Sarmiento, ese cabrón egocéntrico, maestro, periodista, militar y presidente al que le hicieron la primera huelga docente

De la mente del sanjuanino salieron las más brillantes ideas: el primer censo, importó maestras, creó la Academia de Ciencias. Fue una personalidad por demás polémica y controvertida que, en el ocaso de su vida, debió enfrentar la primera protesta docente

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Domingo F. Sarmiento fue una polémica personalidad y puso en práctica proyectos e ideas en los planos político, económico, educativo y científico.
Domingo F. Sarmiento fue una polémica personalidad y puso en práctica proyectos e ideas en los planos político, económico, educativo y científico.

Las docentes quisieron enviarle una copia de la carta nada menos que a Domingo F. Sarmiento, Superintendente General de Educación. En esa misiva la directora de la Escuela Graduada y Superior de la ciudad de San Luis, la puntana Enriqueta Lucio Lucero y ocho docentes comunicaron su decisión de cerrar el establecimiento donde se educaban 315 niñas, en protesta por ocho meses de sueldos adeudados, además de cobrar en forma irregular los últimos seis años. Apelaron a Sarmiento por “la ilustración y sentido justiciero a quien la Nación debe la fundación de su instrucción pública”.

Era el 20 de noviembre de 1881, había estallado la primera huelga docente y, en cierto sentido, se la hacían al propio padre del aula.

Las maestras tenían sobrado motivo para protestar. El dinero de sus salarios era enviado al gobierno provincial, que se quedaba entre un 10 y un 18% de cada sueldo; parte les llegaba a los docentes en vales de Tesorería, que poco valían en los comercios. Sarmiento juramentó que las maestras cobrarían lo que les correspondía y avaló lo que ellas denunciaban. Publicó la carta en el Monitor de Educación. Claro que las que habían firmado esa carta fueron despedidas por “proceder irrespetuoso”. Todas continuaron enseñando pero en otras escuelas.

El célebre sanjuanino renunciaría al poco tiempo por diferencias con el presidente Julio A. Roca y era casi la culminación de la carrera de “ese cabrón egocéntrico”, como lo describió Paul Groussac.

Había nacido el 15 de febrero de 1811 en San Juan como Faustino Valentín. Luego le antepondrían Domingo, en honor al santo patrono familiar. Era hijo de José Clemente Sarmiento y Paula Albarracín y como ellos no querían que la criatura terminase como peón de campo a los cinco años ingresó a la Escuela de la Patria de esa provincia. Entró sabiendo leer gracias a su tío José Eufrasio de Quiroga Sarmiento, quien llegaría a obispo de Cuyo.

En el Monitor, Sarmiento hizo publicar la carta de las maestras puntanas.
En el Monitor, Sarmiento hizo publicar la carta de las maestras puntanas.

Cuando contaba 15 años, acompañó en su destierro a su otro tío José de Oro a San Luis. Allí fundarían una escuela y el joven Domingo se iniciaría como maestro. “…a él debo los instintos por la vida pública, mi amor a la libertad y a la patria, y mi consagración al estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraerme ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años”, escribió sobre su tío.

A los 26 años, ya de regreso a su provincia, se empleó en una tienda y comenzó su carrera militar como alférez de milicia en el bando unitario. Perseguido por el caudillo riojano Facundo Quiroga, en 1831 se exilió en Chile. Allí se convirtió en padre de Faustina, hija natural que tuvo con María Jesús del Canto.

En 1839 creó el Colegio de Señoritas de Santa Rosa y el periódico El Zonda, que al mes fue cerrado por el gobernador Benavídez y Domingo terminó preso. A fines de 1840 emprendió su segundo exilio, nuevamente a Chile, donde fundó y dirigió la primera Escuela Normal de América del Sur, y el diario El Progreso.

En 1845, publicó en forma de folletín Civilización y Barbarie – Vida de Juan Facundo Quiroga, una de sus obras más importantes, en el que asocia a la civilización a los Estados Unidos, Europa y a los unitarios, mientras la barbarie era América Latina, España, Asia, el campo, los federales y, por supuesto, Quiroga y Rosas. Y en ese contexto afirma que no debía ahorrarse en sangre de gauchos.

Ya de joven, el sanjuanino fue formado por sus tíos. Sus padres no querían que terminase como peón de campo.
Ya de joven, el sanjuanino fue formado por sus tíos. Sus padres no querían que terminase como peón de campo.

Comisionado por el gobierno chileno, emprendió un viaje que lo llevaría por Europa y los Estados Unidos, para estudiar qué modelo educativo era el apropiado para adoptar.

Cuando en 1848 cruzaba la cordillera de regreso a Chile escribió con un carbón “’On ne tue point les idées (Las ideas no se matan). El Gobierno mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener “desahogos innobles, insultos y amenazas”. En la nación trasandina, se casó con Benita Martínez Pastoriza, madre de Domingo Fidel. De Benita se separaría, escándalo mediante, en 1860.

En 1850, escribió Argirópolis (Ciudad del Plata), donde proponía la creación de los Estados Unidos del Río de la Plata que, con centro en la isla Martín García, incluiría a la Confederación Argentina, a Uruguay y Paraguay, dejando afuera a la provincia de Buenos Aires y a la Patagonia, fácilmente colonizables por europeos, explicaba. También editó Recuerdos de provincia, que recopila su infancia y sus años en San Juan.

Fue boletinero en el Ejército Grande de Justo José de Urquiza, con el que se terminaría enemistando cuando comprobó que ex funcionarios rosistas formaban parte de su gobierno. También polemizó con Juan Bautista Alberdi y mantuvieron un genial contrapunto en torno al orden político, económico, social y cultural que debía tener el país.

Sarmiento no paraba. Tres años después, en Buenos Aires, dirigió el diario El Nacional, y a los 44 años comenzó un apasionado romance con Aurelia Vélez Sarsfield, la hija de 19 años de Dalmacio. “Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir…”, le escribía.

Aurelia Velez, el gran amor  de Sarmiento. A pesar de la diferencia de edad, mantuvieron una larga relación.
Aurelia Velez, el gran amor de Sarmiento. A pesar de la diferencia de edad, mantuvieron una larga relación.

En enero de 1862 fue designado gobernador de San Juan y mientras reprimía a las tropas federales del Chacho Peñaloza, llevó adelante un agresivo plan de obra pública y adelantó lo que haría a nivel nacional, construyendo escuelas y establecimientos culturales. Dos años después asumió como embajador en Estados Unidos.

Llegó días después del asesinato de Abraham Lincoln. Tan impresionado quedó el sanjuanino del suceso que escribió su vida. Fue en el país del norte que se enteró de la muerte de su hijo Dominguito en la batalla de Curupaytí, en septiembre de 1866, en la tristemente célebre guerra de la Triple Alianza.

En ese país se enteró que amigos suyos promovían su candidatura a presidente. El 12 de octubre de 1868 ese sanjuanino, que se había hecho de abajo, autodidacta, llegó a la primera magistratura y ocupó la casa de gobierno. Gracias a él se llama Casa Rosada por el color que la mandó pintar.

“Ha llegado el tiempo de indagar si el gobierno es lo que debiera ser bajo nuestras instituciones republicanas: el instrumento de distribuir la mayor porción posible de felicidad sobre el mayor número posible de individuos. Los pueblos no aman las instituciones que los rigen sino cuando estas condiciones se hallan cumplidas”, expresó cuando prestó juramento como presidente.

Durante su gestión se llevó a cabo el primer censo nacional que, a pesar de las fallas lógicas que tenía, brindó números concretos que lo alarmaron: de 1.700.000 habitantes, 12% eran extranjeros y más del 70%, analfabetos. Consideró pertinente contar con una Oficina de Estadística, un registro nacional de la actividad agropecuaria y con un Boletín Oficial. Era un país en el que todo estaba por hacer, y así lo entendió. Se revela su mano en muchas de las obras de gobierno, que iban desde la expansión del ferrocarril, la instalación de un servicio telegráfico que nos comunicaba con el mundo, y el fomento de la inmigración: “¿Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a la inmigración europea que llama con golpes repetidos para poblar nuestros desiertos? Después de Europa, ¿hay otro mundo cristiano civilizable y desierto que la América?”. Soñaba con 100.000 inmigrantes por año entrando al país. Le llovían pedidos. “Fui nombrado presidente de la República, no de mis amigos”, respondía.

El primer censo nacional en el país se llevó a cabo entre el 15 y el 17 de septiembre de 1869. Los resultados alarmaron a Sarmiento.
El primer censo nacional en el país se llevó a cabo entre el 15 y el 17 de septiembre de 1869. Los resultados alarmaron a Sarmiento.

Maestras norteamericanas

Sarmiento es sinónimo de educación. En 1850 escribió que “la ciencia y la carrera de la enseñanza primaria me la he inventado yo, y en la indiferencia general he traído a la América del Sur el programa entero de la educación popular”.

Tuvo en su ministro Nicolás Avellaneda un eficaz colaborador, quien trabajó codo a codo con las provincias en la aplicación de medidas que favorecían a la instrucción. Audacia no faltó: la contratación de maestras norteamericanas, proyecto que hacía tiempo estaba trabajando, primero con Horace Mann -el padre de la educación en EEUU- y luego con su viuda, Mary Peabody. Esta osada medida para la época sentaría las bases de la educación normal en el país: 61 mujeres y cuatro varones, la mayoría protestantes, vinieron entre 1869 y 1898 y trajeron nuevos métodos de enseñanza. Venía a formar a maestras criollas en la importancia del desarrollo artístico, de las actividades físicas y de cuestiones básicas como el aseo, el orden, el respeto, la responsabilidad y cómo desterrar el ausentismo. No les resultaría sencillo. Según la Iglesia, esas maestras extranjeras eran herejes; sus pares argentinas las criticaban porque ganaban más, y el medio social y cultural hostil no fue de gran ayuda en los comienzos. Muchas volverían a su país pero otras formarían familia aquí y dejarían su huella como “las maestras de Sarmiento”. En ese sentido, la Escuela Normal de Paraná fue la primera en la formación de la profesión de enseñar.

Crearía escuelas, institutos de formación docente y daría un fuerte impulso al Colegio Militar y a la Escuela Naval creando, además, el Museo de Ciencias Naturales y el Servicio Meteorológico Nacional, entre otros.

Claroscuros de su gestión hubo varios, y uno se vio durante la epidemia de fiebre amarilla desatada sobre la ciudad. Lo que comenzó en tres casas en el barrio de San Telmo, pronto tomó dimensiones insospechadas. Se creía que los portadores eran los soldados argentinos que habían combatido en el Paraguay. En un primer momento Sarmiento hizo detener al médico del puerto que había osado poner en cuarentena al pasaje de dos barcos. Dos meses después, el presidente, su vice, su gabinete y el Congreso se vieron obligados a abandonar la ciudad, generando un sentimiento de desprotección entre los porteños. Sólo quedaron los miembros de la iglesia y algunos políticos, como el general Mitre quien, haciendo caso omiso a las advertencias que podría contagiarse, y así le ocurrió, recorría las calles de Buenos Aires.

En el quinto año de su mandato, se libró una recompensa de 100.000 pesos por la captura de López Jordán, quien había ordenado el asesinato de Urquiza. Lo que el presidente ignoraba es que una conspiración para asesinarlo se había puesto en marcha. El 23 de agosto de 1873, cuando el carruaje que lo transportaba a la casa de Dalmacia -ubicada en Rivadavia al 800- llegaba a la esquina de Corrientes y Maipú, dos marineros italianos -contratados ex profeso- dispararon sus trabucos. Uno de los tiros se perdió y el otro el arma le estalló en la mano del asesino. Ambos sicarios estaban armados con puñales envenenados. La policía, que estaba detrás del atentado, rápidamente los detuvo. El presidente no se percató del grave incidente, debido a su marcada sordera.

En la esquina de Corrientes y Maipú, en 1873 atentaron contra su vida.
En la esquina de Corrientes y Maipú, en 1873 atentaron contra su vida.

En 1874 lo sucedió Nicolás Avellaneda y se incorporó al Congreso como senador, y en 1881 Roca lo designó Superintendente general de Escuelas del Consejo Nacional de Educación.

El final

Para aliviar un poco los achaques de salud, el 26 de mayo de 1888 junto a su hija se embarcó hacia Asunción del Paraguay. El año anterior había hecho un viaje a esa ciudad. En el puerto, antes de embarcar, bromeó: “Sí me hicieran presidente, les daría el chasco de vivir diez años más”. Lo acompañaban su hija y su nieta María Luisa. Moriría en la madrugada del 11 de septiembre de un ataque cardíaco. Sobre su falda descansaba el libro Filosofía Sintética, del inglés Herbert Spencer.

Domingo F.  Sarmiento, en una fotografía que se le tomó minutos después de su fallecimiento. Era una costumbre de la época.
Domingo F. Sarmiento, en una fotografía que se le tomó minutos después de su fallecimiento. Era una costumbre de la época.

Como solía hacerse, se le tomó una fotografía, tarea que estuvo a cargo de Manuel San Martín. Diez días después sus restos descansaban junto a los de Dominguito, en el Cementerio de la Recoleta.

Así murió el que alguna vez escribió: “Hombre, pueblo, Nación, Estado: todo está en los humildes bancos de escuela”.

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