
Una de las primeras metas de totalitarismo dinástico cubano fue establecer un control estricto sobre la prensa a través de la confiscación de los medios y la intimidación a los periodistas, una situación que se complicó en extremo cuando un número importante de comunicadores, entre ellos algunos muy conocidos, se prestaron voluntariamente al aquelarre castrista que extinguió la república.
Cierto que un tiempo después hubo arrepentidos, pero ya habían matado, con tintas y palabras, los derechos y libertades de muchos, como dice el novelista José Antonio Albertini, mientras los otros jenízaros de la dictadura sesgaban vidas sin piedad.
Fue una penosa realidad que trabajadores de los medios, periodistas y demás se convirtieron en cómplices del nuevo régimen en la instrumentación de una estrategia de intimidación paralela a la difusión de la certeza de que el país estaba siendo conducido por ciudadanos probos con un profundo sentido de justicia, un cóctel que apoyado en el prestigio de los comunicadores, la represión más cruenta y la desinformación sistemática, favoreció una pandemia de indefensión ciudadana que ha hecho posible la vigencia de un sistema fracasado por 60 años.
Las dictaduras, ideológicas y no, están conscientes de que los periodistas comprometidos con sus deberes y derechos son una amenaza innegable a su supervivencia, y los Castro, en su estrategia totalitaria, supieron maniobrar con gran pericia en la estructuración de un régimen que ha controlado a la nación cubana por más de 22140 días.
La represión sistémica a la información y a los informadores determinó la transformación de los colegios profesionales de periodismo en centros de adoctrinamiento, mientras el régimen creaba organismos gubernamentales como el Instituto Cubano de Radio y Televisión, ICRT, que programaba las trasmisiones como parte de la campaña política militar que procuraba el control absoluto del país y fundaba, con la fusión de varias entidades independiente, la Unión de Periodistas de Cuba, cuyo objetivo era reunir para beneficio del régimen, a todos los trabajadores en el pensamiento "patriótico", léase, castrismo.
La prensa escrita no se quedó fuera: fue acosada, vilipendiada y sometida, como ejemplifica el fallido entierro del Diario de la Marina presidido por Raúl Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana, que pretendía representar el fin de la prensa independiente cubana, un fracaso más de la dictadura castrista, como demuestra el joven periodista libre Luis Felipe Rojas Rosabal al describir brillantemente el doble compromiso de los informadores cubanos: "Ese doble papel que afrontan los periodistas independientes en Cuba, reportar y enfrentar el régimen, lo que no te aparta jamás de ser un activista de derechos humanos, es algo que no se entiende bien en el mundo libre, pero no hay un solo periodista independiente dentro de un régimen dictatorial que al intentar ejercer como ciudadano, no termine siendo un activista de su propia causa".
La represión de inmediato gestó su propia contradicción porque a la vez que los medios y los periodistas eran sometidos surgían, aunque de forma artesanal, comunicadores y publicaciones clandestinas como el periódico Trinchera que publicaba Alberto Muller y Juan Manuel Salvat en la Universidad de La Habana y Adelante que imprimían en un rústico mimeógrafo Ivan Portela, Héctor Caraballo y quien escribe esta columna.
La prensa independiente también se mudó a presidio. En las cárceles se escuchaba y leía Prensa Presa, gracias a precarios radios escondidos, fabricados en su mayoría en la prisión, se oían las noticias que eran transcritas por hombres como Ángel de Fana y Ernesto Días Rodríguez, y leídas en galeras y circulares.
Y aunque siguieron cruentas décadas de represión, cárcel y paredones, la prensa libre no fue sepultada, al extremo que el pasado 9 de agosto otro hombre libre, el periodista independiente y abogado, Roberto Jesús Quiñones Haces, fue condenado a prisión por informar y difundir la verdad, lo que ha motivado numerosas reacciones internacionales.
El férreo control que ejerce la dictadura cubana sobre el periodismo ha determinado que la prestigiosa entidad Reporteros sin Fronteras clasifique a Cuba como "el país más hostil a la libertad de prensa en América Latina" y uno de los más represivos del mundo en las comunicaciones.
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