Durante un taller en una escuela secundaria, la pregunta sorprende: “¿A quién le gustaría usar menos el celular?”. La mayoría levanta la mano. El malestar digital ya no es solo cosa de adultos. A lo largo de casi 30 minutos de conversación en Infobae, tres voces expertas –la psiquiatra Geraldine Peronace, la especialista en educación de UNICEF Cora Steinberg y la consultora en ciudadanía digital Lucía Fainboim– coinciden en algo elemental, pero urgente: el uso problemático de las pantallas no es un fenómeno aislado, y sus consecuencias sobre la salud mental y la sociabilidad infantil ya son tangibles.
Este artículo forma parte de La Conversación, el nuevo ciclo audiovisual de Infobae disponible en YouTube, que propone abrir el debate sobre temáticas complejas que atraviesan a la Argentina. Se trata de un espacio de conversación reflexiva moderado por Gonzalo Sánchez, donde, en cada episodio, expertos, investigadores, activistas o referentes comparten su mirada sobre un tema de interés social, político o económico. Los episodios estarán disponibles todos los jueves en el canal de YouTube de Infobae. En esta edición, el foco está puesto en el vínculo entre infancias, adolescencias y el mundo digital.
Según una reciente encuesta nacional de UNICEF Argentina, el 46% de los niños y adolescentes reconoce tener un vínculo problemático con el uso de tecnología. “Lo dicen ellos. Es una encuesta autoadministrada. Responden solos que sienten que les impacta en la escuela y en el descanso”, señala Steinberg. No son diagnósticos adultocéntricos: es un grito de auxilio de los propios protagonistas.

Un celular a los 9 años, una puerta abierta sin adultos
El promedio de edad para el primer celular con Internet en Argentina es 9,6 años. “Más del 83% de los chicos ya accede a su primer dispositivo entre los 9 y los 11 años”, advierte Steinberg. Y con él, se abre un mundo de vínculos, estímulos y riesgos que, muchas veces, transitan sin acompañamiento. “Hoy Internet es un espacio más que ellos habitan, como el club o la escuela. Pero a diferencia de esos lugares, no hay adultos mirándolos”, explica Fainboim.

El problema no son solo las horas frente a la pantalla (que, en promedio, ascienden a 8 horas y 40 minutos por día), sino lo que se consume en ese tiempo. “Tenemos chicos de seis años mirando pornografía, otros participando en desafíos virales que los han llevado a la muerte, y otros contactados por adultos que se hacen pasar por menores. Eso es contenido, conducta y contacto: los tres grandes riesgos”, resume Peronace.
No son nativos digitales, son aprendices sin guía
Uno de los conceptos más discutidos por los especialistas es el de “nativos digitales”. Fainboim, que lidera la organización Bienestar Digital, lo desarma con claridad: “Decimos que por haber nacido en esta época ya tienen habilidades, pero lo que vemos es que no tienen ni habilidades operativas ni reflexivas. Para eso nos necesitan”. El acceso temprano no equivale a comprensión ni a criterio.
A falta de mediación adulta, la lógica de las plataformas se impone. “Si un chico ve un video sobre cómo adelgazar, toda la semana le van a ofrecer ese tipo de contenido. Y en segundo lugar, buscan cómo ganar dinero. Esos son los principales consumos según la encuesta”, alerta Steinberg. En ese combo, la autoestima, la imagen corporal y la percepción del éxito quedan atrapadas en algoritmos sin empatía.
La dopamina como trampa
Lo que parece inofensivo –un rato de TikTok, un poco de YouTube– puede tener consecuencias biológicas profundas. “Cuando un chico no se aburre, no puede activar esa parte del cerebro que se relaciona con la creatividad”, explica Peronace. En su lugar, el cerebro entra en “rumiación”: pensamientos obsesivos, repetitivos y negativos, que incrementan el riesgo de depresión, autolesiones y suicidio.
“En la clínica estamos viendo cuadros que antes asociábamos a consumo crónico de marihuana, y que hoy se explican por más de 11 horas diarias de pantalla. Ansiedad, desconexión afectiva, pérdida de memoria, aplanamiento emocional”, describe la psiquiatra.
Los chicos empiezan a darse cuenta
Un dato esperanzador emerge entre tanta preocupación: “Cuando hacemos talleres en secundaria y preguntamos quién quiere usar menos el celular, ahora levantan la mano todos”, cuenta Fainboim. Incluso los adolescentes que accedieron al celular a los 9 años o antes tienen una mirada crítica: “Dicen que vieron contenido perturbador, que se perdieron experiencias importantes. Se dan cuenta”, agrega.

La urgencia, entonces, no es prohibir sino acompañar. “Cuando hay mayor presencia adulta, cuando hay mediación, baja significativamente el riesgo de que se conecten con desconocidos, hagan apuestas online o sufran grooming”, afirma Steinberg.
¿Y qué hacemos los adultos?
Muchos padres, reconocen los expertos, usamos el celular como estrategia de supervivencia. “Nos resulta cómodo el niño conectado porque nos da un rato de descanso. Pero ya no alcanza con pensar que si está en casa está seguro”, plantea Fainboim. La idea de que “si no está en la calle, está bien” quedó obsoleta: el peligro está también en el living.
Peronace es contundente: “El ‘no’ se aprende en casa. Y si no lo enseñamos nosotros, después no vamos a poder hacerlo cuando tenga 13 años y quiera tomar whisky o fumar porro. Empieza con el celular”.
Educación emocional y presencia real
Más allá del tiempo frente a las pantallas, el desafío está en las habilidades que los chicos deben desarrollar por fuera de ellas. “Empatía, oralidad, comprensión lectora, capacidad de aburrirse, de frustrarse. Todo eso se aprende en la interacción cara a cara”, dice Fainboim.

Y para eso se necesita tiempo compartido, en la presencia y en la palabra. No se trata de desaparecer cuando se prende la pantalla. “Veamos una peli juntos, pongamos reglas: que el contenido tenga inicio, desarrollo y final, que dure al menos 15 minutos. No es lo mismo eso que ‘scrollear’ dos horas sin rumbo”, ejemplifica.
La propuesta es clara: involucrarse, poner límites, generar espacios sin pantallas (aunque sean cortos) y también usar la tecnología juntos, con criterio. “Yo les muestro a mis hijos que a mí también me cuesta dejar el celular. Lo pongo en una caja, lo nombro, y eso también educa”, dice Fainboim.
Hacia una crianza digital consciente
La tecnología no se irá. El tsunami ya pasó. Pero como señala Fainboim, aún podemos elegir cómo reconstruir. “Cuando los chicos entran más tarde a estas plataformas, pero con un mundo propio fortalecido, con intereses, con vínculos, quedan menos atrapados. Están menos vulnerables a la dopamina, al consumo vacío”.
La clave está en el equilibrio: menos hiperconectividad, más arte, deporte, naturaleza, charla. “Vamos a comprar el pan, hagamos una torta, escuchemos juntos la música que le gusta, aunque no entendamos nada. Ese tipo de cosas hacen una diferencia”, concluye Steinberg.
¿Querés ver la conversación completa? Buscá el video en el canal de YouTube de Infobae. Una charla necesaria, incómoda y urgente para entender qué está pasando con nuestras infancias y cómo podemos –y debemos– hacer algo al respecto.
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