
Iniciamos septiembre y todo México se prepara para las festividades de la Independencia con los platillos típicos de la gastronomía, entre los que no puede faltar el pozole (ya sea natural, rojo o verde), un platillo de granos de maíz cacahuazintle, sin embargo el origen prehispánico de este platillo tiene un origen sangriento.
La cultura mexica (1325-1521) es la responsable de haber creado el pozolli. En aquellos años el platillo tenía un contexto ritual y se realizaba de la carne de los prisioneros sacrificados durante las ceremonias nahuas en honor a Xipe Tótec (que significa nuestro señor el desollado). La práctica del sacrificio humano entre los mexicas, en particular, el tratamiento póstumo de la decapitación, a través del cual se recibía el tonalli (una entidad anímica relacionada con el nivel celeste del cosmos) de las víctimas.
Después de sacarle el corazón, el cautivo era desollado (retirar la piel) y desmembrado para su consumo. El muslo derecho siempre iba al palacio del Huey Tlatoani, para expresar agradecimiento y respeto.
Según comentaban los cronistas de Sahagún, los muslos eran las partes donde se encontraba la carne con mejor sabor y textura. El muslo izquierdo y ambos brazos eran propiedad del guerrero que había capturado a su enemigo en batalla.

El investigador emérito del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Eduardo Matos Moctezuma y autor de Muerte a filo de obsidiana ha señalado que “es muy importante comprender cómo esa aparente práctica necrófila, en realidad tenía relación con una búsqueda de la continuidad de la vida, de la marcha del universo y la aparición del sol en el horizonte. Por eso se inmolaba lo más precioso que se tenía: la vida del individuo”.
Hace poco más de 500 años, cuando la expedición de Juan de Grijalva sondeó las costas de Veracruz, en 1518, una de las vistas que más impresionó a los españoles fue la de la isla que nombraron como ‘de Sacrificios’, pues a su arribo contemplaron la forma en que se realizaba dicho ritual, el cual de inmediato calificaron como bárbaro y sanguinario, sin embargo los historiadores destacan que no se puede tener una visión reduccionista de esta práctica.
Esa visión, misma que ha permeado hasta nuestros días, anula los profundos significados religiosos que tenía la práctica sacrificial para los pueblos mesoamericanos, al tiempo que omite que en Europa, íberos y griegos también practicaron sacrificios, indicaron especialistas en un conversatorio virtual organizado por Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

“Las fiestas eran una reactualización de los mitos. Así, el sacrificio era el modo de regenerar la vida ofreciendo alimento a los dioses para que ellos, a su vez, fueran benéficos hacia los humanos”, declaró el arqueólogo al precisar que, al menos entre los mexicas, la disposición de los sacrificados en el Huey Tzompantli (edificación circular hecha de cráneos humanos) de Tenochtitlan, también era una forma de demostrar poder sobre sus provincias tributarias, como lo hacía cualquier imperio de la época o anterior.
Sobre el carácter regenerador del sacrificio, el etnohistoriador Eduardo Corona evocó que la guerra misma era sagrada, a tal punto que las armas a menudo se diseñaban para tomar prisioneros en vez de matarlos. Tal situación quedó manifiesta en los momentos más álgidos de la guerra entre mexicas y españoles, cuando los primeros intentaban, a toda costa, tomar prisioneros vivos para ofrecerlos en sacrificio.
Vestir la piel desollada

Para los mexicas había una equivalencia simbólica entre las mejores mazorcas que se seleccionaban para sembrar y ofrendarlas a Xipe Tótec, y la elección de los guerreros que serían sacrificados en honor a esta deidad. Se trataba de los ejemplares de semilla más fuertes, sanos, aptos, al igual que las víctimas escogidas, con ellos se buscaba la regeneración de la vida y, en este caso, también del maíz, explicó el arqueólogo Carlos Javier González González.
El arqueólogo expuso que la fiesta de Tlacaxipehualiztli, dedicada a esta deidad, tenía lugar del 5 al 24 de marzo, siendo los últimos dos días los más intensos en cuanto a la realización de los sacrificios humanos y una serie de rituales, que casi coincidían con el equinoccio de primavera.
En su ponencia, Xipe Tótec y el maíz, el curador de la muestra organizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), puntualizó que en el Tlacaxipehualiztli, que significa “desollamiento de personas”, los mexicas celebraban sus victorias militares recientes con el sacrificio, fundamentalmente, de cautivos de guerra. En ésta se reactualizaban mitos, entre ellos el de la creación del Quinto Sol, en la cual tanto Quetzalcóatl como Xipe Tótec estaban estrechamente vinculados.

“En la cosmovisión mesoamericana, la guerra lejos de ser una actividad destructora o destructiva, contribuía a la renovación de la vida, por paradójico que pueda parecer a la mentalidad occidental. A través de la dotación de sangre se contribuía a alimentar al sol y a la tierra”, afirmó.
Así, la fiesta dedicada a Xipe Tótec se ubicaba entre el momento de la cosecha del maíz de temporal (octubre-noviembre) y la siguiente siembra, cuyas actividades iniciaban en marzo-abril, cuando se preparaban los campos para esta actividad.
Los vencedores custodiaban la piel del sacrificado, la cual prestaban a hombres (xipeme) que vestían las pieles de la víctimas y visitaban casas donde la gente les ofrecía los manojos de mazorcas seleccionados para la siembra.
Posteriormente, detalló el arqueólogo, una vez sacrificados y desollados los gladiadores, los cuerpos eran desmembrados y cocinados con maíz. “Con esta comida ritual llamada tlacatlaolli (maíz cocido de los hombres), se consumía el cuerpo y la fuerza divina de Xipe Tótec”.
En documentos escritos por Motolinía o Durán, se hace referencia al pozole, un platillo ritual que se ofrecía con tal fin exclusivamente, para el cual los granos de maíz se cocían en agua con cal para poder retirarle la piel a la semilla y ‘desollarla’; antes y durante la festividad estaba prohibido cocer el maíz de esta forma.
Carlos Javier González también refirió la relación de la fiesta de Tlacaxipehualiztli con la de Ochpaniztli, otra ceremonia igualmente importante dentro del calendario ritual mexica, que estaba dedicada a la diosa madre y que se relacionaba con la de Xipe Tótec, pero en este caso las víctimas desolladas eran mujeres que representaban advocaciones de tal deidad femenina.

La arqueóloga Ximena Chávez Balderas, quien escribió el libro Sacrificio humano y tratamientos postsacrificiales en el Templo Mayor, ha descrito que su obra ataca ni reivindica el sacrificio, sino que busca entenderlo desde una perspectiva antropológica:
“El sacrificio sucedió, pero no en los números que los españoles narraron en algunas fuentes. Habla sí, de esa violencia inherente al humano, que en el pasado estaba ritualizada y ahora no lo está. Actualmente es importante conocer las formas de violencia humana y preocuparnos por la crisis de derechos humanos que nos aqueja, no sólo en México sino a nivel mundial”.
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