
La cultura del ajetreo, también conocida como hustle culture, ha marcado profundamente la vida de los millennials y la generación Z, quienes, inmersos en un entorno donde la productividad es sinónimo de éxito, enfrentan una presión constante para ser productivos, casi sin descanso.
Esta presión, alimentada por un sistema que glorifica los logros profesionales desde una edad temprana, ha contribuido a la creación de un ambiente donde descansar ya no es una opción, sino un lujo que pocos se permiten.
Como lo explicó Luciano Jaramillo, director de Operaciones de Selia, a El Heraldo: “Estas generaciones no solo enfrentan expectativas laborales poco realistas, sino que también están inmersas en un sistema que mide el valor personal por la productividad y que normaliza el agotamiento como una medida de éxito”.
La influencia de las redes sociales y la conectividad permanente
Las redes sociales han jugado un papel crucial en la consolidación de esta cultura del ajetreo, amplificando las expectativas de productividad ininterrumpida. Plataformas como Instagram y TikTok se han convertido en escaparates de emprendimientos exitosos y rutinas laborales extenuantes, muchas veces acompañadas de frases como “Rise and grind” o “No pain, no gain”.

Estudios recientes del Pew Research Center revelan que un 67% de los jóvenes sienten que las redes sociales imponen estándares laborales y personales inalcanzables, lo que aumenta su ansiedad. Este fenómeno no solo afecta la salud mental de los jóvenes, sino que también distorsiona su visión del trabajo y el éxito.
Este escenario de presión constante además de desgastar a nivel físico crea una desconexión emocional, ya que el éxito profesional se mide más por la cantidad de trabajo realizado que por la calidad de vida alcanzada.
Según un informe de Deloitte, 51% de los millennials y 59% de los miembros de la generación Z experimentan estrés financiero constante, lo que los impulsa a priorizar la productividad sobre su bienestar. Esta situación refuerza el ciclo de agotamiento, donde el trabajo se convierte en la única medida de valor personal, como destacó Jaramillo: “El descanso es visto como un privilegio y no como un derecho, lo que crea una tensión constante entre el deseo de alcanzar metas profesionales y la necesidad básica de bienestar”.
Los costos emocionales de la cultura del ajetreo
El impacto emocional de la cultura del ajetreo es profundo y devastador para muchos jóvenes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los millennials y la generación Z presentan los niveles más altos de ansiedad y depresión en comparación con generaciones anteriores, debido en parte a las expectativas poco realistas sobre el trabajo y el éxito.

La autoexigencia se convierte en un ciclo constante de culpa y frustración, donde cualquier pausa o descanso es interpretado como un fracaso personal. “Cuando el éxito se mide únicamente por el número de logros visibles, cualquier pausa o descanso puede interpretarse como un fracaso”, señaló Jaramillo. Esta dinámica crea un círculo vicioso donde el bienestar personal queda relegado a un segundo plano, mientras que la productividad es percibida como la única fuente de valor.
A pesar de la prominencia de la cultura del ajetreo, millennials y generación Z han comenzado a desafiar esta narrativa en busca de un equilibrio entre la vida personal y el trabajo. En los últimos años, se ha generado un movimiento que cuestiona el modelo tradicional de éxito basado exclusivamente en el trabajo incansable.
Del #grindset al equilibrio de vida
El concepto de #grindset, que promueve la mentalidad de trabajar sin descanso, ha sido central en la ideología de la cultura del ajetreo, especialmente en el ámbito de las startups tecnológicas de Silicon Valley.

Sin embargo, algunos expertos coinciden en que esta mentalidad está comenzando a perder su atractivo, especialmente entre aquellos que se han dado cuenta de los efectos negativos del trabajo sin límites. La pandemia de COVID-19 actuó como un punto de inflexión, ya que muchas personas comenzaron a reevaluar sus prioridades y límites entre la vida profesional y personal.
De acuerdo con la BBC: “Desde el COVID-19, las personas han empezado a rechazar la cultura del esfuerzo y a retraerse: ya no están dispuestas a hacer el trabajo que no importa y están poniendo límites entre ellas mismas y las narrativas tóxicas”. Esta redefinición de la vida laboral se refleja en movimientos como la renuncia silenciosa, que busca priorizar el bienestar y la salud mental sobre la productividad incesante.
Como indicó Nick Srnicek, profesor de economía digital en el King’s College de Londres a la BBC: “La cultura del ajetreo dice que la gente trabaja demasiado no por impulsos económicos, sino simplemente porque es la forma en que los emprendedores consiguen lo que quieren”.

Uno de los pilares de la cultura del ajetreo es la creencia en la meritocracia, la idea de que el trabajo duro es la única vía al éxito. Sin embargo, expertos y activistas han comenzado a cuestionar esta noción, argumentando que las desigualdades estructurales impiden que todos tengan las mismas oportunidades, independientemente de sus orígenes.
Para Heejung Chung, profesora de sociología en la Universidad de Kent: “La cultura del esfuerzo está construida sobre la creencia de que todos tienen las mismas oportunidades si trabajan lo suficiente, pero esto ignora las barreras sociales que enfrentan ciertas comunidades”, publicó la BBC:
Esta crítica resalta la injusticia de un sistema que valora únicamente el esfuerzo individual sin tener en cuenta las condiciones externas que afectan a las personas, como las crisis económicas, la discriminación racial y la inequidad de género.
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