¿Por qué algo que esperábamos que nos hiciera muy felices cuando llega no resulta tan genial? Y, al revés, ¿por qué algo que creíamos que iba a ser devastador muchas veces no termina siendo tan grave? Como cada lunes, en “No debí hacer eso”, te invito a hablar de la cocina de nuestras decisiones y cómo podemos hacer para mejorarlas.
Hoy vamos a hablar del sesgo de impacto, o impact bias, la razón por la que somos muy malos prediciendo cómo nos vamos a sentir frente a determinadas experiencias. Las palabras clave para este sesgo son dos: expectativa y (una que está muy de moda) resiliencia.
Veamos un ejemplo que nos pasó a todos alguna vez: estás estudiando de manera intensa para rendir un examen, ya sea en la secundaria, la facultad o para ingresar a un trabajo. La evaluación es en dos semanas; venís estudiando de forma obsesiva, siempre sentís que te falta, que no llegás, y te aterra la posibilidad de desaprobar. Finalmente, el día llega, y cuando ves las preguntas te das cuenta de que no vas a pasar, que te falta.
Como profesor, lo veo todo el tiempo: chicos y chicas que en ese momento sienten que todo se les viene abajo. Pero también veo a los mismos alumnos unas semanas después, volviendo a rendir, y esta vez aprobando. ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué nos sentimos tan mal por algo que solo imaginamos?
Hay dos causas principales: nos enfocamos demasiado en lo que creemos que vamos a sentir y subestimamos nuestra capacidad de adaptación. Es que cuando queremos predecir cómo nos va a afectar un evento, nuestra tendencia es a verlo de forma aislada, casi como una visión de túnel. Y lo increíble es que esto nos pasa tanto con experiencias positivas como negativas, ya sea una mudanza, un cambio de trabajo o una ruptura amorosa.
Al concentrarnos tanto en eso, dejamos de lado el hecho de que nuestra vida está llena de otras cosas, desde las más simples (como charlas con amigos, nuestros hobbies, nuestras obligaciones) hasta las más importantes (como la salud y las relaciones familiares), que también influirán en cómo nos sentiremos en el futuro. Además, cuando imaginamos situaciones futuras, subestimamos nuestra capacidad natural de adaptación y creemos que el impacto, ya sea positivo o negativo, va a ser eterno.
Ahora, imaginá que conseguís el trabajo de tus sueños. Al principio, la emoción es inmensa y es normal sentir que esa felicidad va a durar mucho tiempo. Sin embargo, en la mayoría de los casos, con el tiempo, la rutina, el cansancio y demás factores, esa emoción se diluye y volvés a tu estado de “felicidad base”.
Para explicar este sesgo, en 2007, un grupo de investigadores, liderado por los psicólogos Timothy D. Wilson y Daniel T. Gilbert, publicó un estudio titulado “Pronóstico afectivo: ¿por qué las personas no pueden predecir sus emociones?”, en el que investigaron la dificultad que tenemos para anticipar cómo nos vamos a sentir en el futuro. El trabajo buscaba entender mejor por qué fallamos en nuestras predicciones emocionales. Aunque tenemos la capacidad de imaginar y prever cómo nos vamos a sentir, nuestras expectativas no suelen coincidir con lo que realmente pasa después.
Para estudiar esto, pidieron a personas que estaban por rendir el examen para obtener la licencia de conducir que predijeran cómo se sentirían si no lo aprobaban. El estudio se extendió por varias semanas y los participantes fueron consultados sobre su estado de ánimo en tres momentos: unos minutos antes del examen, al término del examen y una semana después de la prueba.
Básicamente, en cada momento se les preguntaba: ¿qué tan felices se sentían en ese momento? ¿Y qué tan felices creían que estarían en una semana? Tanto si aprobaban como si fallaban en el examen. Participaron 114 personas, de las cuales 69 reprobaron la prueba y 45 la aprobaron. En todos los casos pasó lo mismo: predijeron mal cómo se sentirían en el futuro.
Los que aprobaron pensaron que estarían mucho más contentos de lo que realmente estuvieron, y los que no lo hicieron estimaron que estarían más tristes de lo que realmente estuvieron. Es decir, todos exageraron sus emociones futuras. Al final, “ni muy muy, ni tan tan”.
Como siempre, para combatir el sesgo de impacto, te dejo tres tips:
- Ampliá tu mirada: pensá en el evento en un contexto más amplio. Por ejemplo, si estás preocupado por reprobar un examen, acordate de que es solo una parte de tu vida. Esto ayuda a no exagerar cómo nos vamos a sentir si algo nos sale mal.
- Todo pasa: acordate de que podemos adaptarnos tanto a experiencias positivas como negativas. El tiempo pone todo en su lugar, y tener presente eso ayuda a reducir la tendencia a creer que las emociones intensas van a durar para siempre.
- Repasá tu historia: en lugar de hacer suposiciones, recordá cómo reaccionaste en situaciones parecidas. Tener presente cómo te adaptaste en el pasado te da una referencia realista de cuánto duraron tus emociones.
*Emmanuel Ferrario es docente universitario de economía del comportamiento, autor del libro “Coordenadas para antisistemas” y legislador de la Ciudad de Buenos Aires.