
Desde que Porfirio Díaz llegó al poder las cosas en el país comenzaron a transformarse en muchos sentidos, uno de ellos fue la indumentaria. Aunque las opciones de etiqueta iban cambiando de forma natural conforme el paso del tiempo, Díaz no tardó en establecer nuevas políticas para “unificar” lo más posible la vestimenta de la población mexicana y darle un toque europeo y más “refinado”.
De acuerdo con Florencia Gutiérrez, doctora en Historia por el Colegio de México, la idea de esta transformación comenzó con las elites políticas, pues desde que Porfirio subió a la silla presidencial intentaron promover el uso del pantalón y ciertas prácticas de aseo, tanto en la ropa como en el cuerpo de las clases populares.
En el afán de cambiar el aspecto de la sociedad mexicana se prohibió el uso del “calzón de manta que permitía circular el aire frío con entera libertad”, prenda utilizada principalmente por los grupos originarios y rurales, ya que era una gran alternativa para el calor y las tareas en el campo.

Para lograr el cometido se pusieron en marcha campañas en las áreas de trabajo de las ciudades y de las zonas rurales. Estaban enfocadas a “uniformar al contingente laboral, a fin de adecuar la apariencia de voceadores, cargadores y billeteros a los parámetros de orden y limpieza que exigía una urbe cosmopolita”.
Por otro lado, el historiador Arturo Ríos explica que la condena del calzón de manta fue uno de los tantos caprichos del presidente nacido en Oaxaca. Desde que la idea llegó a su gabinete se dedicó a hacerla cumplir en todos los estados de la República “decisión que no encontró oposición en los demás gobernantes”.
La idea del dictador era construir una sociedad más homogénea en todos los sentidos pues al “evitar que los hombres usaran el calzón blanco se les orillaba a utilizar de forma obligada el pantalón”. La misma fuente señala que esta fue una de las tantas maneras de “modernizar” México, puesto que se pensaba que “esa imagen denotaría el avance del país, al considerar, que el atuendo tradicional de indígenas y rancheros, era signo de atraso económico y social”.

Asimismo, Florencia Gutiérrez detalla que la preocupación por el vestido se convirtió en un aspecto fundamental desde los comienzos del Porfiriato, esto porque en tiempos pasados los estilos de indumentaria eran muy variados. Se podía encontrar a personas que portaban elegantes prendas al estilo del Segundo Imperio, hombres vestidos de charros con barba y patillas, mujeres con paños en la cabeza, así como a personas con ropa de manta, sombreros y rebozos.
La historiadora especifica que el aspecto de las y los ciudadanos empezó a ser evaluada bajo ”prejuicios y valoraciones morales, se consideró como un papel catalogador y tendiente a prejuzgar conductas privadas y comportamientos públicos”.
Por otra parte, se empezó a mirar con buenos ojos a todas las personas que tenían una apariencia pulcra, pues tener un aspecto impecable se convirtió en “símbolo de moralidad y garantía del orden social”. Cabe destacar que el acceso a “buena ropa” no era tan sencillo y cotidiano como hoy en día, por tal motivo, sólo las clases altas pudieron tener acceso a los más finos trajes.

Jalisco fue uno de los principales estados en donde se empezó a acatar esta norma, debido a que el general Ramón Corona, gobernador de la entidad, era gran amigo del mandatario. Aunque hubo resistencia por parte de los campesinos, no tuvieron otra alternativa que acatar la nueva política, puesto que se advirtió que ”habría sanciones a quienes hicieran caso omiso de este ordenamiento”.
Con el tiempo se logró el objetivo y el uso del pantalón ordinario fue lo más usado durante esa época, además, las corrientes europeas, específicamente las francesas, se encargaron de dictar el estilo de los caros vestidos y ostentosos sobreros que usaban las clases privilegiadas.
El gobierno del oaxaqueño estuvo lleno de altibajos y este suceso histórico es considerado por algunos expertos como “una medida excesiva” que cambió muchos aspectos en la vida de las clases medias-bajas.
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