
Con la llegada de los españoles, la Ciudad de los Reyes rápidamente abrió espacios para el comercio, el cual era ambulatorio. Al ser una de las actividades que garantizaba ingresos a las familias durante la época de su fundación, fueron muchos los habitantes quienes decidieron tomar las calles para ofrecer sus productos, desde alimentos frescos del puerto del Callao hasta artículos de múltiples utilidades.
Las calles de Lima aún reservaban lo criollo y albergaba las primeras construcciones que siglos más tarde darían vida al legado arquitectónico que hasta la fecha se puede apreciar. La compra y venta resultó ser uno de los focos de interés de las autoridades, quienes buscaron centralizar la operación en un solo lugar.
En aquellos años, contando desde el 1535 de su establecimiento como ciudad, no existía una central de abastos que reuniera a los proveedores, por lo que se presentaron los primeros signos de desorden en los caminos. Para intentar revertir esta situación, se presentó una primera concentración en la Plaza Mayor, luego paso a la Plaza San Francisco y llegó a formarse un centro de acoplo en la Plaza de la Inquisición, lo que hoy conocemos como Plaza Bolívar.

Una misión por cumplir: ordenar la ciudad
Al ver que los intentos por organizar el comercio no daban resultados, los responsables de la vigilancia y disposición de las zonas dieron vida a la idea de construir un mercado formal, que se encuentre en una zona de fácil acceso, además de tener conexión con las principales arterias de Lima.
En el gobierno de Ramón Castilla se iniciaron las gestiones para la construcción del mercado. El apogeo del guano en el Perú permitió que se reunieran los recursos para invertir en la edificación.
Expropiación de un convento
El hombre abolió el tributo y la esclavitud se sumergió en una serie de polémicas y conflictos al mostrar un interés particular en el monasterio de la Concepción, el cual vio como un terreno ideal. Este decidió expropiarse de una parte de la parcela, causando la reacción del arzobispo, quien intervino en el caso.

Tras presentar un pedido oficial, el 7 de marzo de 1847 se inició el derrumbe de los muros del convento. Si lo trasladamos al plano actual, su extensión cubría desde la avenida Abancay hasta el jirón Andahuaylas. La zona religiosa fue dividida en dos, usándose solo el huerto y el jardín para el bazar. Aunque se hizo este primer avance, la obra general no se concreto por falta de recursos y autorizaciones.
Apostando por un estilo rústico
Con José Rufino Pompeyo Echenique en el gobierno, se otorgó una concesión para la construcción. El boceto mantuvo el estilo simple y a la ves rústico que abarcaría los 13 mil metros cuadrados que fueron otorgados. Su primera inauguración mostró una sola planta con muros perimétricos y puestos con techos de paja. En su interior habían alrededor de 60 tiendas y un par de corrales. Inspirándose en el convento, el nombre que se le designó fue el de mercado de la Concepción.
Demolición y un incendio voraz
A inicios del siglo 20, el alcalde Federico Elguera Seminario ordenó su demolición en el año 1903. Se consideró que las instalaciones eran focos de contagio de la peste bubónica y tifus. Además, sus espacios ponían en riesgo la salud pública, al acumularse residuos sólidos, desagües abiertos y desborde de las tuberías.

Teniendo ese antecedente, se pensó en el rediseño, el cual tenía que ser más higiénico y ventilado, además de contar con puestos mejor distribuidos que mantengan el orden en su interior. Para 1905, se abrieron las puertas al público, ahora luciendo dos pisos de mercadeo, los cuales fueron divididos con pasadizos para un mejor despliegue.
Los peruanos y migrantes que vieron este local como una oportunidad de desarrollo sufrieron por otra tragedia. En 1964 se registró un gran incendio que se suscitó en una de las esquinas. Las lenguas de fuego consumieron todo, dejando pérdidas materiales incalculables. Con el demócrata Luis Bedoya Reyes disponiendo de Lima, se decidió derrumbar el mercado nuevamente para estructurar otro.

Un nuevo mercado en la capital
En medio del segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry se anunció la reinauguración en el año 1967 con un nuevo nombre, Mercado Municipal Gran Mariscal Ramón Castilla. Desde entonces se mantiene su distribución: un primer piso con 334 puestos para la venta de carnes, pescados y mariscos. El segundo nivel con 308 puestos para ofrecer verduras, frutas y abarrotes. Finalmente, el tercer piso con 294 puestos para tiendas de calzado, mercería, embutidos y artículos de bazar. Los puestos visibles en su exterior suman un total de 58 stands comerciales de ropa, accesorios, telas y similares.
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