
A lo largo de la historia de México, se han establecido dos imperios: el primero, el de Agustín de Iturbide, el cuál se llevó a cabo una vez consumada la independencia, aunque tuvo una duración muy corta. El segundo fue el del archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo.
Este último llegó a México en 1864, y su imperio duró tres años únicamente, hasta 1867, cuando fue fusilado en el Cerro de las Campanas, ubicado en el estado de Querétaro.
La etapa del imperio de Maximiliano fue una etapa en la que se procuró que la vida en el país mejorara, pues la mayoría de las personas vivían en la pobreza y eran analfabetas. Además, la sociedad estaba muy dolida, pues tenía poco que en México se había llevado a cabo la Guerra de Reforma o de los Tres Años.
Fue el 28 de mayo de 1864 cuando Maximiliano y su esposa Carlota de Bélgica llegaron al puerto de Veracruz, en la fragata Novara, la misma que, sin saberlo, pocos años después regresarían a Maximiliano a Europa, pero sin vida.

El emperador aceptó el trono imperial engañado por los enemigos del entonces presidente Benito Juárez, del bando conservador. Maximiliano recibió la noticia de que todo el pueblo de México estaría orgulloso y feliz de recibirlo en el país, algo que era mentira.
A pesar de los consejos de su familia, llegó a tierras mexicanas, decidido a realizar cambios de fondo en el país. Se enamoró de sus paisajes, su cultura, y en un inicio fue arropado por la alta sociedad de la época, pero sus ilusiones, poco a poco se fueron quebrando.
Maximiliano de Habsburgo fue fusilado durante las primeras horas del 19 de junio de 1867 por órdenes del presidente Benito Juárez. Al lado del emperador murieron sus dos generales, Miguel Miramón y Tomás Mejía, que eran del bando conservador.
Se dice que antes de morir, Maximiliano exclamó las siguientes palabras: “Moriré por una causa justa, la libertad y la independencia de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria ¡Viva México!”.

Minutos después se recogerían los tres cadáveres llenos de sangre, y se les conduciría de regreso al convento de Capuchinas, en donde fueron tendidos en las losas de una sala baja. La multitud que presenció el fusilamiento se alejó triste y silenciosa, y las tropas volvieron a sus cuarteles.
El emperador, en total, recibió cinco impactos de bala en su cuerpo, distribuidos entre el pecho, el abdomen y un tiro de gracia que recibió en el corazón. Al caer sin vida, Maximiliano se golpeó la frente, lo que le dejó una visible lesión. El cuerpo real fue envuelto en una sábana y depositado en un ataúd esa misma mañana.
Maximiliano era un hombre muy alto, pues medía un metro con 87 centímetros. Eso es mucho más que el promedio de la estatura en los mexicanos. Esto provocó que sus pies no cupieran en el ataúd, por lo que salían de éste.
El cuerpo del emperador fue preparado por el médico Vicente Licea. Conforme pasaron los días, la adquisición de algún objeto que hubiese tenido contacto con el cadáver se convirtió en un tesoro de gran valor. Se cuenta que durante los siete días que duró el embalsamamiento, se vio a las sirvientes de las damas queretanas entrar al convento de Capuchinas a entregarle al doctor Licea lienzos y pañuelos para humedecerlos con la sangre de Maximiliano.

Con un malogrado embalsamamiento, el cadáver real abandonó Querétaro y su peregrinar rumbo a la Ciudad de México duró 214 días, en los que aquél cuerpo sin vida vivió de todo. Se dice que eran tiempos de lluvias, y al cruzar el arroyo de San Sebastián, el carro se volcó dejando al cadáver totalmente empapado, lo que sumado al pésimo embalsamamiento, el cuerpo llegó ennegrecido y convertido en un completo desastre. El cadáver se estaba pudriendo.
Juárez al ver el resultado del cuerpo, pidió un nuevo embalsamamiento, que fue realizado por los médicos Agustín Andrade, Rafael Ramiro Montaño y Felipe Buenrostro. El cadáver permaneció un tiempo en la capilla de San Andrés, cuando llegó un comisionado por la Casa de Austria para recoger sus restos.
El cuerpo del emperador vestía de negro y reposaba sobre cojines de terciopelo, en un ataúd de palo de rosa elegantemente trabajado. El carruaje partió con rumbo a Veracruz acondicionado de tal forma que el movimiento del viaje no provocara sacudidas que pudieran lastimar aún más el cuerpo.
El cadáver de Maximiliano salió de México en la fragata de guerra Novara y actualmente sus restos descansan en la sala de los príncipes, a un costado de la Cripta de los Emperadores de la Iglesia de los Capuchinos en Viena, Austria.
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