Dan Breitman: “Ver a mi abuelo enloquecer y a mi abuela suicidarse alteró mi vida para siempre”

A sus 40 años dice tener 60 de terapia, “adicción al análisis” y una relación “tóxica” con su terapeuta. Aquí comparte los hechos de su historia que le valieron hasta cuatro sesiones semanales y “la posibilidad de convertir tanta tragedia en arte”. Su madre, “mi conflicto central”. Las disparatadas citas con “un especialista en niños sensibles”. La “repulsión” de sus pares y el recuerdo del día en que conoció “la más cruda soledad”. El dilema de ser transformista o cantante de sinagoga. La vida en casa de una madama “donde aprendí a ser feliz”. Y por qué dice que “recién hoy encontré mi lugar en la televisión”

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A Solas - Dan Breitman con Sebastián So

Con yeite del buen analizado define esa sensación del “fuera de norma” o del “pozo equivocado” como “una constante” a lo largo de su historia. La incomodidad del “no encajar”, como “un gran pesar”. Y la urgencia del “qué se haría con eso”, “el interrogante” que, finalmente, aprendió a acomodar. Ser “un distinto” no ha sido barato y mucho menos en términos de horas de diván, sobre el que –”sin quitar mérito a las primeras y heroicas psicopedagogas”– se jacta de reunir 34 años de “intenso” millaje en la métier. Dan Breitman (40) es adicto a la terapia. Y si bien dice estar entendiendo que la psicóloga no decidirá por él (“porque la he llamado hasta para preguntarle si comía milanesas o revuelto de gramajo”, dispara con humor) no logra soltar el hábito “de ese rumiar mental” que lo mantiene en “el análisis de absolutamente todo”, describe. “¿Viste cuando te dicen: ‘Tomate unos días, andate a la playa y relajá’. Bueno, yo no sé qué es eso. Sentarme solo frente al mar, definitivamente, sería peor”. Es así que, en esta conversación, dejará espiar el mapa de las sesiones que, en algún tiempo, han sabido ser hasta cuatro por semana.

Dan Breitman y su mamá, Ana Powazek
Dan Breitman y su mamá, Ana Powazek

“Mi conflicto madre es mi madre”, sentencia introspectivo en el intento de señalar el eje de sus charlas con Silvia, la psicóloga con quien dice tener “una relación tóxica” que le valió una de las canciones que compuso para Yo quería un musical, su último unipersonal catártico y autobiográfico. Un tema que dice más o menos así: “¿Compro la silla o no compro la silla? / ¿Me tiño de rubio, de verde o de rosa? / ¿Verdura grillada, hervida o salteada? / ¿Hago pilates o yoga? / ¡Silvia, decime qué hago de mi vida! / Silvia, llegó la hora de decidir qué hago de mí... / ¿Pata, pechuga, muslito o alita? ¿Campera abrigada, de Morley, finita? / ¿Levanto por Tinder, por Happn o Grinder? / ¿Escucho Chopin o Thalía?”.

En fin, volvamos al eje central. “Tengo una mamá tan exigente que me enseñó a ir solo por la excelencia. Y ese mandato echó a rodar la culpa, desde el trabajo al amor, en todos los ámbitos y aspectos de mi vida: ‘Si soy como me sale ser, ¿haría sentir mal a alguien? Si hago caso a mi intuición, ¿me mirarán mal, me apartarán, dejarán de quererme?’”, describe, Dan, todo eso que sintió mientras crecía.

Dan Breitman con su mamá
Dan Breitman con su mamá

Ana Powazek (70) es musicoterapeuta y docente de cultura musical en etapas de la educación inicial. Dan fue su alumno en jardín de infantes. “Ella aparecía y yo ya no veía nada más. Adoraba escucharla cantar y verla bailar. Mamá siempre tuvo el sueño de ser como Xuxa (María da Graça Meneghel, 59) y se destacaba entre las demás por la dedicación y el esmero que ponía para producir los mejores actos del colegio”, recuerda Breitman.

Ana activó en casa “el culto al teatro” y la compra de un ticket a “un espectáculo con buenas reseñas, como decía, era toda una inversión”. Ella buscaba “nivel”, así lo señala. Y cualquier obra de Hugo Midón, Claudio Ochman o Héctor Presa resultaban varas para medir las demás ofertas de cartelera. “Mi vieja ha llegado a sacarme de un brazo de las funciones en la que los típicos titiriteros preguntan: ´¿Dónde está el sapito, chicos? ¿Lo vieron por acá?’. Y todos gritaban: ´¡Ahí está, ahí está!´. Ella, que siempre fue tan leída, odiaba ese tipo de arte ligado a la estupidez, porque no toleraba la subestimación de los niños”.

Dan Breitman y su mamá, Ana Powazek
Dan Breitman y su mamá, Ana Powazek

“Fue mi primera espectadora”, dice Dan recordando los aplausos de su madre en aquellas privadas de living en Caballito. Creció con dos referentes bien en alto: “Andrea Tenuta y Roberto Catarineu”, popes del mundo que proponía las clases en Río Plateado. Luego, la explosión de Festilindo –ciclo del que participó– sumaría nombres como el de Ivana Rossi a aquella nómina de admirados. “Pero yo quería ser la Garland, Barbra Streisand, Liza Minelli, divas de la época dorada de la MGM”, cuenta. “Porque hay algo de aquellos tiempos que a mí me imanta... En realidad yo creo que soy un alma vieja atrapada en ese cine musical. Mi vida está regida por la música. Por ejemplo, si tengo que lavar los platos elijo una canción para eso y la interpreto imaginando que alguien me está filmando”, relata.

Y así, “inusualmente extrovertido”, Dan cantaba y bailaba buscando la aprobación de Ana. “Una necesidad que se haría costumbre”, señala. “Cuando actúo sobre un escenario todavía busco su gesto en la platea, ese brillo de sus ojos que me dice: ‘Okey, vas bien´. ¡Y ese también ha sido todo un tema en mis sesiones de terapia!”. En definitiva coincidimos que jamás ha dejado de ser aquel alumno de mamá. “La mirada de una madre, y especialmente si es judía, es ´la mirada´. Pesa, condena: ´Si vas a ser artista, debés ser el mejor´. Y es muy complejo convivir con eso, porque muchas veces el mandato no está ligado al deseo genuino. No siempre querés destacarte y ser genial, sino simplemente laburar. Jamás dejaré de analizar dónde pongo mi deseo y en dónde acomodo todo lo demás. Recién ahora estoy aprendiendo a dar bola a mi intuición”.

Dan Breitman, caracterizado
Dan Breitman, caracterizado
Dan Breitman
Dan Breitman
Dan Breitman
Dan Breitman
Dan Breitman, caracterizado en su paso por el Cantando 2020
Dan Breitman, caracterizado en su paso por el Cantando 2020
La señora Abercrombie, personaje de Dan Breitman
La señora Abercrombie, personaje de Dan Breitman

En ese tren asoma el recuerdo de esas noches de lunes a lunes en Search (semillero de talentos como Lizy Tagliani, La Costa y Julio César Lynch), donde Dan brillaba en sus performances de “pseudo transformismo”, tiempo antes de vestir la piel de Ruth Waissman, su rol en Boomerang, todo vuelve. “Una vez, mis viejos, sin entender a dónde iba de madrugada ni qué es lo que hacía, me dijeron muy alertados: ´Mirá, estuvimos charlando y la verdad es que no nos gusta que te vistas de mujer´. Todo derivó en: ´Sos muy bueno cantando y hablás muy bien el hebreo. ¿Por qué no estudiás para ser Jazán (persona que guía los cantos en la sinagoga)? ¡Vas a ganar buena plata!´. Y entonces fuimos los tres al seminario rabínico para anotarme en la carrera”, cuenta. “Yo les decía: ´¿Están seguros? ¿Les parece? ¡No creo que pueda ser Jazán de día y calzarme los tacos por la noche!’. Nada tenía sentido y la idea se esfumó”. Pero la resistencia de sus padres no correría con la misma suerte. “¡Hoy están espantados con Florencio Varela! No entienden por qué lo hago, pero principalmente por qué reniego de mi nombre al punto de usar otro”, suelta Breitman.

Dan Breitman, como Florencio Varela, junto Florencia Peña en LPA
Dan Breitman, como Florencio Varela, junto Florencia Peña en LPA

Se refiere al personaje que encontró junto a Florencia Peña (48) en LPA (América). Tal vez la resultante de “esa tele que comenzó a parecerse a lo que yo soñaba”, define. Una sensación que apareció con su participación en Bienvenidos a bordo (2021), ciclo de Guido Kaczka (44), “lejos de la cuestión reality y de cualquier competencia”, subraya en relación a su paso por Tu cara me suena (Telefe, 2015), Súper Bailando (ElTrece, 2019) o Cantando (ElTrece, 2020), por citar ejemplos. Sin tener en cuenta, claro, que desde Intrusos (América) a Bendita (El Nueve), todos han querido sentarlo en sus paneles, “pero no me siento calificado para meterme en la vida amorosa de Wanda Nara (36)”, remata.

“Recién ahí descubrí mi yo lúdico, gracioso y relajado. Me sentó bien. Y Florencio, este secretario de antidiva que le ofrecí a Flor antes de grabar el piloto resultó un personaje ideal, que opina random, sin formalidades ni la presión constante de una cucaracha (el auricular que lo conecta con la producción). Él fue mi laboratorio personal, el pasaje directo a hacer lo que realmente tengo ganas de hacer y el escape de los mandatos y las exigencias de deber ser correcto, virtuoso y espectacular”, describe. “Mi formación tuvo mucho que ver con el clown, y ahí lo cuelo. Diciendo, a través de la peluca, lo que Dan no se animaría. Mi otro yo, mi alter ego, mi mejor modo de transitar esta tele”.

Dan Breitman a los 5 años
Dan Breitman a los 5 años
Dan Breitman (abajo, a la derecha) en un intento con el fútbol
Dan Breitman (abajo, a la derecha) en un intento con el fútbol
Dan Breitman a los 11 años
Dan Breitman a los 11 años

Entonces decidió expandir su arte y llevó a la calle todo aquello que pasaba en el living de casa. No tendría más de 10 años cuando prometió un show a los pibes del barrio con los que, además, compartía alguna esporádica clase de taekwondo “que me permitía soltar mis dotes de bailarín”, bromea. Desconcertados pero atentos, los chicos lo vieron salir detrás de una cortina improvisada. “Puse un disco en hebreo, de una importante cantante judía, y me entregué por completo. Canté y bailé sin ningún tipo de prejuicios. Vi la cara de todos, la del pibe que sostenía la pelota y más allá la de mi vieja, que me miraba como diciendo: ´¡Por Dios, Dan... ¿Qué estás haciendo, mamarracho?!´. Es que cuando un telón se abría, ya nada más me importaba”, recuerda. Pero en las aulas no había escenarios. Y es entonces que explicará por qué suele decir que “cada vez que hoy paso por la puerta de una escuela siento como un... (cierra los ojos, respira profundo y hace un ademán de escozor). Uff, es algo que no puedo resolver”.

Dan Breitman en sus ensayos de participación en Festilindo
Dan Breitman en sus ensayos de participación en Festilindo

Pasó por siete colegios. “En unos repetía, de algunos me echaban y en otros me bullyneaban”, cuenta. Y, entre paréntesis, recuerda sus innumerables rateadas: “Me escapaba de clases y me metía en los estudios de Fitz Roy 1659 para participar de la tribuna de Movete con Georgina (América, 2000). Éramos yo y todas las ancianas con las que me peleaba por el color del reloj que sorteaban”, comparte con su humor.

Es así que linkea sus tiempos de estudiante con una “profunda soledad” que “por sus tintes violentos” difería de aquella que, en casa, le hacía tanta compañía. “Hay un recuerdo que me atormenta”, anticipa. “Fue en un primer día de clases de los tantos que odiaría de por vida. Después de izar la bandera todos corrían: ´¡Me siento con vos! ¿Te sentás conmigo?´, se decían. Y yo, totalmente ignorado. Perdido. Desclasado. Entonces la Castro Lamas, profesora de Historia, consiguió un pupitre individual y me sentó adelante, cerca de su escritorio. Todavía revivo esa que, te juro, fue de las situaciones más infelices e incómodas de mi vida”, dice.

“Sentía el rechazo por parte de las chicas porque de repente, claro, querían hablar de sus intimidades. Y sufría también la repulsión de los varones porque no me les parecía. ¡Fue muy difícil. Muy difícil... Me pegaban. Nunca me olvidé de uno de los pibes al que le gustaba apoyarme por detrás mientras me agarraba las tetas y gritaba: ´¡Gordo puto, gordo puto!´. Me hacía la vida imposible y a mí me brotaban deseos de ahorcarlo. A él y a todos esos que me hacían daño. Yo quería, pero me pasaba algo fatal: en el momento de tomar impulso se me aflojaba el cuerpo. Yo sentía literalmente que perdía la fuerza”, revive Dan. “Y nadie podía ayudarme, porque por más que mis viejos interviniesen, el colegio nunca supo qué hacer”, relata. “Mi vida de estudiante fue realmente insoportable”.

Dan Breitman, de 4 años
Dan Breitman, de 4 años

Dice que la discriminación supo hacerlo fuerte o, al menos, “muy rebelde”. La sexualidad nunca ha sido un issue de diván para Dan. Reflexiona que aquello que solía molestar tanto a los demás tal vez pudo haber sido su actitud de defensa de eso que realmente era. “Yo nunca intenté disimular lo que me pasaba. Si alguien me decía: ´Hey, puto a vos te gusta tal pibe´, yo respondía: ´Sí, ¿y...?´”. Aún así cree que “lo que más jodía de mí era el histrionismo sin reparos. Porque hablo así, con este expresionismo en la cara y en las manos, desde muy niño”, destaca.

Recuerda que tendría ocho cuando una tarde la abuela Sara irrumpió en lo de los Breitman con desesperación para marcar un hito entre los hechos “más traumáticos” de su infancia. “Ella llegó diciendo: ´¡Ay, hija! Acabo de escuchar a Guillermo Andino en el noticiero dando un informe sobre las características del niño homosexual... ¡Y Dan las tiene todas!´. Imaginate la escena. Ella hablando despavorida con mamá y yo sentado en el mismo sofá, entre las dos, mirando a una y a otra”, cuenta. “Fue un cuadro tan avergonzante, tan terriblemente incómodo de presenciar y de asimilar, claro”.

Dan Breitman junto a su hermano y su mamá
Dan Breitman junto a su hermano y su mamá
Dan Breitman a sus ocho años junto a su hermano Elian, de tres
Dan Breitman a sus ocho años junto a su hermano Elian, de tres
Dan Breitman y su hermano Elian
Dan Breitman y su hermano Elian

En aquel contexto, “el de las batallas diarias entre Rocky Balboa vs. La flaca escopeta, se suponía que algo había que resolver”, dice Dan. Habla de Elian Breitman (35), su hermano y “contraejemplo”, como define. “Un tipo ordenado, el estudiante dedicado que hasta completó una carrera terciaria (es martillero público). Melómano, cinéfilo y boxeador. Perfecto, digamos. De chico no teníamos nada que ver y nos peleábamos muchísimo, pero con los años pudimos recomponer la relación uniendo esos contactos con el arte”, cuenta.

En definitiva, y “quién te dice por esas diferencias tan evidentes”, Roberto Breitman (71) –”músico hasta que se pudo”– tomó una decisión irrefutable. “Papá entró un día diciendo: ´Basta de psicólogas mujeres. Tengo al tipo ideal para atender a Dan´. Algo así, según explicó, como un especialista en chicos sensibles”, suelta con ironía. “Y te digo que todos estos recuerdos, como fragmentos que el tiempo tejió en mi cabeza, fueron emergiendo a la superficie después de varias sesiones de psicodrama y de constelaciones familiares... En fin. El hombre se llamaba Raúl, tenía el consultorio atestado por el humo de su pipa y por cientos de banderines de equipos de fútbol, y no dejaba de llamarme tigre. ´¿Qué tal el colegio, tigre?’, ‘¿Te gustan los deportes, tigre?´, ‘¿Vos sos mujer o varón, tigre? ¡Bueno, los varones juegan al fútbol, tigre!’”, relata con gracia. “No sé que habrán pretendido mis viejos dejándome en manos de ese estereotipo ni qué habrá sido de ese señor, pero sí que todo eso que viví fue un disparate total e innecesario”, concluye.

Dan Breitman, su padre, Roberto Breitman, y uno de sus primos
Dan Breitman, su padre, Roberto Breitman, y uno de sus primos
Dan Breitman y familia, su papá, su mamá y su hermano
Dan Breitman y familia, su papá, su mamá y su hermano
Los Breitman: Dan junto a su mamá, Ana Powazek (70), su hermano Elian (35) y su papá Roberto (71)
Los Breitman: Dan junto a su mamá, Ana Powazek (70), su hermano Elian (35) y su papá Roberto (71)

Jamás imaginó que encontraría un mundo en un aviso. Había cumplido 14 cuando se enteró, al abrir el diario, de la apertura de la escuela de comedia musical liderada por Julio Bocca (55) y Ricky Pashkus (67). “Tardé horas. Fui el segundo o el tercero en anotarme. Y al entrar, recuerdo que dije: ‘¡Es acá!’”, relata reviviendo esa satisfacción. Y no solo se refiere a “la seguidilla orgásmica de clases de danza y expresión”, ni a la “fascinante nocturnidad de los cursos, digna de un buen búho como yo que encuentra energías a esas horas”, sino también al despertar oficial de quien sería para siempre. “Recuerdo que estaba en el vestuario cuando un compañero, sacándose la remera y como al pasar, le dijo a otro: ´Ay, lo que pasa que a Mariano no lo soporto más, estamos en un momento de mierda...´. Quedé helado. ‘¿Eh? ¿Cómo? -pensé...-, ¿habla de su pareja?’. Quería que lo dijese otra vez. Me quedé tan obnubilado que me repetía a mí mismo: ´¡Dan, no te asombres tanto!´. Porque me sorprendió pero a la vez me pareció un alivio tal... Un gran alivio. Indescriptible Fue como haberme arrancado el corset de la familia, del colegio y de las tradiciones religiosas, para respirar por primera vez”, describe.

La charla en casa no tardaría más que horas. “‘Má, tengo que contarte una cosa: me gustan los pibes’, le dije. Y ella se puso a llorar”, relata. “Qué se yo, lloró. Y al día siguiente, muy a pesar de que le había pedido que no le contase nada a papá, mientras me llevaba al colegio, mi viejo me deslizó un: ´No te preocupes, ya va a pasar. Todavía no encontraste a la mina que te enamore´. Y sí, se ve que él quiso creer en las dudas de un pequeño y en el poder conversor del amor”, dispara irónico y resignado. “En casa se vivía así de incómodo”.

Dan Breitman
Dan Breitman

Alternó aquel ámbito con el hogar de una madama. “Los únicos espacios que me hacían feliz”, titula. Liliana había sido “la oveja negra” de su familia y rozó a los Breitman por ser la hermana de Nora, íntima amiga de la madre de Dan. “Ella era muy bohemia, cantante, artista, rubia y llena de collares, aros y anillos... En definitiva, una mina muy libre”, la describe. “Lily se había casado con su mejor amigo gay, con quien había tenido dos hijas. A mí me fascinaba frecuentar su casa, tanto que hasta recuerdo que ya casi vivía ahí. Algo que a mis viejos se enfurecían: ´¡Volvés ya! ¡No nos gusta que pases tanto tiempo en casa de Liliana!´, me gritaba”.

“Era un dos ambientes habitado por ellos cuatro y por cientos de amigos homosexuales que convertían ese hogar en un desparpajo increíble. Y ahí estaba yo, disfrutando de todo mientras ella atendía el teléfono y contaba en qué consistían los servicios de las chicas que regenteaba”, cuenta. “Lily y yo nos probábamos pelucas, bailábamos y jugábamos a que teníamos un programa de radio hasta las 5 de la mañana. Yo estaba feliz ahí adentro, ese se había convertido en mi refugio en el que no existían límites para ser”, define. El refugio en el que conoció a César, un actor de la obra en la que trabajaba una de las hijas de Liliana, y además, en el que supo “de qué iba hacer el amor”.

León Powasek, Sara Leucovucich y la pequeña Ana, abuelos y madre de Dan Breitman
León Powasek, Sara Leucovucich y la pequeña Ana, abuelos y madre de Dan Breitman
Dan Breitman y su abuelo, León Powasek
Dan Breitman y su abuelo, León Powasek

Seis párrafos atrás, Dan habló de su abuela materna. Un vínculo que hizo nido en varios de sus divanes y valió, “del modo más doloroso”, lecciones personales y alguna que otra reflexión que compartirá a continuación. Sara Leucovucich y León Powazek llegaron al país escapando de los nazis a principio de los 40, cuando la Segunda Guerra azotaba al mundo. “Y mi abuelo, como tantos, no escapó a las secuelas de esa monstruosidad. Él era un divo, capaz de encerrarse en el baño antes de cada evento para salir solo cuando todos sus invitados estuviesen presentes. Tenía una gran personalidad, sí. Pero estaba piantado”, cuenta.

“Yo era muy chico, pero me acuerdo de angustiarme al notar en él cierta tendencia a la locura. La locura de la persecución, de la paranoia. De una sensación permanente de que en cualquier momento volvería el genocidio en el que había muerto toda su familia. Siempre preocupado por la puerta blindada con millones de llaves. Y el hambre... ¡El hambre! Yo lo vi comprar con desesperación en el supermercado, mucho Quaker, mucha harina, mucho todo para guardar en cantidad ´por si pasa algo´ como solía decir”, cuenta Breitman. “Él ya estaba casi atrincherado en su departamento. ¡No se salía! Y mi abuela, que tenía otro espíritu, quería una vida normal”.

Dan Breitman junto a su hermano Elian y la abuela Sara
Dan Breitman junto a su hermano Elian y la abuela Sara

Sara, a quien Dan dice haber convencido “de que Juana Molina era mejor opción que ver La aventura del hombre”, ya había sufrido suficiente como para seguir viviendo en el claustro. “En definitiva, se sentía inserta nuevamente en otro guetto, el del temor”, relata. “Para salir necesitaba el permiso de su marido, de quien estaba a entera disposición, al servicio total: ella le lavaba, le cocinaba, lo atendía. Hasta que se topó de frente con una soledad inmensa y entró en una crisis depresiva que le resultó imposible de dominar. Yo tenía 15 años y recuerdo haber estar llegando a su casa y ver a mamá a los gritos contra su padre, lidiando con una situación terrible: mi abuela había intentado asfixiarse con una bolsa en su cabeza”, revela. “15 días después, a las 8 de la mañana del Día del Padre de 1997, sonó el teléfono. Atendió papá. Y alguien, del otro lado de la línea, le dijo: ´Señor, Sara está tirada en la planta baja. Hay que llamar urgente a una ambulancia y a la policía´. Mi abuela se había tirado del cuarto piso. Sobrevivió con ocho costillas rotas y falleció a los pocos días. Con el tiempo entendí que el único escape posible que supo ver era ese”.

Dan Breitman y su abuela Sara Leucovucich de Powasek
Dan Breitman y su abuela Sara Leucovucich de Powasek

“Ese evento tan traumático atravesó a la familia para siempre, pero me dejó una gran lección”, dice Dan. “Mi abuela me empujó a reivindicar la vida. Aprendí la importancia de salir a ser y a hacer lo que me venga en ganas”. Aunque, como señala, “los fantasmas de la muerte y de la persecución siempre quedaron ahí, al pie del cañón”. Reconoce ciertas huellas en los Breitman, “como el peso del ´¿Y si pasa algo? ¿Y si me quedo sin plata?´ El temor. El drama. La tragedia”, enumera. “Esa intensidad... Una densidad en y para cualquier situación”. Hablamos de los miedos. Un terreno en el que asegura estar “ya un poco más tranquilo”. Dan resistió a numerosos ataques de pánico, “cuando sentía que no podía con mi humanidad, con la exposición, con todo lo que pasaba y, por sobre todo, con esa adicción a pensar y a analizar sin que ninguna terapia lograse bastar”. Dice haber encontrado cierto placebo en la actividad física: “Ya conozco muy bien ese miedo, y cuando lo veo venir salgo a correr, porque el trote me calma”.

Claro que despuntan algunos otros que resultan más “digeribles” y, en esta charla, hasta simpáticos de contar respecto de la diaria. Los TOC sobre la salud o su “mega hipocondría” son un ejemplo. La muerte es un fantasma y desde que escuchó a Jorge Rial sentenciar que el Martín Fierro a la Revelación suele significar “olvido o deceso” de quien lo recibe, Dan cuenta haberse deshecho “inmediatamente” de la estatuilla de APTRA que ganó en esa categoría por su papel Guapas (ElTrece, 2014). “Cada vez que la veía en casa pensaba: ´¡Muerte o falta de trabajo, lo peor que podría pasarme!´. Hasta que un día la envolví en una franela y de la llevé a Silvia (su terapeuta) para que lo tenga en su armario”.

Con similar desvelo, “puedo llegar a enviarle a mi amigo médico (Gustavo) una foto de mi lengua preguntándole: ´¿Creés que esto es cáncer?´. O al ver un poco altos los valores de la creatinina consultarle si voy a tener que dializarme”, cuenta. Siente pánico por los sanatorios, “pero, aún así, suelo hacerme chequeos que no necesito”. Es más, “cuando algo lindo se acerca a mi vida, pido batería de análisis para asegurarme de que todo lo demás estará bien”. En una época tenía la obsesión de contarse los lunares y, según dice, “me tomo la temperatura de 3 a 4 veces por día para chequear que no supere los 36.3″, suelta. “Como decía mi vieja: ´Podemos no comer, pero la prepaga se paga siempre´, y eso que teníamos OSPLAD”.

Dan Breitman, con Teleshow
Dan Breitman, con Teleshow

A menudo piensa en la soledad y hasta podría citar el amor como un pendiente, “pero concluyo que la necesito demasiado”, señala. “Tengo activas todas las app de citas y, por lo general, las uso solo para charlar. Conectar con desconocidos me divierte, me da vértigo, inyecta adrenalina. Pero la vez que me encontré con alguien, se convirtió en mi mejor amigo”, relata. También dice “rumiar” la idea de la paternidad, aunque “ahora menos que antes”. Habla de los tiempos en los que tenía dos amigas en la mira para “cumplir con ese ideal de compartir un nuevo modo de criar a un niño”. Pero, “una salió corriendo y la otra me dijo que estaba conociendo a alguien”, contó alguna vez. En definitiva, el tópico no lo desvela. Lo ocupa su presente, “el hijo” que resultó Yo quería un musical, que palpita su regreso al circuito teatral este verano en escenarios de La Plaza. Y mientras espera el debut de LOL, si te ríes pierdes, el reality que expone la convivencia de 10 humoristas, rodado en México y con la conducción de Susana Giménez, sigue celebrando la posibilidad de haber encontrado “definitivamente mi lugar en la televisión”, como califica.

“Comedia es igual a tragedia más tiempo, diría Woody Allen. Y eso que no me conoció”, dispara con su humor. “Desde chico, siempre fui consciente de que todo lo que vivía, dolor e incomodidad, era un gran absurdo que, tarde o temprano, sería transmutado”, dice Dan. “Hoy sé que todo ese trabajo de autoconocimiento que hago en terapia desde hace 60 años (bromea respecto del tiempo que estima sumando sesiones), de algún modo se convirtió en algo útil. Y tal vez ese uso de mis emociones sea la clave. Quizás, generar y poner mis hechos artísticos al servicio de la diversión, de la sensibilidad y de la reflexión de otros, sea mi función en esta vida”.

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