Contrabando, corrupción y métodos insólitos: los nuevos trucos de los presos para entrar cocaína y celulares a las cárceles

Cómo son las requisas en las penales bonaerenses y federales. El pasado y presente de los “canutos tumberos” en los recuerdos de Martín Lanatta, “La Garza Sosa” y otros. Droga en cajas de tomate, talco y albóndigas y el detenido que confiesa lo que nunca pensó ver detrás de las rejas.

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Al filo: facas secuestradas en una requisa en un penal de Lomas de Zamora, 2018.
Al filo: facas secuestradas en una requisa en un penal de Lomas de Zamora, 2018.

La situación pareció salida de un rodaje cinematográfico por la sincronización entre diálogo y acciones. Sentado a una mesa de la cancha de basket del Complejo Penitenciario Federal Número1 de Ezeiza, Martín Lanatta contaba a Infobae cómo había sido su enfrentamiento con los gendarmes durante la triple fuga que protagonizó junto a su hermano Christian y Victor Schillaci en diciembre de 2015.

“Me escondí, quedé cara a cara con uno de ellos y cuando levantó la mano para hacerme una seña descubrí que era una trampa para distraerme y tirarme. Y ahí le tiré en el brazo para que se le cayera su arma. No tiré a matar. Estos hombres son especiales. Andan camuflados y les decimos ‘los cascarudos’”, dijo Lanatta.

Enseguida, se escuchó un ruido casi ensordecedor. Eran botas que golpeaban la chapa. La marcha era rítmica. Lanatta se asomó por la ventana y vio cómo un grupo de 20 guardias, con escudos, palos, cascos y vestidos como en las películas, avanzaba por un pasillo hacia los pabellones.

“Es la requisa. Se pudrió todo, con estos no se jode”, dijo Lanatta, condenado a perpetua por el triple crimen de la efedrina, cuyas víctimas Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina fueron asesinados el 7 de agosto de 2008.

Martín Lanatta tras su captura en 2016: memorias tumberas en Ezeiza.
Martín Lanatta tras su captura en 2016: memorias tumberas en Ezeiza.

Se escucharon gritos, golpes de puertas y a la hora, esos hombres uniformados salieron con bolsas llenas de cosas.

“Son sorpresivas. Pasé por muchos penales, pero acá es muy difícil tener algo encanutado”, contó Lanatta. Una fuente penitenciaria detalló que esa requisa, ocurrida en 2018, sorprendió en especial a un grupo de argentinos (miembros de Los Monos de Rosario), colombianos y mexicanos condenados por narcotráficos. “Hasta tenían un plasma y Netflix”, detalló.

Otro condenado por esos asesinatos mafiosos y por la fuga, Víctor Schillaci, también detenido en Ezeiza, fue objeto de esa inspección sorpresiva y ruidosa. “Acá no te dejan tener nada posta, al menos cada vez que hay un celular viene la requisa con los perros y arrasa con todo. A mí me sacaron un cuaderno en el que estaba escribiendo un libro porque vieron que hice un plano a mano alzada y pensaron que era un plan para fugarme”, contó Schillaci.

Hoy, los expertos del contrabando tumbero renuevan sus estrategias para ingresar celulares, tablets, cocaína, marihuana, notebooks, navajas, facas y pastillas a las cárceles argentinas. Lo hacen dentro de paquetes de fideos, en talcos, en recipientes con doble fondo, entre las ropas, o dentro del cuerpo, en zapatillas, repasadores o toallones, hasta dentro de albóndigas.

El tema del contrabando en cárceles se reavivó por un reciente episodio protagonizado Nahir Galarza, condenada a prisión perpetua por el crimen de Fernando Pastorizzo, presa en la Unidad Penal Nº6 de Concepción Arenal, Entre Ríos. La joven posteó fotos con una compañera en su Facebook y fue castigada con cinco días de calabozo. Nunca se supo si era su celular o quién lo entró.

Nahir en la cárcel: foto posteada en Facebook desde su celda.
Nahir en la cárcel: foto posteada en Facebook desde su celda.

En las cárceles bonaerenses, en lo que va del año se incautaron 19.700 celulares, 13.500 facas o elementos punzantes o contundentes, 6.350 pastillas y casi 500 envoltorios con cocaína y marihuana. Las formas de entrar todo eso, son variadas y algunas siniestras.

“Recuerdo con tristeza el día que una mujer intentó pasar cocaína en el pañal del bebé. Usar a una criatura para eso me pareció inhumano”, relata Jorge Krooling, guardia retirado que trabajó en las cárceles de Sierra Chica y Campana.

El mismo Carlos Eduardo Robledo Puch, el ángel negro que entre 1971 y 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían, contó: “En Sierra Chica hay de todo. Desde canallas que usan a sus madres o mujeres para que se pongan droga en sus partes íntimas a guardias corruptos que venden la comida nuestra y nos dan grasa o cobran unos pesos a los detenidos para que puedan tener sexo hasta en la capilla del penal”, le dijo una vez a Infobae.

No sólo está el ingenio de los presos para contrabandear, también aparece la connivencia penitenciaria en muchos de los casos. “Realmente basta con presenciar las colas de visita y se darán cuenta que revisamos todo y que muchas veces no damos abasto”, se queja un penitenciario bonaerense que pidió reserva de identidad. “Por ejemplo, no permitimos el ingreso de frutas o papa porque pueden hacer el pajarito, el trago tumbero. Lo mismo budines o pan dulce. Los entran, pero se los deshacemos todo por si ocultan algo. Y si traen galletitas tienen que tener el envase original, pero hay personas que se toman el trabajo de falsificarlo y adentro le meten cualquier cosa”, dice el guardia.

Jugo de tomate frío (y blanco)

El 18 de julio de 2018 sucedió un hecho escandaloso, que también consignó Infobae: el hallazgo de ocho kilos de cocaína camuflados en cajas de tomate perita que iban a ser ingresados en un camión que proveía verduras a la cocina del Penal Número 24 de Florencio Varela. Los fiscales Marcelo Cellier y Christian Granados dispusieron la detención de los dos ocupantes del camión, más la del dueño del rodado.

“El penal no tiene nada que ver. Hay dos opciones: o fueron empleados desleales o algún capo de pabellón manejó esto con la gente que llevó las verduras”, dijo a Infobae una fuente del Servicio Penitenciario Bonaerense. Pero la Justicia sospecha que detrás de este hallazgo puede haber una metodología: el ingreso sistemático de estupefacientes en el penal para ser vendidos tras las rejas.

infobae

Pero hubo hallazgos más insólitos que escandalosos.

En la Unidad Nº 31 de Florencio Varela ocurrió lo impensado. Un hombre hizo la fila para pasar los alimentos que se les dejan a los internos, y al guardia que le revisó lo que llevaba le llamó la atención que el bowl con guiso que intentaba pasar tenía un doble fondo. Retiró el guiso, lo puso en otro recipiente, tomó un cuchillo y de a poco se encontró con lo que había en el fondo: envoltorios con marihuana. El hombre fue separado del grupo de visitantes y se le dio intervención a la UFI Nº9 de Florencio Varela, cuyos efectivos certificaron que se trataba de droga. Quedó imputado por el delito de infracción a la Ley 23.737 y lo retiraron esposado del penal. Su hermano preso está procesado por portación ilegal de arma de guerra a disposición del Tribunal Oral Criminal N° 2 de Lomas de Zamora.

En la misma prisión ocurrieron dos hallazgos similares, pero en distintos objetos. Una mujer llevaba bolsitas con marihuana dentro de un frasco de plástico con talco. Era para una amiga que está alojada en el pabellón 8, el de evangelistas. En la misma semana, a otra mujer, se le encontró una bolsita de cocaína oculta en la plantilla de una de sus zapatillas. La droga era para su hijo, ocupante del pabellón 6 de evangelistas.

En otra cárcel de Florencio Varela, la número 42, una mujer no pudo pasar un recipiente lleno de albóndigas con papas fritas. Pero las albóndigas tenían un relleno sorpresa: marihuana. En la misma semana, en la cárcel de Olmos, una mujer fue demorada porque trató de pasar pastillas antidepresivas picadas en un pote de dulce de leche.

Pero lo que ocurrió en la cárcel de Alvear, la misma desde donde se escaparon el 27 de diciembre de 2017 los hermanos Martín y Cristian Lanatta y Víctor Schillaci, entra en el terreno de lo insólito: agentes penitenciarios que cumplen funciones en el sector de requisa descubrieron dos envoltorios con marihuana que estaban ocultos dentro de cebollas. Estaban en una encomienda enviada por una mujer desde Remedios de Escalada para su hermano, un interno de 39 años condenado por homicidio en grado de tentativa y robo calificado.

Al inspeccionar las cebollas, los funcionarios penitenciarios advirtieron que dos de ellas habían sido manipuladas y detectaron envoltorios negros que contenían marihuana. El detenido se negó a firmar el acta de la incautación. De todas maneras, por la acción, su hermana no podrá visitar a su hermano por un tiempo, una sanción determinada por las autoridades.

Requisas en el servicio penitenciario bonaerense

“Hay dos formas de requisar. Una de las modalidades se hacen a través del grupo de requisa de cada dependencia y otra, que se implementó con la gestión del ministro Gustavo Ferrari son las requisas sorpresivas. Las hacen cerca de un centenar de efectivos de la Dirección General de Seguridad del Servicio Penitenciario Bonaerense, los que llegan sin avisar a alguna cárcel de madrugada y realizan una búsqueda integral por toda la dependencia”, dijo a Infobae una fuente del SPB.

Este año, según fuentes penitenciarias, entre los objetos más hallados se encuentran, según las categorías, los punzantes, los contundentes, bebidas fermentadas, estupefacientes, psicotrópicos, celulares, chips y cargadores.

“Lo de las requisas y los canutos y la forma de contrabandear es viejísimo, pero siempre surgen nuevas modalidades. En Ezeiza es casi imposible porque tienen el detector que te escanea. Yo estuve en Varela y veías cada cosa que prefiero callarme”, dice, enigmático, Rubén “Beto” de la Torre, ex miembro de la superbanda y de la banda que robó el banco Río el 13 de enero de 2006.

Todos por la plata

Refiere la leyenda que hace casi treinta años, el piso 18 de la cárcel de Caseros era una especie de fortaleza inexpugnable hasta para los guardias. En el pabellón máxima peligrosidad convivían los piratas del asfalto, los asesinos, los ladrones de bancos y de blindados, y hasta los responsables del copamiento de La Tablada, agrupados en el Movimiento Todos por la Patria.

“Nosotros éramos del Movimiento Todos por la Plata”, recuerda jocoso Hugo Sosa Aguirre, alias “La Garza Sosa”, un preso legendario que estuvo encerrado en ese piso. Recuerda que los presos tenían un método infalible para que los guardias no hicieran la requisa:

“Teníamos el yompa sucio a propósito, para que los milicos no se acercaran por el olor a podrido. Le hacíamos agujeros a las papas y en esos huecos encanutábamos nuestras cosas. Había una montaña de papas que parecían enteras, pero en realidad ocultaban desde drogas, pastillas hasta facas”, recuerda Sosa.

Pero un día, un fraile capuchino que estaba detenido y se ocupaba de la limpieza del lugar, tiró todo a la basura. Ese día comenzó una especie de suplicio para los detenidos de ese sector: volvieron las requisas.

Uno de los últimos grandes operativos sorpresa de requisa ocurrió el 4 de mayo de 2018 en la cárcel de Campana, donde más de cincuenta efectivos de la Dirección General de Seguridad del Servicio Penitenciario Bonaerense requisaron pabellones, patios y locutorios de visita. Allí secuestraron 92 facas, 61 celulares, cincuenta envoltorios con cocaína y marihuana y vestimenta similar a la de los guardias: en los penales bonaerenses se prohibe usar ropa negra a las visitas, el mismo color que usan los penitenciarios.

Además encontraron baterías de celular, cargadores, psicofármacos, tuqueras, botellas con alcohol y cinco documentos de identidad falsos. “Se frustró una fuga que tenían planeada”, dijo una fuente penitenciaria. En lo que va del año, en ese penal secuestraron 186 celulares y 176 armas caseras.

Alguien que “vio todo”

Para esta nota, Infobae consultó a guardias penitenciarios, presos y ex presos. El testimonio más gráfico de todos fue el de un pirata del asfalto que purga condena en un penal bonaerense.

El pirata asegura

-En una cárcel se entra hasta lo que no te imagines.

-De hecho estamos hablando por WhatsApp. ¿Pagaste para que te dejen entrar el aparato?

-¿Me vas a botonear? Lo uso para hablar con mi familia, no para giladas. Es compartido. Pagamos por hacerlo entrar, a un guardia. Pero depende el precio. El aparato es de un familiar.

-¿Cómo es el arreglo?

-Muchas veces lo hacemos sin que se den cuenta los guardias. Se entran cosas de canuto. Pero si es con el guardia, hay que darle un billete. Depende. Lo que más se entra es tecnología, tablets, celulares. Se garpa de dos lucas para arriba. En otras épocas se entraban armas, explosivos, lo que querías. Ahora eso cambió. Los aparatitos son los más codiciados. Más que la falopa, te diría. Te mantiene comunicado con la familia. Algunos giles lo usan para seguir delinquiendo. Eso a mí no me va. Ya delinquí afuera.

Requisas en el servicio penitenciario bonaerense

-¿Qué es lo más raro que vio entrar?

-Una vez un poderoso delincuente logró que entraran dos chicas de un cabaret muy famoso de Buenos Aires. Los guardias le hicieron la segunda. Fuera del horario de visita. Ni quedó registrado. Cuento otra: una vez un capo narco hizo entrar a un cómplice, que estaba con pedido de captura, para que jugara un partido de fútbol. Y para hacer negocios, claro. También llegaron a entrar uniformes de guardia o de policía. Lo que sea.

Lo de la tecnología como vedette u objeto del deseo tumbero, no es una novedad. Según un informe de Infobae, entre 2017 y 2018, el Servicio Penitenciario Bonaerense y el Federal incautaron, en conjunto, más de 53 mil aparatos contrabandeados dentro de pabellones. La cifra para las cárceles federales es quizá bajo con respecto a la cantidad de detenidos: mil teléfonos en 2017, 1.200 en 2018 para 12.800 detenidos.

Este año hubo otros dos hechos similares: una mujer quiso entrar una navaja para su hijo adentro de un paquete de fideos en el penal de Dolores. Y un preso condenado por robo volvió de una salida transitoria a la Unidad Penal Número 48 de San Martín con una empanada cuyo relleno era el cable USB del cargador de un celular.

Hay stock: requisa de la Unidad Nº24 de Florencio Varela.
Hay stock: requisa de la Unidad Nº24 de Florencio Varela.

La densidad telefónica es mayor en las cárceles de la provincia de Buenos Aires, que contienen 43 mil detenidos. Las requisas en sus celdas encontraron 26 mil teléfonos en 2017, otros 25.106 en 2018. Es decir, más de cinco de cada diez presos con un aparato clandestino.

Hay un video que puede observarse y fue grabado en el penal de Barker. Allí se ve a un guardia sacando de una rejilla pequeña, con un fierro fino, bolsas y, como si fueran matrioshkas, otra bolsa, y adentro un envoltorio de tabaco para armar y adentro otro envoltorio y otro y al final, medias que contenían celulares y baterías y cargadores.

“El que no tiene celular está a punto de tenerlo”, dice un ex robabancos a este medio. Dice que no le hace falta sobornar a ningún guardia para tener su aparato. Que lo hace entrar su esposa y no revela el secreto. “En las requisas los guardamos como sea, ya cuando escuchamos las botas o los ruidos de rejas, empezamos a encanutarlos. Pero vas a la visita y muchos lo sacan y se hacen selfies, y hay guardias que no dice nada”, cuenta.

Y lo ejemplifica de esta manera: dice que un preso que cumplía años le pidió a un celador que le sacara una foto con la torta, su hija, su madre, su hermano y su esposa. El guardia accedió. Sin chistar. Enseguida, el preso subió la foto a Facebook con este mensaje: “Masticando reja y torta, festejando mi cumple”.

Al rato se arrepintió y borró el posteo.

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