En un reconocido pub de Cornualles, al sudoeste de Inglaterra, el personal se quejó de que luego de cuatro meses sin acceso a sus bares por el coronavirus, los vecinos se comportaron como animales salvajes una vez que pudieron retornar. Hasta aseguraron que se abalanzaban sobre las serpentinas de cerveza.
Sin distancia social entre sí o entre ellos y los empleados, la situación parecía la promesa de un final recargado de la primera ola de COVID-19.
Fue entonces cuando Johnny McFadden, posadero de The Star Inn en la localidad de St. Just —no demasiado lejos del ducado real de Cornualles, que corresponde al príncipe Carlos— puso muchos carteles para subrayar las restricciones sanitarias: necesidad de respetar los dos metros de distancia entre personas, esperar el servicio en las mesas y no pedirlo en la barra.
Ante la falta de recepción, delimitó espacios en el piso, con cinta. Pero nada mejoró. Entonces fue por una decisión más drástica: instaló una cerca eléctrica. Y voilà, consiguió el resultado que esperaba.

“Estamos en una comunidad rural, todo el mundo entiende qué es una cerca eléctrica. ¡Mantiene a las ovejas a distancia y mantiene a la gente a distancia!”, ironizó en una entrevista para CornwallLive. “Intentaban que les sirvieran aquí, que es exactamente donde está la puerta”, mostró la parte de la barra en la que se creaban aglomeraciones ideales para la transmisión del SARS-CoV-2. “Ya no sabía qué hacer, así que puse una cerca eléctrica”.
La historia parece una escena que Magnus Mill hubiera olvidado incluir en El encierro de las bestias, su novela sobre tres trabajadores precarizados y con frecuencia alcoholizados que instalan cercas eléctricas en los campos de Inglaterra y Escocia y que, inadvertidamente -y de manera más cómica que trágica- van dejando una huella de cadáveres a su paso. Y a la vez van armando una guía turística de pubs, desde luego. “¡Funciona!”, se alegró McFadden. “Todo el mundo se mantiene a distancia. Por ahora, funciona súper”, repitió.

—¿Y cómo es a medida que avanza la noche y la gente se olvida y se tropieza y…? —preguntó el periodista de CornwallLive
—¡Le sorprendería ver cómo la gente se mantiene bien lejos de la cerca! —lo interrumpió McFadden—. Es el factor del miedo.
Joel Carne-Mead, barman del pub, agregó: “Al encargado le encanta su casa de campo”, en referencia a McFadden, que tiene una propiedad rural con cultivos, animales y cercas eléctricas. “Es sólo una disuasión, pero esperamos que con solo verla la gente se mantenga alejada. Así es como funciona con el ganado: los animales la ven y con frecuencia no quieren ponerla a prueba. Esperemos que suceda lo mismo con los clientes. Hasta ahora no tuvimos incidentes”.

McFadden enfatizó que en general la cerca se mantenía apagada, pero realmente se le podía activar la electricidad en caso de que fuera necesario. Por ahora confía en el mensaje que transmite la sola presencia del tendido metálico: “Antes de la cerca la gente no cumplía con la distancia social y hacía lo que quería, pero ahora presta atención a las guías sobre distanciamiento social. ¡Es en beneficio de todos!”, indicó al elogiar su valla electrificada.
Las imágenes del drástico método para hacer cumplir la distancia social comenzó a rodar por las redes sociales luego de que los visitantes del pub se lanzaran a Facebook y a Twitter para compartirlas; una imagen, que publicó el presentador de radio local Neill Maguire, fue reenviada más de 500 veces, con comentarios encontrados. Alguien escribió que era lo mejor que había visto en mucho tiempo; otra persona opinó que, si no estaba dispuesto a tratar con clientes humanos, The Star Inn no debía reabrir.

Propiedad de la cervecera St Austell, The Star Inn se presenta en las guías como “una verdadera joya, llena de tradición, personalidad e intenso encanto”. También garantiza “una bienvenida amistosa”, aunque —notó CornwallLive— todavía no actualizó el voltaje de la calidez con que la cerca puede recibir a los visitantes que no cumplan su parte en contener la pandemia.
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