
En México ha habido casos policiacos que causaron temor entre la población. un ejemplo es el del sanguinario secuestrador Daniel Arizmendi López “El Mochaorejas”, nacido el 22 de julio de 1958 en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, en el seno de una familia humilde.
Estudió hasta primer año de secundaria. De joven trabajó en el taller de su padre en donde fabricaban bufandas y chambritas de lana para bebé. Ganaba 240 pesos mexicanos de ese entonces, un poco más del salario mínimo, pero no le alcanzaba.
Se casó con María de Lourdes Arias, a quien conoció desde que eran niños. Ella estudiaba en la Escuela Nacional Preparatoria de Zaragoza de la Universidad Nacional Autónoma de México. La boda fue el 27 de agosto de 1977 y tuvieron dos hijos: Daniel y Sandra. Tras el matrimonio fueron a vivir a la casa del padre de Daniel en Neza.
Tras dejar el trabajo con su padre y luego varias recomendaciones, Daniel Arizmendi se incorporó a la policía estatal. Ahí cambiaría su destino debido a que conoció a un sujeto que le enseño su modus operandi robando autos. Así operó por años hasta que un familiar le reveló la forma de ganar dinero rápido secuestrando.

En la policía estatal hubo recorte de personal, por lo que Arizmendi López fue dado de baja, así que no le tomó mucho tiempo decidirse a ganarse la vida del otro lado de la justicia. Primero se dedicó a robar autos como le había enseñado el delincuente. Así comenzó una de las carreras delictivas más crueles de que se tiene memoria en México.
Se convenció de dedicarse al plagio de personas cuando la sobrina de su esposa le comentó que en Cuernavaca habían secuestrado a una chica por la que pidieron un millón de pesos. Ante el llamado, la familia no titubeó y los dio. Así, retiró del robo de autos a toda la banda que contaba con Aurelio, Joaquín Parra Zúñiga, un hermano de éste, Raciel “El Rachi” y los hermanos Paz Villegas.
Su primer secuestro fue el de Martín Gómez Robledo, dueño de una gasolinera a quien se llevaron en una camioneta por la Autopista México-Puebla a su casa de seguridad, un lugar que usaban como refugio para guardar los autos robados. Lo encerraron en el baño desnudo y atado de pies y manos, con los ojos vendados, sin alimento ni agua. Exigió 1,000,000 de pesos a negociar y terminaron recibiendo 350,000 pesos.
Al ver que el negocio no funcionaría del todo bien si trataba la cuota, Arizmendi optó por medidas mucho más crueles. Así que, en su séptimo secuestro, le cortó una oreja a Leobardo Pineda, dueño de varias bodegas en Ixtapaluca. Se la envió a su esposa junto con un mensaje y ella le recriminó el hecho, pero terminó pagando el rescate.

Entre su maldad, decía tener un poco de humanidad. Fue entonces que encontró la manera de obtener el dinero que tanto anhelaba sin necesidad de amenazas verbales, sino mutilando a sus víctimas y dejándoles su propia marca: no les cortaba un dedo o una parte de la piel, tampoco era tan malvado como para quitarles una pierna o un brazo, pero sí algo sutil y atemorizante, como una oreja.
“Yo creo que sí volvería a empezar. Aunque tuviera 100 millones de dólares lo volvería a hacer. Secuestrar era para mí como una droga, como un vicio. Era la excitación de saber que te la estabas jugando, que te podrían matar. Era como adivinar, ahora le corto una oreja a este cuate y va a pagar. ¡Y pagaban! No sentí nada ni bueno ni malo, al mutilar a una víctima; era como cortar pan, como cortar pantalones”, dijo en una entrevista.
“Cortar orejas era normal para mí, ni me daba miedo ni me daba temor. Como si fuera una cosa normal. Matar, secuestrar, todo es normal”, agregó.
Sin embargo, la tan temida y al mismo tiempo, deseada fama, se convirtió en la pieza clave para su detención ya que cada vez había más víctimas que lo identificaban y cada vez se escuchaba más de él. La banda también cometió asesinatos a sangre fría y burlas hacia las familias de las víctimas lo que comenzó a causar terror y temor entre la ciudadanía.

Su carrera delictiva concluyó el 17 de agosto de 1998, cuando el grupo Yaqui, integrado por policías judiciales de varias entidades y del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de la Secretaría de Gobernación, detuvieron a Daniel Arizmendi y su banda en inmediaciones del toreo de 4 caminos en Naucalpan. Aseguraron 30,000,000 de pesos, 600 centenarios y más de USD 500,000. En su captura fue clave el previo arresto de su esposa y uno de sus hijos, además de varios cómplices.
A la organización criminal se le atribuyen unos 200 secuestros (entre ellos, los de siete empresarios españoles). La protección brindada por altos mandos de la seguridad pública permitieron a Daniel Arizmendi extender su radio de acción a siete estados del centro y del sur de la República mexicana.
Fue sentenciado el 22 de agosto de 2003 por los delitos de privación ilegal de la libertad en la modalidad de secuestro, delincuencia organizada, posesión de armas de fuego y homicidio, a pasar 393 años en prisión, pero según las leyes mexicanas, la pena máxima que una persona puede estar en una cárcel son 50 años.
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