15 balas para el padre Mugica: cuando Montoneros lo acusó de “traidor” y la Triple A lo condenó a muerte

Hace 91 años nacía “el cura de los pobres”, brutalmente asesinado luego de una misa. “Estoy dispuesto a morir pero no a matar”, dijo frente a la lucha armada. La crítica a la organización guerrillera, las amenazas y la nefasta relación con López Rega

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El padre Carlos Mugica
El padre Carlos Mugica

“No sé si un cristiano tiene derecho a matar. Pero sí tiene la obligación de morir por sus hermanos. Le tenemos miedo a la violencia por una actitud individualista. Nos escandalizamos porque le ponen una bomba a un oligarca y no porque todos los días muere un chico de hambre”.

El 11 de enero de Once de enero de 1970, la revista Siete Días publicaba un reportaje al padre Carlos Mugica Echagüe que martillaba contra el poder militar y económico que gobernaba el país.

Mugica era rubio, alto, de ojos azules, y oriundo de una familia conservadora afincada en la zona norte de Buenos Aires. Era un cura atípico: usaba campera negra, pulóveres de cuello alto, y jeans gastados. Era un hijo del sistema, un niño privilegiado de la calle Arroyo con viajes de juventud por Europa, que había decidido correrse de lugar. En 1970, a los 39 años, era profesor de Teología de la universidad jesuita del Salvador y miembro de la Pastoral de Villas de Emergencia en La Villa 31 del barrio de Retiro, con el mandato de “amar al prójimo”.

Sin desprenderse del Evangelio, Mugica denunciaba la violencia institucionalizada, “la violencia del hambre”. ”Nosotros, sacerdotes de Jesucristo hemos comprendido que nuestro lugar está junto a los pobres”, decía.

Al momento de la publicación del reportaje en Siete Días, el general Juan Carlos Onganía estaba prisionero de su propia soledad en el gobierno, Juan Domingo Perón llevaba 15 años de su obligado exilio y faltaban seis meses para que el secuestro y crimen del general Pedro Eugenio Aramburu, bajo el lema de “Perón Vuelve”, conmoviera a la sociedad argentina y provocaría el giro copernicano en la década del ‘70.

A algunos de los que participarían de la muerte de Aramburu –Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus-, Mugica ya los conocía. Había sido asesor espiritual en la Juventud Estudiantil Católica (JEC), y en 1966 habían misionado juntos, con otro grupo de 15 estudiantes, en la localidad de Tartagal, en el Chaco santafecino, para predicar y trabajar con los hacheros en una zona diezmada por la pobreza.

Mugica, un cura atípico: usaba campera negra, pulóveres de cuello alto, y jeans gastados
Mugica, un cura atípico: usaba campera negra, pulóveres de cuello alto, y jeans gastados

Pero durante el proceso de conformación inicial de Montoneros, sus discípulos abandonarían a Mugica, que no estaba dispuesto a promover la lucha armada. Sí estaba dispuesto a morir, “pero no a matar”, como expresaría en distintos reportajes.

Miguel Bonasso en su libro Diario de un clandestino relata que el cura le dijo: “Yo debería estar en Montoneros, porque me siento responsable del camino que tomaron estos chicos, ¿te das cuenta? Yo los forme en aquellas excursiones de scoutismo católico, yo los lleve a la villa de Retiro, para que vean de cerca cómo vivían sus hermanos... Pero no puedo estar ahí y por eso me separe de ellos hace tiempo, porque estoy dispuesto a que me maten pero no estoy dispuesto a matar.”

Montoneros migraría hacia el grupo de Cristianismo y Revolución del ex seminarista Juan García Elorrio. Sin embargo, la afinidad personal se mantendría entre los ex estudiantes del colegio nacional de Buenos Aires y su orientador espiritual perduraría.

Cuando el 7 de septiembre de 1970 la policía mató a Fernando Abal Medina, en una pizzería de William Morris, Mugica, en su responso, lo definió como “Un mártir cristiano”. El obispado de Buenos Aires le suspendió por treinta días las licencias administrativas.

Mugica ya formaba parte del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), que conformaban alrededor de cuatrocientos sacerdotes, avalado también por algunos obispos comprometidos en la “opción por los pobres”. Desde su origen en 1968, el MSTM fue el grupo de curas más numeroso de América Latina.

La creación del MSTM lo sorprendió a Mugica en París, donde había ido a estudiar. Durante ese viaje, participó de las rebeliones callejeras del Mayo francés, conoció a Perón en la residencia de Puerta de Hierro y también viajó a Escocia a ver a Racing en el recordado partido contra el Celtic. Si bien dentro del grupo de curas no tenía un protagonismo interno, su carisma llamaba la atención al resto de la sociedad.

En 1972, cuando Perón regresó al país, se reunió con los curas del MSTM y luego, entre todos los curas, en ese primer viaje a la Argentina después de 17 años de exilio, ponderó a Mugica por sobre el resto: de su mano visitó la Villa 31 y la capilla Cristo Obrero.

Mugica era el que más y mejor llegaba a los pobres de las villas, el que había visibilizado su causa, el que fascinaba a los medios con su verbo álgido, crítico, irreverente. Y también al que parecía no temerle a nadie: a mediados de 1971 le habían puesto una bomba en el frente del edificio donde vivía, en Gelly y Obes 2230. Su familia le pidió que se fuera del país. Él prefirió quedarse.

Desde entonces, las amenazas fueron continuas. Respondería con una frase que lo trascendería. ”Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su Liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.

Mugica era el que más y mejor llegaba a los pobres de las villas, el que había visibilizado su causa
Mugica era el que más y mejor llegaba a los pobres de las villas, el que había visibilizado su causa

Montoneros tampoco quería perder su potencialidad política. Le propuso a Mugica encabezar la lista de diputados para las elecciones de marzo de 1973. Esa posibilidad también seducía al FREJULI de Héctor Cámpora, candidato a Presidente. Mugica trasladó la inquietud al MSTM. Pero los curas tercermundistas decidieron que no aceptarían cargos políticos. Perón, entonces, decidió incorporarlo al Ministerio de Bienestar Social, junto a José López Rega, para trabajar como asesor – sin cargo rentado- en las villas. Mugica aceptó. Ese día comenzó a morir un poco. Su relación con López Rega fue corta y terminó mal. Eran dos proyectos, dos personalidades distintas, unidas por el regreso de Perón en su tercer gobierno.

En un principio, Mugica prefirió trabajar sobre la urbanización, con la construcción de mejores viviendas en el barrio, y se opuso al traslado de los vecinos a los complejos de vivienda en el conurbano bonaerense, que comenzaba a construir el Ministerio con el “Plan Alborada”.

Después aceptó la idea de que se mudaran, siempre y cuando los vecinos se organizaran en cooperativas y participaran en la construcción de viviendas. López Rega prefirió la contratación de empresas privadas.

El 28 de agosto de 1973, en una asamblea del Movimiento Villero Peronista ( MVP), y a pedido de éste, Mugica comunicó su renuncia al cargo de asesor por discrepancias con López Rega. Lo acusó de negarle a los villeros “toda participación creadora en la solución de sus problemas”, pero aceptaba sin condiciones el liderazgo de Perón.

López Rega sembró sospechas sobre el cura por el destino de 34 millones provistos para la asistencia a la Villa 31. Esta acusación molestó al cura y fue al Ministerio a increparlo. Ese encuentro le dejó la sensación de que López Rega podría mandar a matarlo. Lo comentó entre los suyos en la parroquia.

A la par de la discrepancias con López Rega, para agosto de 1973 la relación de curas tercermundistas y Montoneros estaba partida. Si antes los curas, frente al secuestro y crimen de Aramburu, eran proclives a una explicación política antes que a una condena (aunque no avalaran la operación), ahora, con el regreso de Perón y expresada la voluntad popular, eran proclives a enterrar los fusiles. En cambio, para Montoneros, el regreso de Perón al poder no suponía el fin último de su lucha sino el intento de establecer un plan propio.

”Si abandonamos las armas retrocederíamos en posiciones políticas. El poder político brota de la boca de un fusil”, sostenía Firmenich.

Mugica comunicó su renuncia al cargo de asesor por discrepancias con López Rega
Mugica comunicó su renuncia al cargo de asesor por discrepancias con López Rega

De los cuatrocientos curas tercermundistas, sólo quince o veinte avalaron a Montoneros y la continuidad de la lucha armada. El resto, quedó con Perón.

Mugica manifestaría su posición en una misa de conmemoración en el aniversario de la muerte de Fernando Abal Medina, con una cita de La Biblia. “Hay que dejar las armas y empuñar los arados”.

El atentado contra líder de la CGT José Rucci, tres semanas después, lo separaría aún más de sus ex discípulos del Colegio Nacional. “No son los curas los que se alejan de la Tendencia (Peronista) sino la Tendencia la que se aleja de nosotros, como se ha alejado del pueblo y del General Perón”, diría Mugica más tarde, y criticaría a los “falsos revolucionarios” por no ser más que “una expresión del liberalismo europeo”.

Su ironía irreverente contra la opresión del capitalismo y el poder militar en la Argentina ahora se volvía crítica a las armas, de Montoneros y de otros sectores de la izquierda peronista. La revista Militancia, de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, con su también filosa ironía colocó a Mugica en la “cárcel del pueblo”, el mismo lugar en el que colocaba a los miembros del establishment. En su artículo lo describió como cruzado del oportunismo, un “corcho, siempre flotando aunque cambie la corriente”. En el resumen de la Biblia y el Calefón de Discépolo, le agregaba la figura de Mugica.

Su pelea con sus ex compañeros de ruta, y la persistencia de las amenazas, golpearon al cura. Las rupturas se acumulaban, y también le dolían.

El 1 de mayo de 1974, Montoneros abandonó la Plaza de Mayo tras exhibir su dramática disputa verbal con Perón. Mugica discutió con dirigentes de la Tendencia en su intento de no profundizar más la colisión. Y se quedó en la Plaza, leal a Perón. Pero en términos personales, nada le resultaba gratuito. La semana siguiente, en una visita al diario La Opinión, le confiaría a su director, Jacobo Timerman, lo difícil que le resultaba sobrellevar el enfrentamiento político con Firmenich.

“Le producía ansiedad, dolor, angustia”, escribió Timerman. Quería volver a escribir en el diario, como lo había hecho desde su fundación, para promover un debate en el peronismo que evitara la violencia.

Su pelea con sus ex compañeros de ruta, y la persistencia de las amenazas, golpearon al cura (Foto: Archivo Télam)
Su pelea con sus ex compañeros de ruta, y la persistencia de las amenazas, golpearon al cura (Foto: Archivo Télam)

Pero la violencia política, en mayo de 1974, todavía en las puertas de una espiral ingobernable, ya lo había elegido como blanco.

El sábado 11, al anochecer, un hombre lo abordó después de una homilía, a la salida de la iglesia San Francisco Solano, sobre la calle Zelada, Mataderos. Le dijo “padre Carlos…”, como le decían todos, le disparó quince balas con una ametralladora y se fugó en un Chevy color verde claro, con techo vinílico negro, que lo esperaba.

Antes de las 10 de la noche el padre Carlos Mugica ya estaba muerto en la cama de un hospital.

Su muerte se atribuiría al comisario Rodolfo Almirón, custodio de López Rega en el Ministerio de Bienestar Social, y uno de los jefes operativos de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) por su parecido al identikit que describieron los testigos. Almirón moriría en 2009, poco después de ser extraditado a la Argentina, luego de que se reabriera la causa de los crímenes de la Triple A, y fuesen declarados imprescriptibles.

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