿Siempre hubo consenso en los reclamos de "Aparición con vida" y "Juicio y castigo"? ¿Por qué los crímenes de violencia sexual cometidos durante la dictadura tardaron décadas en salir a la luz? ¿Para qué sirven las memorias y el pasado? Son algunos de los interrogantes que permite responder la socióloga de la UBA-Universidad de Texas, Elizabeth Jelin en su último libro La lucha por el pasado (Siglo XXI). La autora, una de las investigadoras más destacadas del país en estudios de la memoria y sobre el movimiento de derechos humanos en Argentina, expone sus conclusiones luego de 30 años de trabajo.

"Las memorias siempre están en lucha con otras, tienen una historia. Los actores sociales, los movimientos y el Estado pelean, discuten, negocian, se ponen de acuerdo y cambian según los escenarios políticos de cada momento", señaló Jelin en los estudios de Infobae.

En la interpretación sobre el pasado, los grupos pretenden que su postura se imponga sobre las del resto. Y aunque una visión se convierta en hegemónica en determinados momentos, las investigaciones concluyen que, aunque se llegue a consensos, es inevitable que haya actores que planteen su rediscusión. La reflexión en torno al pasado es un proceso vivo, abierto, inacabado.

"El pasado nunca es pasado y olvido. Los actores sociales que estuvieron, los que no estuvieron, y las generaciones siguientes se hacen preguntas sobre ese pasado, pero sobre todo por el sentido que tiene hoy, eso que a veces es difícil de nombrar porque llega a los límites de la condición humana y los supera". "El sentido común dice que a medida que pasa el tiempo uno se olvida. Puede ser que uno se olvide de muchas cosas, pero resurgen como dilemas y conflictos que no quedaron en el olvido. En todo caso, quedaron en el silencio", añadió la investigadora del Conicet.

En Argentina, la discusión en torno a los años setenta y la dictadura cívico-militar es permanente desde el retorno a la democracia, a raíz de la potencia e impacto de los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia. Jelin sabe que la época en la que publicó su último libro no es una excepción. Lo terminó de escribir en pleno gobierno de Mauricio Macri, el cual, tras años de relación simbiótica con la gestión anterior, manifiesta un vínculo distante y conflictivo con los organismos de derechos humanos. Se vive un "momento caliente" y turbulento con respecto al pasado, define Jelin.

— ¿Qué interpretación hace sobre el resurgir del cuestionamiento al número de los desaparecidos?

— No es un libro coyuntural sobre lo que pasó ayer, hoy o mañana. Sí es un libro que se lee en un momento específico, donde hay un cambio de política estatal importante y en la que reaparecen discursos de este tipo. Los primeros que han planteado la discusión del número es el movimiento de derechos humanos cuando decía "los militares lo saben, dígannos, cuando sepamos dónde está cada uno y qué pasó vamos a tener la lista completa y la cuenta. Ahora no la tenemos: el día que nos muestren la lista completa veremos si fueron 29.998 o 18 mil". Hay otro espacio sociopolítico alimentado por el fallo del 2×1 o cuando figuras del Gobierno dicen que (los represores) son viejitos, que no tendrían que estar tanto tiempo presos, que ya cumplieron y cosas de ese estilo. No es que la gente cambió de opinión; esas opiniones existían, pero no daba el contexto político para decirlas y ahora tienen más prensa, como el movimiento Memoria Completa, que existe hace varios años. Ellos parten de otras premisas, como no reconocer el terrorismo de Estado y la represión, y eso hace una diferencia muy grande. Violencias hay, pero cuando la violencia la comete el Estado tiene una responsabilidad muy diferente a cuando la cometen los ciudadanos.

— ¿Cómo interpreta a aquellos que piden "superar" las heridas de los años setenta?

— No soy de las que bajan línea y dicen lo que hay que hacer. El intelectual tiene que interpretar los hechos y dar estímulos para que los actores sociales actúen. Puedo decirlo como ciudadana, me gusta más así: lo que alguien quiera hacer como política no necesariamente va a tener éxito. El pasado no se puede tapar, es como tirar la basura debajo de la alfombra. Puede ser tapado por un tiempo, pero esa basura va a resurgir, va a haber alguien que la rescate. No se puede olvidar por decreto, esto está clarísimo en todas las investigaciones del mundo. Por ejemplo, hace un par de años ganó el premio Nobel Svetlana Aleksiévich, una periodista de Bielorrusia que escribió un libro en el que rescata historias de las mujeres de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. En los libros de historia, esas mujeres no aparecen. Ella lo fue haciendo con entrevistas a 500 mujeres después de 40 años de finalizada la guerra.

— Uno de los debates de estos años, tanto en la academia como en los medios, fue sobre el rol de las organizaciones revolucionarias en los setenta. Varios autores han cuestionado a quienes hicieron una recuperación y reivindicación acrítica de esta militancia.

— Estoy de acuerdo con eso, creo que la aceptación acrítica hace daño siempre, no tiene sentido una "recuperación" y "seguir con las banderas" cuando el contexto absolutamente es otro. Un joven hijo de uruguayos en Suecia me lo hizo saber de manera vivencial. Estaba surgiendo el movimiento H.I.J.O.S. y él me dice que su mamá y su papá eran militantes del PC en la década del setenta. Eran los noventa, cayó el muro de Berlín y él decía que "el comunismo internacional es otra cosa que hoy en día no tiene nada que ver, por lo que no puedo decir que continúo con las banderas de mis padres". Cualquiera que reivindica y dice que es la misma lucha…bueno, no es la misma lucha. El sentido de las confrontaciones políticas eran muy diferentes de las de hoy. La lucha armada de los años setenta hay que entenderla en ese contexto, cuidando de no caer en anacronismos.

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— Muchas veces, quienes se opusieron a las demandas de Memoria, Verdad y Justicia utilizaron la militancia política de las víctimas del terrorismo de Estado para cuestionar esos reclamos. ¿Cómo se resuelve esa tensión?

— La lógica de los DDHH intenta ir más allá de los ideales políticos de los grupos. Hay un umbral de condición humana que nadie debe trasgredir independientemente de la ideología de la persona. Es un debate filosófico sobre si la dignidad humana está mas allá de la política, o es parte de esta. La noción de DDHH se vuelve ideológica en los casos que se denigra al otro y no se acepta que todos somos iguales en tanto seres humanos. Puede pasar en una dictadura, pero también está pasando en otras circunstancias, en las que parece que se establecen jerarquías humanas más valiosas que otras. Las divisiones y los conflictos ideológicos, la construcción de futuros deseados, se puede llevar adelante de manera democrática, sin definir al otro como el enemigo que hay que matar. Es una cuestión que va más allá del pasado dictatorial.

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Un campo de investigación y reflexión

Para analizar el caso argentino, Jelin recupera otros procesos autoritarios que ocurrieron en el mundo. Una referencia clásica del campo de investigación son las actitudes que tomaron la sociedad civil y el Estado tras los crímenes cometidos por Adolf Hitler en la Alemania nazi o en la ex Unión Soviética, en Europa del Este. Cada país tuvo sus desafíos para saldar deudas y hacer justicia con ese pasado. Y hay similitudes, entre ellas, los juicios a los dictadores, los intentos para superar y reparar las heridas del terror o las políticas de "normalización" del país con cada transición democrática. Pero también hay diferencias, sobre todo, con las otras dictaduras que sufrió América Latina como las de Chile, Uruguay, Brasil, Perú o Paraguay.

"Cada acontecimiento de represión y de violencia política, de sufrimiento humano, es único. El tema es cómo se interpretan. La noción de memoria tiene que ver con lo que pasa después del momento en que los hechos ocurren", afirmó Jelin. "Cada situación personal puede ser muy diferente entre sí -continuó-, pero las regularidades que uno encuentra es que el pasado no está tapado, aunque haya intentos políticos para hacerlo. Reaparece en brechas y catacumbas; en algunos momentos, lo hace de manera más abierta. La Guerra Civil Española ocurrió hace 80 años, (Francisco) Franco murió hace más de 40. Y sin embargo, es en esta última década que los temas vinculados a los sufrimientos de la guerra civil tomaron vigencia política".

A lo largo de su trabajo, la investigadora analiza el devenir del movimiento de derechos humanos en el país, sus conflictos y discusiones internas, las estrategias desplegadas ante cada gobierno y contexto, sus redes de contención, sus repliegues. Aborda la dinámica histórica y social de las memorias en plural. Porque no hay una sola.

"Un capítulo del libro se denomina Familiares, ¿víctimas o ciudadanos? En Argentina caló muy fuerte una noción que es distinta a la de otros lugares del mundo que es la de "afectado directo". El afectado (por la dictadura) es la familia, no son los amigos ni los compañeros de lucha. Hay un gran familismo en la definición de las víctimas y la "apropiación" de este tema (de parte de las familias)", define Jelin. "Mi convicción es ir hacia sociedades más igualitarias y participativas. Me pregunto si había espacio para que, en vez de ser un tema de los afectados directos, la violación de los derechos humanos podía ser de la ciudadanía en su conjunto. Me gustaría que fuera un compromiso cívico de todos y todas y no de una categoría social; por supuesto, reconociendo que los sufrimientos de las violaciones son diferentes, pero que nos afectaron a todos".

— Según su definición, la memoria es un trabajo de "selección y olvido". Teniendo en cuenta que también ha investigado las políticas de la memoria del gobierno anterior, ¿podría identificar algo que se "haya olvidado" en esas políticas?

— Borges con el cuento de "Funes el memorioso" ya nos decía que la memoria total es imposible, que siempre es selectiva, e incluyen recuerdo, olvido y silencios. Y en toda política de Estado se rescata y se olvida. Hay también silencios estratégicos porque, para llevar adelante algo, hay que silenciar otra cosa. No puedo decir cuáles son las políticas de las memorias que sirven. Para citar un caso, analicé un fenómeno pocas veces citado en las investigaciones, que es la política de marcación de sitios de centros clandestinos. ¿Dónde se construye y pone más dinero en una política así? La ex Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) recibió muchísima más atención que otros sitios en el país. No hubo un reparto proporcional o igualitario: hubo una elección de parte del Estado nacional en dónde poner más recursos, hubo lugares que quedaron rezagados frente a otros. De ninguna manera esto significa que haya que marcar o levantar museos en todos lados, hay una noción que usan algunos autores que es la de "saturación". Si hubo tantos centros clandestinos de detención, nos vamos a ver inundados. Entonces se elige según criterios.

Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA)
Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA)

— Retomo una de las preguntas que se hace en su libro: ¿tener políticas de memoria es una condición necesaria para fortalecer la democracia?

— Lo que yo miro son las políticas de memoria como fechas, conmemoraciones, los juicios a los represores, las políticas de reparación, los programas educativos y todo intento de saldar cuentas con el pasado. Lo que se ve, y esto está basado en comparaciones e investigaciones internacionales, es que las políticas de memoria no le hacen daño a la democracia. Hay quienes las han cuestionado al decir que el pasado dividía, y que para que no dividamos en el futuro, hay que taparlo. Está clarísimo que mal no hace y que hay actores sociales que para su subjetividad es muy importante. Les hace bien, para ponerlo en palabras sencillas.

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