“Bailo con la espuma esquivando gigantes mientras se renueva el espíritu. Me lava la mente. Me siento chiquita, salvaje y liviana. Las gotas frías congelan los problemas, liberan las ideas y despiertan el presente. Los pies son libres, dejaron los zapatos y las medias lejos. Por fin descansan en la arena. Los ojos se abren para ver colores: en el agua, en sus peces, en el cielo. Las olas resuenan y respiro a su ritmo, mantengo el silencio para escucharlas cantar. El corazón agradece porque se estaba secando. Lo estuvo pidiendo a gritos desde la ciudad. Cada uno tiene un elemento que lo conecta y trae armonía. A mí me tocó el mar”.
Hace 6 años que Martina Álvarez vive un idilio, junto a su gran amor. Si bien ya de niña fantaseaba con el mundo submarino, sus deseos más profundos se durmieron por algunos años. Lejos había quedado ese libro sobre ballenas y delfines que hojeaba con fascinación con apenas unos pocos años de edad. “Con el tiempo me olvidé lo mucho que me gustaba el universo del mar. Mis raíces están lejos del agua, soy de Pilar, Provincia de Buenos Aires. Viví en Capital por trabajo y por la carrera. Estudié Comunicación Social y trabajaba en marketing de moda. Un día entendí que necesitaba encontrarme y busqué un cambio. Nunca había viajado muy lejos, solo conocía Uruguay.”
En un entorno mayoritariamente masculino, la joven disfruta de poder quebrar estereotipos y llevar a otras a mujeres a bucear y que conozcan la magia del mar.
La joven de 28 años y cabellos dorados de tanto sol y salitre, armó sus valijas y salió al encuentro de ese llamado. Ya estaba más cerca de su propósito y del verdadero sentido de sus días. “Me fui a vivir a Australia un año, viaje por el Sudeste Asiático, Costa Rica, Nicaragua y viví en México, Hawái y Panamá”.
En Tailandia realizó su primera inmersión donde se enamoró perdidamente del mundo acuático. Con algunos ahorros viajó a México y su sueño empezó a tomar forma cuando consiguió un trabajo como voluntaria donde la capacitaban en buceo. “Trabajaba de 6 de la mañana a 6 de la tarde. Vi mi primer tiburón y me enamoré. Hice mi primer buceo en cuevas, buceo nocturno. Después hice buceo de tiburón ballena. Estuvimos una hora navegando hasta que encontramos uno. El capitán me grita: ‘Ahí esta’. Me tiré a nadar para que la gente se tire con confianza. Nadé un montón con los tiburones ballena. Algunos eran más grandes que el barco. Sentirte un puntito al lado de ellos, la inmensidad de la naturaleza y lo imponente que es el océano y sus animales, es mágico”.
Y continuó: “La primera vez que buceé pensé: ¿Todo esto estaba acá abajo y a mí nadie me aviso? Ahora no quiero que a nadie le pase lo mismo. Hay un mundo increíble bajo el océano y hasta que no te sumergís no lo entendés”. Su amor y fascinación por el mar se volvió tan grande que empezó a aprender todo lo que podía sobre él. Y decidió dedicarse a cuidarlo y darlo a conocer. “Ahí entendí todo el mal que le estábamos haciendo. Y a nosotros también, ya que necesitamos un océano sano para sobrevivir como especie. El problema mayor es que quizás al no conocerlo no tomamos conciencia de su importancia. Se nos hace difícil tenerlo presente cuando la gran mayoría vive lejos de él, en las ciudades”.
Hoy, el mundo de Martina cambió y vive descalza y en traje de baño. Su hogar está en Bocas del Toro, en el Caribe de Panamá. “Es una isla chiquita en la que me muevo en bicicleta. Mi oficina es el mar, trabajo de instructora de buceo, saco fotos bajo el agua y escribo sobre el universo azul. Mi misión es que la gente lo conozca y conecte con él. A través de una historia atractiva, un relato, una imagen o un video, se pueden cambiar muchas actitudes y lograr que cada vez más gente tenga conciencia de su valor. Busco inspirar para que cada vez sea más gente que quiera proteger la vida marina”. Todas sus experiencias las vuelca en su blog (Almarvoy.com) y, además, lleva adelante, junto a otros voluntarios y organizaciones, varios programas para limpiar el océano, proteger los tiburones y las tortugas marinas.
El programa Sirenas de Bocas, que Martina lleva adelante junto a voluntarias de la isla, busca empoderar a las mujeres locales como agentes importantes en las comunidades costeras. “El objetivo es mejorar la productividad costera, reducir la desigualdad y aliviar la pobreza. Como mujer, el océano me liberó de tantas presiones sociales y me demostró que podía ser más fuerte de lo que jamás pensé. Desafortunadamente, las mujeres no siempre saben nadar o no se animan a practicar deportes en el agua. Esto reduce sus opciones laborales y quedan limitadas a trabajar en la cocina o limpieza. La idea es abrir ese abanico de opciones laborales. Así, por ejemplo, pueden ser capitanas, pescar para consumo propio o para venderlo, ser instructoras de surf o buceo, ser guía turística”.
Martina se animó a quebrar primero sus propias estructuras, vivir descalza, sin maquillaje, y lejos de su país, para darle forma a su sueño: “Inspirar a las chicas a conectarse con el océano es darles poder, unirlas, para que puedan reclamar un mayor papel en la toma de decisiones de la comunidad Así las distinciones de género se hacen menos rígidas y se rompen los estereotipos sociales.”
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