Romina Doval: "Mi generación escribió mucho sobre el 2001, es nuestro momento histórico"

Por Matías Méndez

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En la Argentina de las últimas décadas debe haber pocas imágenes que tengan tanta fuerza icónica como el vuelo del helicóptero presidencial que llevó a De la Rúa fuera del poder. Apenas una sombra pequeña de él en la tapa de un libro genera en el lector el rápido traslado a la crisis del 2001, en la que en una semana habitaron la Casa Rosada cinco presidentes.

Ese helicóptero aparece en el margen derecho de la portada de "La mala fe", la segunda novela de Romina Doval que la editorial Bajo la luna distribuye en estos días. La nave no sobrevuela la Casa de Gobierno, está por encima de la Iglesia Medalla Milagrosa, en Parque Chacabuco, el barrio en el que se crió y vive la autora nacida en 1973, que durante varios años se formó como magíster en la Universidad de Maine, en Francia.

En esa semana del comienzo del fin del 2001, dos amigas, Paulina y Victoria, comparten un departamento. Amigas desde la escuela primaria en una escuela religiosa, hacen su primera experiencia fuera de la casa de sus padres en medio de la crisis y encuentran en algunos robos su forma de subsistir, y también de poner en cuestión la fe. La novela está estructura en cuatro partes; en los fragmentos de Paulina, ella narra en primera persona, mientras que Victoria escribe un diario bajo la influencia de la lectura de los de Franz Kafka. En los dos primeros capítulos, el relato lleva al lector a los ochenta y noventa, para terminar, en el último, en 2007.

En 2009, Doval publicó la primera novela, Desencanto, en la que se presentó como una autora dispuesta a asumir riesgos, a llevar adelante un trabajo preciso con el lenguaje y la construcción de los personajes. En "La mala fe", reafirma esas cualidades, fortalece el desarrollo y la reflexión de algunos temas que aquí vuelven a aparecer y da un paso adelante en el aspecto formal, que —como ella misma dice— es más ambicioso.

—Hace unos años publicó una gran novela, después le perdí el rastro y muchas veces pensé: "¿En qué andará?". Ahora, sorprendió con su segunda novela. ¿En estos siete años escribió "La mala fe"?

—La escritura no es paralela a los tiempos editoriales y mientras tanto una escribe. Escribí esta novela, paralelamente escribí dos libros de cuentos, uno está más o menos terminado, el otro, a veces lo rearmo, también escribí dos novelas infantiles. No es que no escriba, siempre estoy escribiendo, trabajando, desechando cosas y en algún momento la edición se da. Esta novela tuvo un recorrido un poco complicado, pero finalmente, y después de correcciones, porque soy bastante obsesiva para el trabajo, sale.

—¿Cómo es esa obsesión con la escritura? ¿Desecha mucho?

—Sí, bastante, más de lo que querría, porque es un trabajo de reescritura, de dárselo a otros, que otros opinen y que uno trabaje sobre lo que otros dijeron y te parece que está bien. A veces uno saca y pone tantas cosas que en la versión definitiva, que ha sido tan trabajada, una no sabe qué es lo que quedó y lo que no. Después de un año de no tocar la novela, no sé. Por ejemplo, el otro día me preguntaron que ponía tal y tal calles y yo no sé, porque las saqué y las puse tantas veces que ya no sé. Cuando sale una novela, una ya está metida en otro mundo; ahora estoy metida en otra novela, con otros personajes y hablar de este libro es como hablar del libro de otro, lo que está bueno, porque me permite cierta distancia.

—¿Es buena esa distancia?

—Sí, fundamental para hablar.

—Para esta charla, volví a leer "Desencanto" y eso me permitió pensar que hay ciertos diálogos entre ambas; quizás la religión, el viaje, la vida a través de los libros y que también hay diferencias grandes en el plano formal. ¿Está de acuerdo?

—Hay un trabajo formal diferente; esta es una novela más ambiciosa en lo formal, con dos voces y diferentes tiempos, no es cronológica, sino que se va armando. Eso forma parte de una búsqueda, tanto en lo que uno cuenta como en cómo lo cuenta: uno trata de escribir el libro que no puede escribir. Yo podría escribir Desencanto de nuevo, pero ya la escribí; podría escribir La mala fe 2, pero ya la escribí. Quiero escribir esa novela que me cuesta escribir.

—La ambición de mejorar texto tras texto…

—Un desafío, no sólo qué cuento sino cómo lo cuento.

—En ese cómo, aquí hay dos planos temporales que van acompañados de dos voces narradoras diferentes.

—Distintas y a veces parecidas. Tienen conflictos parecidos, son dos amigas en diferentes tiempos y con diferentes puntos de vista. Una es una primera persona y la otra es una tercera, pero es un indirecto libre, tan cercano al personaje que parece una primera. Diferentes momentos, todo es como un caleidoscopio que al final de la novela toma sentido.

—Victoria, la voz en primera, es muy potente.

—Es muy fuerte en la primera parte de la novela. El lector se engancha más con ese personaje, pero la que después va tomando más lugar y tiene más luz es Paulina, y una puede decir que es ella la protagonista de la novela.

Me gustan los personajes quijotescos que quieren vivir la vida de los libros

—¿Por qué eligió que su novela transcurra en la semana de la crisis del 2001? Creo que la literatura argentina no ha escrito mucho sobre esos días.

—No sé, creo que mi generación escribió mucho sobre la crisis en realidad. Es el momento histórico que nos tocó vivir cuando teníamos que salir a la calle a buscar trabajo, a buscar nuestras vidas y nos atravesó la crisis. La novela está estructurada en esa semana, pero va al pasado, a las décadas del ochenta y noventa, y también va al futuro. Avanza hasta el epílogo del 2007. Para mí, el 2001 nos constituye como generación y nos marca; no es lo mismo vivir una crisis a los 8 años o a los 40 que a los veintipico, cuando uno tiene que armar su vida y, de pronto, vive eso que no ayuda para nada.

—¿Por eso todos los capítulos están unificados por esa fecha?

—El relato de Paulina es 2001-2002 y el de Victoria empieza en la infancia hasta llegar a ese momento y después da un salto hasta el 2007, donde se ve a las dos chicas haciendo su vida.

—¿Hay en sus personajes una reflexión sobre la generación que nació en los setenta y vivió su adolescencia en los ochenta?

—No sé si hay una reflexión sobre nuestra generación, sino más bien un relato en el que se pueden identificar muchas personas de nuestra generación: el conflicto con la generación pasada, claramente, la crisis, y un montón de cosas que son reconocibles para nuestra generación pero totalmente legible por otra generación.

—Incluso para conocer a la generación. Por ejemplo, para que los hijos de esa generación sepan cómo creció.

—Y también para nuestros padres, que vivieron otra época y, a veces, fuimos colocados en contraposición a la década del sesenta como los frívolos, la década de [Carlos] Menem, etcétera. Nosotros también la hemos pasado mal y, si bien no es tan clara como la de la década del sesenta, es una generación marcada por muchas cuestiones violentas y muy terribles, como una crisis que nos pasó por encima. Nos ha costado ese reconocimiento; la crisis nos recortó muchos caminos y tuvimos que reconstruirnos como se pudo y acá estamos, tratamos de mostrar lo que hacemos y de ponernos como una generación; no tan brillante como la de la década del sesenta, pero una generación que pasó cosas que no les pasan a las generaciones de ahora, que, dentro de todo, la tiene un poquito más fácil.

—Si uno piensa sus dos novelas, hay personajes que viven a través de los libros. En este caso, hay una referencia muy clara a Kafka. ¿Eso ya es parte de su mundo literario?

—Eso forma parte de un mundo que uno cuenta. Como vos decías, hay cosas en común: el exilio, los libros, las crisis. Estos personajes aman los libros y aparece una referencia a Kafka clara, porque, sobre todo, el género de la parte de Victoria es un diario y, al final, ella está leyendo los diarios de Kafka y se dirige a "Mi querido Franz", como si fuera un amigo. Me gustan los personajes quijotescos, que no son lectores que se llevan un libro a la playa, sino que lo sienten demasiado y veces quieren vivir la vida de los libros. Eso me gusta y me pasa a mí. No hay una lectura que te deje indiferente. Hay libros que te marcan de por vida y esos personajes a mí me interesan.