La jornada avanzaba en Buenos Aires con la tensión propia de una tarde primaveral cargada de promesas. Shakira, la artista colombiana de reconocimiento mundial, volvía a ser, sin margen para la sorpresa, la protagonista absoluta de la jornada porteña. Desde su llegada, el aura de la cantante no dejó de irradiarse por cada rincón de la ciudad, pero aquel miércoles tenía algo distinto: faltaban horas para un cierre de ciclo, una despedida del público en el mítico estadio de Vélez.
Durante la mañana y el mediodía, de este miércoles, el bullicio se encontraba contenido. La cantante, fiel a su estilo, optó por el sosiego. El hotel que la hospeda en la Ciudad de Buenos Aires guardó el secreto de su descanso. ¿Saldría hoy? ¿Se asomaría a las calles atestadas de seguidores, viajeros distraídos y curiosos que, impacientes, aguardaban horas frente al edificio tan solo por verla? Entre los presentes, la pregunta fluía de boca en boca. Nadie se movía.
En ese transcurrir casi estático, una figura irrumpió en la escena. Gabriela Vaca Guzmán, la mejor amiga de la cantante, se acercó hasta el hotel con una misión concreta: entregarle ropa y, sobre todo, retirar a Milan y Sasha, los hijos de la artista, quienes pasaron varias horas fuera mientras su madre velaba el descanso. La discreción se palpaba en el aire. El hermetismo que envolvió a Shakira durante esas horas alimentaba la expectativa: ¿Saldría o no saldría de su refugio mientras su equipo de seguridad, como siempre, vigilaba cada movimiento?
La respuesta llegó sin previo aviso. Alrededor de las 18, la puerta del hotel se abrió y la estrella internacional salió, flanqueada por su equipo de custodios. La multitud, que contenía la esperanza desde temprano, no pudo ni quiso disimular su emoción. Sin rehuir la escena ni los gritos, la colombiana frenó el paso. Decidió acercarse, con esa naturalidad que desmonta la distancia entre ídolo y seguidor, entre aplausos, autógrafos y selfies. El público argentino le respondió con esa intensidad que desborda cada vez que la tiene frente a sí, y la artista, lejos de mostrarse distante, se detuvo a aceptar regalos y firmar recuerdos. En ese instante efímero, miles de historias confluyeron en una.
¿Acaso hacen falta más pruebas del lazo especial que une a Shakira con el público argentino? Ese breve contacto, después de horas de espera y rumores, reafirmó una devoción recíproca que sobrevive al paso del tiempo.
La jornada no terminó ahí. Subió a un vehículo y se dirigió a un shopping cercano a la autopista Panamericana. ¿El motivo? Una función privada de Zootopia 2, la secuela de la animación en la que la cantante presta su voz al personaje de Gazelle. Ahí fue donde se encontró nuevamente con Milan, Sasha, su amiga y parte del staff.
Se trató de uno de los pocos espacios lúdicos que la colombiana se permitió en medio de una estadía marcada por compromisos y conciertos. Allí, por un momento, el vértigo de la fama cedió frente a la risa de sus hijos y la complicidad de los más cercanos.
La noche avanzaba. Ya de regreso en el hotel, la artista repitió su gesto: abrió un espacio para sus fans, saludó con calidez, aceptó más obsequios y dejó que la emoción de quienes la aguardaban tuviera una respuesta genuina. Incluso cuando su equipo intentaba agilizar el ingreso, Shakira encontraba el modo de demostrar cercanía.
Así terminó un día que amaneció en la quietud y cerró con una multitud agitada por un simple saludo. Su magnetismo, intacto, revalidó la pasión incondicional que genera en cada visita al país. Las luces de Buenos Aires se apagaron, pero la devoción permaneció encendida, a la espera de su último show en Vélez la noche de este jueves, en su despedida porteña antes de seguir con el tour.
Fotos: RSFotos
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