
En 1981, después de haber grabado con Michael Jackson, ya un amigo, Paul McCartney se dirigió junto a su abogado a la oficina de Lew Grade, dueño de ATV Music. Estaba dispuesto a recuperar los derechos de The Beatles. La respuesta que recibió de parte de Grade fue contundente: solo le devolvería los derechos si compraba la totalidad de la la compañía. Todo el paquete, 40 millones de dólares.
McCartney salió de la reunión desesperado. Buscó un teléfono y marcó el número de Yoko Ono, la reciente viuda de John Lennon. Le propuso ir mitad y mitad para, así, recuperar los derechos que merecían. 20 millones de dólares cada uno. Ono ni siquiera dudó. No tenía ningún interés en las 250 canciones que disponía ATV Music. Paul, resignado, apostó por la amenaza. Regresó a la oficina y buscó amedrentar a Grade sin efecto alguno.
Además de la música, el dinero era otra obsesión que giraba en su cabeza. No concebía que no pudiera cobrar cada vez que uno de los hits de The Beatles se reproducía. Dos años después, en febrero de 1983, de ello hablaba con Michael Jackson, recién llegado a Londres. Lo había hospedado en su granja de Sussex, pocas horas antes de filmar el videoclip de "Say say say".

"Me pidió consejos para su carrera", recordó 34 años después McCartney, elegido por Forbes como una de las mentes más brillantes de los negocios. "Muy bien, tres cosas: en primer lugar, conseguite un buen asesor. Estás en la cima ahora, va a haber un montón de dinero entrando y realmente necesitás a alguien que te ayude a manejarlo", le recomendó y siguió: "Por último, tené cuidado con tus canciones, con tu propio trabajo".
En su corta estadía en Sussex, Paul le había enseñado cómo se había quedado con los derechos de canciones de algunos de sus artistas favoritos. Buddy Holly, Carl Perkins, Al Johnson, que cantó en la primera película hablada. También había adquirido las dos primeras creaciones de Los Beatles: "Love me do" y "P. S. I love you", que no habían ingresado en el contrato. Además le confesó -su gran error- que estaba en la búsqueda de recuperar todo el catálogo y que, hasta el momento, había fallado en sus intentos.
Un poco en broma, Jackson le respondió: "¡Oh, voy a conseguir el tuyo!". El beatle se rio. No pensó que hablara en serio, pero se equivocó. Sí lo hacía.
A Jackson la confesión quedó picándole en la cabeza. Cuando regresó a su hogar, compró por algunos millones varias de sus canciones predilectas y tanteó la posibilidad de quedarse con la obra de Los Beatles. Solo dos años después, hizo llegar su oferta a ATV Music. 47 millones y medio de dólares por la compañía dueña de una de las discografías más valiosas de la historia.

McCartney consideró el episodio como una traición sin posible retorno. "Creés que alguien es tu amigo, y de repente, llega y te roba la misma alfombra en las que te sentabas con él", dijo por entonces. En cada uno de sus conciertos, debió pagar impuestos por tocar canciones que él mismo, junto a Lennon, había creado.
Pero no bajó los brazos. Durante años luchó para recuperar lo que le pertenecía. Se amparó en la Ley de Derechos de Autor que se firmó en 1976 en Estados Unidos, que dicta que los autores pueden reclamar por sus derechos 35 años después de su publicación. En el caso de los temas lanzados antes de 1978, el tiempo de espera es de 56 años.

Justo 56 años después del lanzamiento del primer disco de Los Beatles, "Love me do", Paul aseguró que haría todos los esfuerzos a su alcance para recuperar los derechos. La industria de la música estaba en vilo ante una posible batalla legal sin precedentes cuando la propia discográfica prefirió evitar la disputa.
El jueves 29 de junio se presentó un documento en una corte de Manhattan que finalizaba el juicio preventivo de McCartney. Los derechos de Los Beatles, sus grandes creaciones, que durante años estuvieron en manos de su examigo Michael Jackson, volverán a su poder en octubre de 2018.
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